jueves, 26 de marzo de 2015

SAÚL GODOY GÓMEZ, LOS KHAZARS,

Uno de los libros más extraños que he leído es la versión femenina (existe la versión masculina) del libro del profesor servo-croata Milorad Pavic´ El Diccionario de los Khazars, se trata de una novela-lexico de exactamente 100.000 palabras, un libro imaginario del conocimiento oculto de los Khazars.
La obra en cuestión tiene una complicada estructura de tres libros, el rojo, de fuentes cristianas, el verde, islámico y el amarillo, judío.  Está estructurado a la manera de un diccionario y sus entradas son en base a personajes, lugares y hechos históricos, el tiempo varía entre los siglos de acuerdo a cada una de las narraciones y explicaciones que lo componen.
La obra es de una narrativa desbocada y poética donde la historia y la ficción se confunden, preñada de conceptos iniciáticos, aprovecha el amalgamiento de las tres religiones para producir una versión ‘cuántica’ de la misteriosa historia de ese pueblo.
El asunto que me lleva a escribir este artículo no es en sí esta extraordinaria novela, sino el hecho, que desde mi ignorancia del mundo eslávo y de la historia de los judíos, creí que el pueblo de los Khazars y su civilización eran producto de la imaginación de Pavic´.
Pero en una investigación que realizaba sobre los árabes en España, me topé con el libro de Jane Gerber, Los Judíos en España, una historia de la experiencia sefardí.  En el libro se nos refiere la vida de Hasdai ibn Shaprut de Córdoba (915-70) un importante personaje en la corte del Califa Abd ar-Rahman III. 
Heredero de una gran fortuna, médico experto en antídotos contra venenos, estudioso del hebreo y del latín, embajador ante las cortes cristianas de su tiempo, cabeza de la comunidad judía, magnánimo filántropo y mescenas, Ibn Shaprut se convirtió en el fiel de la balanza entre las relaciones de la España islámica y Bizancio, gracias a su influencia y prestigio logró evitar persecuciones contra judíos en las diferentes partes del mundo que visitaba, su gestión le valió el título de “Príncipe de Israel”.
En una parte del libro, nos habla la señora Gerber sobre el intercambio epistolar entre el noble cordobés y Josefo, Rey de los Khazars, para ese momento convertido al judaísmo, lo que hacía de este reino, el único estado judío en el orbe para aquellos tiempos y al cual, la diáspora dirigía esperanzada sus miradas. 
En sus cartas se preguntaba Ibn Shaprut si el reino de los Khazars era la señal de Dios para poner fin al exilio de los judíos.
Armado con aquella información me fuí a la Biblioteca Nacional y me dispuse a seguirle la pista a este misterioso pueblo.
Efectivamente, estas gentes que, según Pavic´, se preciaban de sus jarras de sal, usaban espejos en que se veía el futuro, y sus nobles, usaban uñas de vidrio y exhortaban a sus tropas diciéndoles, que sólo en el combate el hombre vive en perfecto balance y armonía, fue uno de los pueblos guerreros más temidos de la Europa central y Asia.
Sus orígenes son un misterio, se supone que los Khazars fueron tribus turcas e iraníes confederadas que se establecieron en el norte de la región del cáucaso y que era parte del Imperio Turco Turkestán.  En la segunda mitad del siglo VI ya hay registros de tropas Khazars combatiendo al lado de los Bizantinos en contra de los Persas.
“Los Khazars eran una tribu autónoma y poderosa, nomadas guerreros que aparecieron del Este en una fecha desconocida, movidas por el hirviente silencio, y quienes del siglo VII al X se establecieron en la tierra entre los dos mares, el Caspio y el Negro.  Es conocido que los vientos que los trajeron eran masculinos, de los que nunca traen lluvia...”- nos dice Pavic´.
En el siglo VIII entran en guerra contra los árabes, pero son empujados al norte donde establecen su capital, en Itil (cerca del rio Volga), dejando que sean las montañas del caucaso su límite más al sur. Durante ese mismo siglo, empiezan a expandirse hacia el Oeste y someten a húngaros, alanos, griegos, bulgaros y tribus eslávicas desparramadas en las montañas y llanuras.
Controlaron todas las rutas comerciales entre el oriente y Bizancio, si los árabes querían que sus caravanas comerciaran con los eslavos del norte tenían que pagar impuestos.  Fue un Imperio rico y bien administrado por el Khagan y los jefes tribales, pero en el siglo X les llegó el final de una manera tan contundente y sangrienta como su aparición. 
