SIMON GARCIA |
Se avizora otro año terrible. Uno
quisiera que la situación fuera más prometedora. Pero la realidad se impone con
la contundencia de los hechos. La mayoría de las predicciones contienen
descripciones duras sobre la involución económica que se nos viene encima. La
conclusión es que habrá más calamidades para todos, aumento de las
desigualdades y mayores injusticias.
A todos nos gusta pensar que la
crisis no tocará a nuestras familias y que no nos afectará personalmente. Pero
es ilógico suponerlo. El 2014 nos enseñó que todos pagamos los errores
gubernamentales con escasez, encarecimiento vertiginoso de los productos,
inseguridad o malos servicios públicos.
La disparidad entre el sueldo
promedio y el costo de la vida obliga a millones de familias a recortar gastos
en renglones básicos como alimentación, ropa y calzados. Ganar menos de dos
salarios mínimos significa oscilar entre la subsistencia mínima y la pobreza.
Ese es uno de los motivos por lo que se acelera la fuga masiva de talentos. Los
otros dos son el temor a morir en manos de la delincuencia y la percepción de
que el país carece de futuro si continúa el rumbo actual.
El choque de la crisis es tan
demoledor que la gente apuesta a que este año ocurrirá algo que impida que el
país siga como va. Pero el gobierno no va a realizar el menor viraje como lo demuestra la renuencia a
adoptar las medidas económicas que cada cierto tiempo anuncia para calmar la
inquietud general.
Pero si el 2014 fue terrible para
Venezuela, para el proceso “revolucionario” fue peor. Las peleas dentro del
oficialismo condujeron a la salida de ministros poderosos y paralizaron las
decisiones más importantes. En el plano internacional perdió el estrellato y
recibió golpes sensibles, cuyos morados irán saliendo progresivamente. El
régimen se quedó sin modelo, dado el inocultable fracaso del comunismo a la
cubana y el cambio de política de los Castro respecto a EEUU.
El gobierno luce agotado y sin
soluciones tanto para su proyecto como para el país. El tema de la transición
está en su agenda. Pero como su objetivo central es la perpetuación en el poder
tenderá a reforzar el control sobre la sociedad y aumentar la dependencia de
los ciudadanos respecto al Estado. Su idea de transición es regresiva: más
socialismo autoritario en todos los planos. Pero no todos los sectores
oficialistas están dispuestos a mantenerse en el poder por medios y variables
que signifiquen seguir vulnerando la Constitución y los derechos. Suponemos que
estos sectores adquirirán el 2015 un mayor y mejor protagonismo, dentro y fuera
del PSUV.
Por otra parte, cada vez más
ciudadanos llegan al convencimiento que está casi cerrada la posibilidad de una
rectificación del Presidente e incluso de la instancia gubernamental, lo que
conduce a la única buena escogencia: preferir los intereses del país a la
aislada intención de mantener el actual modelo.
Ha nacido una nueva mayoría,
incluyendo a un 40% de los seguidores del oficialismo, que buscará encontrar en
el 2015 una identidad que vaya más allá de definirla como una oposición. Esa mayoría reclama una visión precisa sobre
la clase de sociedad a la que se quiere llegar, unas propuestas concretas sobre
cómo enfrentar la crisis asegurando el mayor bienestar posible para los que no
tienen bienestar y una estrategia que incorpore a todos los venezolanos en la
tarea de reconstruir las instituciones renovándolas.
Las condiciones están dadas. La
cúpula oficialista, como dice el personaje central de la novela Después del
banquete, ya no tiene ni el dinero ni los sentimientos de la gente. Dos armas
que según Mishima constituyen el sostén de toda política.
Habrá que esperar el primer
trimestre para saber si el liderazgo de la oposición, los partidos y las
organizaciones de la sociedad civil, tienen la voluntad para levantar una
alternativa que pueda expresar a la nueva mayoría. Si no ocurre un cambio de
fondo en la oposición, seguiremos en más de lo mismo, para mala suerte de
Venezuela.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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