lunes, 2 de febrero de 2015

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, ECONOMÍA DE GUERRA

A decir del concepto que alude a la mentada “guerra económica”, no existe forma alguna de ser seriamente demostrada. Ni sus implicaciones, ni tampoco su sentido pues como tal no existe.
ECONOMÍA DE GUERRA
Las diferencias fundamentan las realidades sobre las cuales se depara la vida en todas sus manifestaciones. Nada queda por fuera de las apreciaciones que todo individuo, en razón de sus habilidades, apetencias, experiencias o conocimientos, está en capacidad de dictaminar ante la necesidad de elegir, seleccionar o preferir entre una gama de alternativas o posibilidades. El dictado popular que reza “entre gustos y colores no han escrito los autores”, deja ver lo que puede suscitarse al momento de considerar o escoger una opción entre otras.
Este exordio vale a manera de explicación sobre los diversos problemas que se plantean en el contexto de las diferencias obvias que se dan en todo conjunto de razones o consideraciones de una realidad en particular. En el ámbito de la política, resulta un tanto utópico precisar un punto en el que sea posible construir algún mecanismo que permita canalizar diferencias ante la idea de conciliar puntos de vista alrededor de un problema que comprometa decisiones. Sobre todo, si se atiende el concepto de política del escritor inglés John Morley, quien asintió que “la política es un campo en el que la elección oscila constantemente entre dos desaciertos” lo que agudiza la situación en la que conviven las diferencias y cohabitan los conflictos.
En el país, este problema produjo una implosión cuyo efecto alteró la estructura del tiempo y del espacio político nacional. El hecho de haber estimado el régimen que la razón del desajuste de sus planes de “refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica (…)” estuvo en la supuesta “guerra económica” asistida por “el Imperio y las huestes apátridas de la burguesía criolla”, no sólo cae en lo absurdo en la perspectiva de la lógica política. También, en el tremedal de ambigüedades de las que se vale la política cuando su ejercicio sólo puede definirse con una palabra: engaño.
En este sentido, hablar de guerra económica se convirtió para el régimen en el pretexto de mayor fuerza discursiva para solapar problemas de índole económico causados por la negligencia, la indolencia y la intención de inculpar a otros para evadir acusaciones que apuntan al problema de la ingobernabilidad a la cual se llegó a consecuencia de la incapacidad del gobernante  verificada inicialmente por dos vías. La primera, hallada en los resultados de la gestión de gobierno en relación con la dificultad que encierra el proyecto socialista de gobierno. La segunda, se encuentra en la exaltada ambición de conservar el poder sin mediar ni medir consecuencias. Salvo las animadas por apetencias personalistas y el afán de repudiar todo aquello que ponga al descubierto la oquedad de la cacareada “revolución bolivariana”.
A decir del concepto que alude a la mentada “guerra económica”, no existe forma alguna de ser seriamente demostrada. Ni sus implicaciones, ni tampoco su sentido pues como tal no existe. Y si la misma no existe, pues tampoco existen razones para incriminar a quien no tiene responsabilidad alguna por el nefasto servicio público que brinda el régimen. Más aún, luego del descalabro cometido por estos gobernantes en perjuicio de la Norma Suprema mediante la aprobación de leyes y reglamentaciones a despecho del deterioro económico alcanzado y de las debilidades padecidas.

Esta imaginaria “guerra económica”, sólo sirve para desviar la atención de un país agudamente polarizado y violentado en términos de su institucionalidad democrática. Aunque en verdad ha arrastrado problemas sociales, culturales, políticos y administrativos gubernamentales. Pero ninguno, de la condición y magnitud del que ocupa lo que realmente sufre el venezolano y que es el económico. De ahí que en cuestión de diferencias, y tratándose de que las mismas sirven de “carne de cañón” a intenciones demagógicas, no hay duda de que cuando se habla de “guerra económica” cabe mejor, por legítima pertinencia, la expresión que de verdad tiene entera cabida en la realidad venezolana cual es: economía de guerra.
VENTANA DE PAPEL
¿HASTA CUÁNDO?
A pesar de que muchos de los actuales jerarcas gubernamentales hicieron pasantía legislativa en la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución vigente, no entienden muchos de sus preceptos. ¿O es que la ineptitud puede más?. El punto es que estos mismos personajes toman decisiones a contrapelo de lo que pauta la Carta Magna. El Estado venezolano no puede tomarse atribuciones para bloquear la dinámica que establece la economía en su particular movilidad. (Léase artículo 112) Los derechos económicos son inquebrantables.
Sin embargo, por aquello del controvertido socialismo, equivocadamente comprendido y peor aplicado, estos agentes del régimen quieren imponerse por encima de la legitimidad que provee la norma constitucional. Con el cuento de buscar una justicia socialista por lo que su gestión interventora o de arrebato es apoyada por el pueblo en todas sus determinaciones o argucias, pretenden vulnerar el funcionamiento de sectores de la producción nacional cuya productividad, difícilmente, el régimen sabría alcanzar. De esta forma decidieron intervenir empresas con los resultados que hoy dan cuenta de la incapacidad que los caracteriza para llevar adelante la cantidad de promesas con las que llenan discursos y planes de acción.
De hecho, el problema del desabastecimiento que tiene trancado al país económico, amarrado al país político, embrollado al país social y atrasado al país tecnológico, es responsabilidad exclusiva y absoluta de las inoperantes y bizarras decisiones del régimen. Todos y cada uno de los momentos que debe cumplir la producción, desde la asignación de divisas para la adquisición de materia prima, reemplazo de equipos o material de suministro, hasta los permisos para la distribución, transporte y comercialización, pasan por manos de estos agentes del régimen. Particularmente, el problema creado como resultado de tan desproporcionadas medidas de una política económica perversa, es más sensible en áreas productivas relacionadas con la elaboración de productos para el consumo diario de la dieta del venezolano. Pero además, en productos que componen la cadena de construcción de soluciones habitacionales. Esto ha traído cambios negativos en el comportamiento del venezolano. Desde cambios en el patrón de consumo, pasando por otros en la actitud hospitalaria, de tolerancia y de solidaridad del venezolano lo cual enreda más el problema de inseguridad que confronta cada día y en todo lugar.
En medio de esta situación conviven múltiples problemas cuyos efectos generan el mismo tipo de alarma: escasez y desabastecimiento que parecen ser cuñas del mismo palo. Caras de la misma moneda. O sea, de un bolívar desfortalecido y abandonado. Mejor dicho, son reveses originados por la condición maula del régimen sin que hasta ahora haya podido manejar tan caótica situación que terminó distorsionando la cultura social y hasta la manera de entender la propia teoría económica. O es acaso un problema de resignación o conformidad en cuanto a lo que implica padecer de escasez y desabastecimiento ¿Hasta cuándo?

“Cuando un gobierno apela a la mentira para desviar la atención de la sociedad de alguna crisis que compromete seriamente su estabilidad tanto como el devenir de la nación, es porque sus gobernantes saben que sus horas están contadas”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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