Hay que avanzar hacia
las parlamentarias sin mirar a los lados
Parte de las clases
alta y media, semiintelectuales aficionados, managers de tribuna, consideran la
política un oficio vil, sin calificación específica, digna de buenos para nada.
En el triste pasado cuando las elites suicidaron la democracia, se habló de que
debía gobernar un gerente en vez de esos infelices, pero cuando le tocó, duró
24 horas. Esos grupos con toda superficialidad le adjudican a los políticos y
los partidos las miserias de la condición humana.
Señores y señoras que ponen
cuernos, mecánicos que cobran repuestos sin cambiarlos, empresarios que viven
del gobierno, profesores y estudiantes que no trabajan ni estudian, dicen que
la política es sucia. Hay múltiples razones para esta ojeriza, entre otras que
los políticos, a diferencia de los ciudadanos en general que disfrutan de la
privacidad de sus vicios, están sometidos al escrutinio y sus defectos son de
conocimiento público.
Pero hay otra de fondo. Un trabajo de hace un tiempo
sobre la teleaudiencia en EEUU, decía que cuando aparece un líder en pantalla,
jefes de familia de grupos educados y altos sienten competida su autoridad
frente al grupo y tienden a descalificarlo.
Entonces se oye:
“¡¡ese es un ladrón, un ignorante!!”. Isaiah Berlin es uno de los pocos
pensadores teóricos que entendió en profundidad la contradictoria substancia de
la política, la reina de la acción humana muy por encima de todas las demás.
Para explicar su naturaleza, pone este ejemplo: por razones de vida o muerte
alguien tiene que atravesar con un autobús un río furioso y el puente está a
punto de ceder. Un ingeniero hará cálculos sobre el empuje de la masa de agua y
la resistencia de los materiales. Los encuestadores enviarán unos muchachos de
la oficina a contar cuántas personas creen que deben pasar y cuántas no, y que
se haga lo que diga la mayoría. Un politólogo aplicará la teoría de toma de
decisiones para saber el mejor modo de resolver.
Se cae el puente…
¿Qué hago? Mientras, el puente se
derrumba. Pero alguien había evaluado rápidamente los peligros y las
posibilidades, hizo la estimación general, decidió arriesgarse y pasó.
Ese es un gran
dirigente. Se distinguen de los aventureros irresponsables porque los “buenos”
líderes aciertan más que se equivocan y cuidan la integridad de sus fuerzas,
con ayuda de una diosa esquiva, la Fortuna. Churchill chanceaba que el éxito es
la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Los
políticos menores ocasionan grandes daños, tragedias, matanzas, fracasos.
Siembran el camino de oportunismo, mentiras y “viveza”, o se quedan en él sin
asumir responsabilidad. La diferencia irreconciliable entre la tarea del
político y la del científico la establece Weber y es la misma que hay entre un
boxeador y un crítico de boxeo, entre el campeón mundial peso pesado Vladimir
Klichtsko, y el inmortal manager y representante Don King.
A King nunca se le
ocurrió ni se le hubiera ocurrido subirse al ring, pese a saber más que nadie
de boxeo. Y más allá, el público siempre tiene ideas geniales sobre lo que
deben hacer entre las cuerdas: ¡en el hígado!, ¡búscale la ceja!, ¡túmbale los
brazos! (algunas muy escuetas: ¡mátalo!). Y desdichado del boxeador o
entrenador que les preste atención y abandone su estrategia. Al final no
importan los vítores a lo largo de los quince rounds, sino ganar la pelea. Eso
recuperará el amor de los fanáticos, como hizo Cassius Clay en el combate de
Suráfrica a partir del octavo asalto o Dicky Eklund, el que tumbó a Sugar
Robinson según cuenta la película El boxeador.
Sensación y
sentimiento Hay una diferencia abismal,
además, entre la “lógica ciudadana” y la “lógica política”. La primera es
emocional, episódica, pugnaz, sentimental y moralista. Al contrario, la segunda
es racional, estratégica, negociadora y pragmática. Los políticos deben decidir
sin pasión lo que conviene, conjeturar las consecuencias, prefieren acuerdos en
vez de conflictos, -como prescribía Tzun Tzu-, y hacen a veces lo que
escandaliza la moral convencional. Se escribió que el comando aliado en la
Segunda Guerra engañó a sus mujeres agentes en Francia. Les informó que la
invasión sería por Calais, ¡y luego propiciaron que algunas cayeran en manos de
los nazis! Como se sabía que las mujeres preferían morir en la tortura que
delatar, cuando algunas gritaban “¡Calais!”, en espeluznantes suplicios, la
Gestapo se convencía que la invasión sería por ahí. Así engañaron a los nazis.
Hay que dirigir lo
más importante del esfuerzo hacia ese amplio desprendimiento chavista que no se
deja ganar por la alternativa. En situaciones parecidas de deterioro y miseria,
Chamorro, Havel, Walesa, Yeltsin y otros triunfaron primero al crear optimismo
y emoción sobre el futuro.
Hay que avanzar hacia las parlamentarias sin mirar a
los lados. Un mensaje suicida se trasmite si grupos de la MUD dicen que la cosa
está muy fea para hablar de elecciones -ojalá Maduro y Padrino no compren la
idea. Eso explica por qué el proceso está paralizado. Algunos siguen con la
estratagema de buscar salidas sustitutas de las parlamentarias, para que los
partidos no sean los protagonistas del cambio, sino personalidades escogidas por
eventuales militares golpistas.
Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
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