miércoles, 28 de enero de 2015

VLADIMIRO MUJICA, LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO

Otro ciclo de travestismo político en Venezuela ha sido finalmente consumado. Desde sus orígenes como una pequeña organización cívico-militar de conjurados, presumiblemente nacida para superar las carencias de la democracia representativa y detener el proceso de exclusión y empobrecimiento del país, transformada en el camino en un amplio movimiento popular, el chavismo ha devenido oligarquía corrupta cuyos intereses de permanencia en el poder coliden abiertamente con los intereses del pueblo venezolano.

Probablemente entre tantas cosas importantes que ocurren en Venezuela, ya nadie recuerde el discurso de fin de año del presidente Nicolás Maduro, recurriendo a una cita de Albert Einstein, que ya había sido empleada por el vicepresidente Arreaza, sobre el significado de la crisis. 

El acto de cinismo que representa el pretender apoderarse de un pensamiento del gran científico y humanista (a quien probablemente se perseguiría si trabajara en el IVIC) por gente que desprecia profundamente el talento y la inteligencia, para justificar sus desatinos como gobernantes, es verdaderamente enervante. Las crisis auto-infligidas provocadas por incompetencia en la conducción de los asuntos públicos ciertamente no caen bajo los eventos positivos a los que Einstein se refería. No hay absolutamente nada meritorio ni digno en destruir la riqueza y el patrimonio de una nación, generar un conflicto, y luego pretender enaltecer la crisis provocada como si se tratara de una bendición que nos hará fuertes y mostrará lo buenos y trabajadores que somos los venezolanos. Y si, como señala Einstein, y que Maduro reseña como si se tratara de una realidad externa a su gobierno, la verdadera crisis es la incompetencia, entonces sabemos exactamente a qué atenernos en el caso venezolano.

La usurpación y tergiversación de palabras que no les son propias, con el propósito de confundir, engañar y retorcer la historia es de proporciones bíblicas. Ya sentenció San Pablo en 2 Corintios 11: “13 Porque éstos también son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. 14 Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. 15 Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras”. Muy poco hace falta añadir a la descripción de la conducta de la oligarquía chavista que se puede obtener de la sabiduría atemporal de la Biblia; quizás solamente que se requiere un grado importante de retorcimiento ético y moral y de una gran voluntad de manipulación política en gente que ostensiblemente dedica mucho tiempo a pensar lo que dice y a construir realidades a su medida.

Hasta qué punto se ha consumado una traición histórica, monumental, contra el pueblo venezolano puede ser calibrado adecuadamente a través de una simple comparación entre la Venezuela que recibió Chávez y el desastre de país sobre el que preside Nicolás Maduro. Si uno quisiera resumir en una sola línea lo que ha ocurrido tendría que decir que todo lo que antes estaba mal está peor, y todo lo que podía servir para que superáramos las indudables carencias de la democracia surgida del Pacto de Punto Fijo está en peligro de desaparecer. No es solamente la destrucción de la economía sino el empobrecimiento del espíritu nacional, de nuestra gente, en todas sus dimensiones.

Viendo la naturaleza de la hecatombe nacional, mucha gente todavía se pregunta: ¿Será que el gobierno no se da cuenta de lo que está pasando? A esta duda yo he optado por responder sin miramientos: No es solamente que se dan perfecta cuenta de lo que ocurre sino que la conversión de la existencia de los venezolanos en un mero ejercicio de subsistencia es un elaborado y diabólico modelo de control de la sociedad. La lógica detrás de este razonamiento es muy simple y ha sido probada en otros experimentos políticos de control social: En la medida en que la gente debe preocuparse de todas las miserias e indignidades imaginables para capear el temporal de la crisis generada por la incompetencia y la corrupción de quienes dirigen el país, en esa misma medida pierden energía para intentar cambiar su destino.

La última de las falacias que vale la pena confrontar es la que sostiene que la crisis que está experimentando Venezuela tiene sus orígenes en la caída de los precios petroleros. Nuestro país pudo afrontar en otros momentos de su historia precios inferiores a 10$ el barril sin colapsar. Lo que es distinto ahora es que durante la larga noche del chavismo se ha exacerbado el rentismo petrolero, uno de nuestros vicios culturales más acendrados, a niveles alucinantes. En esto, como en otras cosas, lo que se encontró mal se entrega peor.

Nos aproximamos a un inevitable momento de inflexión, porque el modelo chavista de manejo del país simplemente no da para más. Los escenarios en que esta situación se puede resolver son todavía inciertos, e incluyen por supuesto la radicalización represiva y violenta del gobierno. Pero en cualquiera de los casos será indispensable que las fuerzas democráticas del país se asuman como resistencia ciudadana y dejen de percibirse simplemente como oposición, lo cual requiere un determinado respeto a las reglas del juego democrático y a la separación de poderes que ya no existe de facto en Venezuela. Ambas conductas están permitidas por nuestra Constitución y a ella debemos apegarnos para invocar la combinación de “calle y voto” que constituye la orden del día para enfrentar la traición al pueblo.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica

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