martes, 3 de febrero de 2015

GERMAN CABRERA, UNA HISTORIA BONITA

Un buen señor decide construir un edificio en una zona popular de Caracas. Emprendedor él, logra conseguir tras mucho esfuerzo los materiales fundamentales para tal empresa como cemento, vigas y cabillas, pese al desabastecimiento feroz derivado de las expropiaciones, latrocinios y depredaciones de La Revolución.

Luego llega a acuerdos monetarios con los capos de uno de los tantos Sindicatos de la Construcción,  organizaciones lucrativas propiedad de adeptos al gobierno, cuyas tareas básicas son la venta de puestos de trabajo y el asesinato de la competencia.
Una vez resueltos estos problemas, y tras largos meses de esfuerzo, el buen señor observa orgulloso su obra casi terminada.
Pero hete aquí que en una madrugada cualquiera llegan dos camiones ocupados por hombres armados y muchas mujeres con innumerables infantes en brazos a manera de escudo intocable. Cortan cadenas, destripan candados, desguazan cerraduras, corren a patadas al vigilante y se apropian del edificio. Aquél grupo no está constituido por desamparados con hambre, es otro exponente del facilismo codicioso en la era revolucionaria: invasores profesionales que una vez instalados negociarán su nueva propiedad.
De inmediato despliegan desde las ventanas largas pancartas en las que se lee: “No somos ladrones ni escuálidos, somos chavistas. Ocupamos este edificio porque no tenemos casa y nuestros hijos la necesitan. Quisiéramos pagar por estos apartamentos pero no contamos con el dinero suficiente. Solicitamos ayuda del Presidente y de La Revolución”.
El señor no puede creer que aquello le esté sucediendo a él que tan bien ha manejado las relaciones con el oficialismo. De manera que, armado con sus razones innegables acude a las autoridades y, después de meses de trámites engorrosos y entrega de recaudos, el Poder Judicial falla a su favor y emite orden de desalojo.
Pero pasan las semanas y nadie cumple la orden. Ni la Policía Bolivariana, ni la Estatal, ni la Municipal, ni la Guardia del Pueblo, ni Las Milicias Populares, ni las Fuerzas Armadas son capaces de ponerle el cascabel al gato.
Entonces el buen señor, a través de los oficios de un familiar enchufado, consigue una cita con un altísimo funcionario ministerial, General para más señas, quien le plantea la imposibilidad de que algún organismo estatal lleve a cabo el desalojo vistos los costos políticos de esa medida. Luego le entrega un número de teléfono. –Hable con esta gente, ellos pueden resolverle el problema. Son miembros de un Colectivo- dice.
De manera que el asombrado señor se comunica con La Gente del Colectivo les explica la situación, paga y queda a la espera.
Días después, algunos miembros del Colectivo acuden al edificio y solicitan a los invasores la desocupación del inmueble pero no  sólo reciben insultos sino que además son despedidos a pedradas.
De inmediato los ocupantes construyen una barricada inexpugnable en la entrada principal.
Pasan dos semanas sin que nada suceda hasta que una noche un enorme camión embiste la barricada. Vuelan vigas, barriles, palos, rejas y varios hombres armados entran al edificio a plomo limpio. Mueren dos, tres, cuatro invasores, el resto es desalojado a empujones y sus pertenencias arrojadas desde las ventanas.
El buen señor recupera su edificio, los muertos, muertos quedan y nadie investiga nada. Es un procedimiento normal.
Estamos en Revolución.
German Cabrera
german_cabrera_t@yahoo.es
@germancabrerat

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