lunes, 23 de febrero de 2015

TRINO MÁRQUEZ, LA PARANOIA ROJA

La paranoia de Nicolás Maduro ha aumentado continuamente desde que se adueñó del poder con malas mañas en 2013. Cada cierto tiempo se saca de la manga un intento de magnicidio, un  golpe de Estado o un plan para desestabilizar su gobierno. 

Su tránsito por Cuba cuando era joven y estaba en pleno proceso de formación fidelista dejaron su huella indeleble. El mayor de los Castro era un maestro en el arte de inventar conjuras inexistentes. Cada vez que quería destruir un adversario o encubrir alguno de sus cientos de errores, inventaba una conspiración o un atentado del cual sería víctima. Esta práctica se la transmitió a su pupilo Hugo Chávez a quien se le computaron casi dos decenas de supuestos magnicidios de los cuales nunca hubo ninguna prueba. Las denuncias de los complot estaban asociadas al inicio de una campaña electoral, la caída de su popularidad o al hecho simple de que tenía dos semanas  que no ocupaba el mayor centimetraje en la prensa nacional. El narcisismo siempre era su fuente de inspiración.
                                                                                             
En el caso de Maduro la fuerza motora de sus desvaríos no es la egolatría, sino la inseguridad. El miedo cerval que siente porque ve que la situación nacional se le escapó de la mano. Gerver Torres lo dice en su impecable artículo ¿El golpe avisa?, razones para que el mandatario se preocupe abundan. Ni siquiera su entorno más inmediato lo valora. Comete demasiadas torpezas en lapsos muy breves. No se da tregua.
                                                                                             
Sus más recientes desbarros han sido de antología. Lo han mostrado frente al mundo como un ser intolerante, de una soberbia que no se corresponde con sus ejecutorias, sin el menor sentido del humor, ni de la sindéresis. Es una desmesura haber llamado a los representantes de las empresas españolas más importantes que operan en el país –Repsol, Mapfre, Iberia, entre otras- para pedirles (en realidad, amenazarlas) que intercedieran con la prensa española para que detuvieran lo que él considera un hostigamiento planificado de los medios de comunicación.
                                                                                             
Maduro no tiene ni la menor idea de lo que significa la libertad de prensa e información en la España posterior a la muerte de Francisco Franco. Luego de cuarenta años de una dictadura oscurantista como la que presidió El Caudillo por la Gracia de Dios, la libertad de expresión se convirtió en uno de los valores más arraigados de esa sociedad. El desaguisado fue tan grande que el ministro de Industria y el Canciller abandonaron el melindre de las fórmulas  diplomáticas para sentar en su sitio al extraviado mandatario criollo. En España la prensa es un verdadero poder independiente. No está sometido a las presiones del Gobierno, ni de la Corona. La infanta Cristina y su esposo pueden dar fe de esta  realidad. Maduro anda tan perdido que cree que en la Madre Patria existe algo parecido al Cencoex (antiguo Cadivi).
                                                                                             
El Gobierno venezolano se ha convertido en el hazme reír de América Latina, pero no solo por las razones que anota Jorge Giordani. Maduro se indigna con un caricaturista colombiano que construye una metáfora de Venezuela a partir del Escudo Nacional. ¿A cuál Presidente de la región se le ocurre liarse con un humorista e inventar una campaña internacional de descrédito? A ninguno. Mal que bien, la mayoría de los mandatarios se sienten seguros de sí mismos e indestronables.
                                                                                             
En la línea de las bufonadas se inscribe el golpe de Estado con el Tucán. Los venezolanos merecen fábulas mejor elaboradas, donde los buenos y los malos estén delineados con rasgos más precisos. En gobiernos serios un cuartelazo lo denuncia –con pruebas irrefutables- el Ministro del Interior, el de Información o el de Defensa. Jamás el Presidente, figura considerada la última instancia. Aquí la acusación la plantea el jefe del Estado quien transformó esa clase de imputación en un acto burocrático rutinario más. Para colmo, obliga a la Fuerza Armada –comandada por Vladimir Padrino López- a protagonizar un acto bochornoso de apoyo al primer mandatario.
                                                                                             
La manía persecutoria y la vacilación con la que está ligada empujan a Maduro por la senda del desastre. Hay que decirle que se cuide de Roy Chaderton cuya fama en Latinoamérica no es muy buena que se diga. Las conspiraciones de la ultraderecha mundial que vive ingeniando  para congraciarse con su jefe, solo contribuyen a derretir la imagen internacional del gobernante venezolano.

A Maduro conviene recordarle lo que decía su mentor: Águila no caza moscas.

Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc

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