El príncipe Svyatoslav de Kiev, hijo dilecto del naciente Imperio Ruso, en una campaña en la cual, se dice,  no tuvo que bajarse de su caballo, arrasó a los Khazar para siempre.
El asunto que más atención atrae sobre la civilización Khazar es el momento en que se convierten al judaismo; sabemos que, por su posición geográfica los Khazars atrajeron tribus de las tres religiones y por razones que escapan esta breve disquisición, al igual que en el Al-andalus, se impuso una tolerancia y una convivencia entre las mismas que no ha sido usual en la historia de la humanidad.
Judah ha-Levi, también de España (1075-1141) nos narra como el Rey de los Khazar, un hombre piadoso y sereno que para ese momento no profesaba ninguna de las religiones del libro, soñó que un ángel se le aparecía y le dijo “tus intenciones placen al creador, pero no tus acciones”.
Decidió el Rey convocar a su corte a un monje cristiano, un derviche islámico y a un rabino judío y, tras oir sus argumentos, decidió convertirse al judaismo, ejemplo que siguió la mayoría de la corte, convirtiéndose los Khazar en polo de atracción para la diáspora.
El Diccionario...  de Pavic´se convierte en una obra mágica que nos narra los detalles de esa cuestión y nos informa de un cambio espiritual, que coincidió con la época de oro de los Khazar, un pueblo que duerme ese sueño entre el mito y la realidad cobijado por las brumas de la historia.
Todo hubiera quedado en la satisfacción personal de resolver un vacío de conocimiento con respecto a los Khazar, si no fuera por un hecho que me conmovió profundamente y ocurrió unas semanas atrás. 
Me encontraba en San Tomé, Estado Anzoátegui, tenía a mi cargo una exhibición de válvulas industriales en una feria petrolera, ese particular día no había mucha gente, el bochorno de esos llanos orinoquenses y la lluvia, que iba y venía sumía en un pesado sopor el parque ferial.
Me encontraba luchando contra la modorra tratando de leer la Vida de Rossini  de Stendahal cuando una muchacha vestida de blanco y de voluptuosa figura apareció ante mí, venía corriendo de comprar su almuerzo y se guareció en mi stand mientras un corto chubasco borraba el paisaje. 
La joven era una anfitriona de una compañía norteamericana de perforación, que estaba exhibiendo sus servicios y productos no muy lejos de allí.
Entablamos una conversación casual, me alegró dejar a Stendhal por unos momentos para conversar con la hermosa criatura, que resultó ser natural de la población de El Tigre, sus padres eran turcos, de Anatolia; parece ser que en El Tigre hay una próspera colonia árabe y turca.  Era estudiante de tecnología de alimentos y, en sus tiempos libres, ayudada por su gracil porte y simpatía, hacía de anfitriona en eventos para una empresa de relaciones públicas.
Nos caimos muy bien y hablamos de lo humano y lo divino; pero, llegado un momento en nuestra conversación, ella miró al techo de mi carpa, una enorme bolsa de agua acumulada amenazaba con desplomar la estructura de mi exhibidor. 
Me alarmé y traté de hacer algo, ella simplemente me tomó del brazo, sonrió para tranquilizarme, hizo un gesto con su mano, sus dedos trazaron una figura en el aire y pronunció una oración que sonaba algo como umifto tuoyogha ca ifkah ya freto y un golpe de viento hizo que la lona del techo se levantara y raudos chorros de agua se vaciaran inundando los stand de al lado, causando un caos entre mis vecinos.
No salía de mi asombro, le pregunté, incrédulo, si ella tenía que ver con lo sucedido y solo sonrió con picardía; luego quise saber por el extraño lenguaje que había usado y me dijo que eran las únicas palabras que sabía de Khazar, un antiguo dialecto que su madre de cuando en vez usaba... quise indagar más sobre el asunto, le pregunté si podía conocer a sus padres y ese fue mi error... abruptamente terminó la conversación, se levantó y se fue,  a pesar de que la busqué, no la vi más.
No hay día que pase sin que me pregunte si en El Tigre, en el Estado Anzoátegui, algunos decendientes de los Khazar mantengan vivo el recuerdo de los mágicos guerreros. -
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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