miércoles, 18 de febrero de 2015

LUIS EDUARDO MARTÍNEZ HIDALGO, COLAS

Desde muy joven, madrugo. Cursé bachillerato en el Liceo Militar “Gran Mariscal de Ayacucho” donde en el primer año ingresé a la banda de guerra con lo cual a las 4 de la mañana estaba en pie para el toque de diana que iniciaba el día. Disfruté mucho mis estudios en la UDO Jusepín pero para cumplir con mis ocupaciones como líder juvenil de AD, en Monagas, fue necesario que mantuviese mi residencia en Maturín por lo que aún oscuro debía esperar en El Banqueado al por puesto que me llevaría a la Universidad. Ya graduado llegaba a mi oficina a las 5 de la mañana y cuando fui electo Gobernador hice costumbre arribar al despacho antes del amanecer para atender, puertas abiertas, a todos quienes conmigo querían hablar.
Sigo levantándome muy temprano para atender mis varias responsabilidades -hace poco, en un programa de televisión el moderador me preguntó cómo podía, con tanto a la vez, a lo que respondí recordando a uno de mis maestros, también ex Gobernador, que exhortaba a que nuestros días fuesen largos y las noches cortas- pero en el camino al trabajo, ya sea en Barcelona, Valencia, Caracas o Maturín, observo con pesar un cambio en el paisaje urbano: se ha vuelto habitual, vergonzosamente habitual agregaría, el toparme con decenas, no pocas veces centenares, de hombres y mujeres, muchas con bebés en brazos, que también madrugan, en colas para comprar “lo que haiga”; algunos, incluso más que madrugan velan porque se han visto obligados a pasar la noche asegurando un lugar que les garantice comprar.
Colas en las afueras de HiperPDVales, Bicentenarios, UNICASAs, Farmatodos, DAKAs, EPAs, JPérezAlemán, colas en establecimientos públicos y privados, colas por pañales, papel tóale, desodorantes, jabón de baño o para lavar, por baterías, cauchos, por azúcar, harina pan, aceite, por neveras o aires acondicionados. Colas que tras salir el sol, se prolongan por horas y se mantienen aunque llueva. Colas donde el tiempo pasa lento y la indignación crece pero, “por ahora”, se traga porque es mucha la necesidad.
Años atrás, durante el denominado “período especial” en la Cuba comunista, observé las largas colas que el cubano de a pie tenía que hacer para adquirir –libreta de racionamiento por medio- lo indispensable para subsistir. Pensé que ese era unos de los males del marxismo a la par que ni me imaginaba que, alguna vez, en Venezuela llegaríamos a pasar por algo semejante.
Podemos dedicar días a discutir acerca de las bondades o desventajas de distintas visiones/escuelas económicas-políticas, escudriñando en los logros o desventuras de variados regímenes de gobierno, analizando el porqué de los avances o retrocesos de diferentes sociedades, pero basta ver al pueblo venezolano humillado en las colas para comprender que el modelo de gestión, que desde hace 15 años largos se adelanta en el país, se agotó.
Las colas, producto del desabastecimiento, junto con la subida descontrolada de los precios –en el 2014, por segundo año consecutivo la inflación de Venezuela fue la más alta del mundo- son la mejor demostración del fracaso de un modelo que, salvo Corea del Norte, todas las naciones del planeta han echado al “basurero de la historia”. El propio Fidel Castro, mil veces citado e intentado imitar el modelo que implantó tras la revolución, señaló recientemente, entrevistado en La Habana por el periodista Jeffrey Goldberg junto a la experta norteamericana en relaciones exteriores Julia Sweig: "El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros".
Goldberg relató, en la revista The Atlantic, que tanta fue su sorpresa que le preguntó a Sweig -una reputada experta en asuntos cubanos- cuál era su interpretación a las palabras del ex presidente, que continúa siendo primer secretario del Partido Comunista. Según Sweig, Castro "no estaba rechazando las ideas de la revolución" sino que se trataba de "un reconocimiento de que bajo el modelo cubano el Estado tiene un papel demasiado grande en la vida económica del país". La analista interpretó que con sus declaraciones Castro buscaba "crear un espacio" para que su hermano Raúl pudiera poner en marcha las "reformas necesarias”.
Ni que decir de China que con la muerte de Mao se olvidaron del dogma para convertirse en la primera economía del orbe, con millones de sus habitantes saliendo de la pobreza cada año y pasando a constituir la más numerosa clase media de la tierra.
No es con decretos, discursos, persecuciones, presos, decomisos, que el gobierno terminará con las colas y el desabastecimiento como tampoco lo hará con el alza de los precios, los salarios de hambre, la inseguridad, los malos servicios públicos, las carencias en salud y educación –para mencionar solo lo que la gran mayoría de los venezolanos identifica como sus problemas más importantes- es comprendiendo primero que marcha por el camino equivocado, cambiando de rumbo inmediatamente después e incorporando a todos los sectores de la vida nacional en el complejo proceso de reconstruir al país. De que es posible, ejemplos sobran: basta con ver a nuestros vecinos Colombia, Ecuador, Chile y hasta Bolivia y Nicaragua, cuyos pobladores hoy exhiben niveles de vida muy superior a los de años atrás.
Luis Eduardo Martínez:
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@rectorunitecve

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