Venezuela transita por el camino de la
intolerancia y la represión, olvidando que la tolerancia es una normativa de la
vida social que permite la convivencia pacífica y el reconocimiento de la
disidencia política, la tolerancia sólo acepta la libre manifestación del
pensamiento y la persuasión, constituye un elemento práctico para la solución
de las controversias sociales y políticas, la intolerancia es un obstáculo para
el desarrollo de la vida social a la cual convierte en inhumana, indigna e
insoportable, no respeta la legalidad de los derechos a la libertad, al
pensamiento y a la igualdad ante la ley.
Vivimos un período de crisis, incertidumbre y
descomposición política. La intolerancia, con su cinismo, engaños y represión,
dificulta las acciones políticas de la sociedad civil sólo porque contrarían
sus propósitos; no da cabida al
ejercicio político democrático; en Venezuela, una las características más
notables de la política gubernamental ha sido el abandono progresivo de la
constitucionalidad y de los principios básicos de los derechos humanos y esta
actitud sistemática si no se detiene a tiempo puede ser devastadora para
el país, hay que observar el aumento persistente del cinismo, las
amenazas diarias, el continuo proceso de engaño y chantaje en procura de evitar
las opciones democráticas, simplemente una “estafa política”.
La intolerancia es la incapacidad para
entender que no se tiene toda la razón, que es una imprudencia política la
altanería verbal, actuar siempre mediante el “yo ordeno, yo mando”, ese tipo de
gobernante tiende, rápidamente, a encontrarse solo por causa de su misma
intransigencia en negarse a reconocer que la tolerancia es, ante todo, una
virtud cívica.
La intolerancia crea un vacío de
gobernabilidad, Carlos Fuentes dijo: “La política como la naturaleza, no tolera
el vacío”. Si ese vacío no lo llena la democracia, la libertad y la legalidad,
va a ser ocupado por acciones extremas, producto de la lógica perversa de la
represión en detrimento de los derechos humanos, negando el grado de
legitimidad de la sociedad civil contra los detentadores de un deslegitimado
poder político, con un marcado pragmatismo de interés personalista y una
intolerancia enmarcada en las estrategias de los obsecuentes tránsfugas de
turno, lo que ha favorecido el proceso de debilitamiento de la credibilidad en
la clase gobernante, tanto nacional como internacionalmente. El gobierno tiene una psicosis funcional producto de la
paranoia o reiterada actitud de quienes manifiestan trastornos de carácter que
engendran una agresividad permanente. Esa agresividad, esa fijación mental
sobre el fantasma del golpe y la implacable persecución a la disidencia
-Farmatodo-Día a Día- es consecuencia de un odio en cuyo interior late el
miedo, la inseguridad y la impotencia para mantenerse en el poder, de allí que
el intolerante se escude siempre tras una supuesta coherencia consigo mismo,
con sus ideas, no acepta corregir rumbos a la luz de los nuevos
acontecimientos, del clamor popular, no duda en conculcar el orden ético y legal,
se cree omnisciente y que le corresponde realizar su “verdad” mediante el uso
de la violencia física y psicológica.
El poder del gobierno tiene límites expresos
en la legislación, en la medida que
excede de ese límite, su ejercicio es abusivo e ilegítimo, el pueblo repudia
como malo todo lo que le atropella o menoscaba sus derechos, por ello,
conjuntamente, con urgencia y perseverancia, debemos seguir luchando por la
democracia. El esfuerzo valdrá la pena si lo asumimos todos, no podemos dejar
vencer a la intolerancia.
Fernando
Facchin Barreto
ffacchinb@gmail.com
@fernandofacchin
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