MIGUEL BAHACHILLE M. |
Todo
gobierno, hasta el más radical, se esmera por mantener los indicadores
universales de bienestar en positivo como aval para preservar el poder. Salud,
educación, agricultura, seguridad, industria e infraestructura, son factores
que determinan el éxito o fracaso de la gestión pública. El régimen está
reprobado en todas ellas. No se conoce plan alguno que fije los elementos
esenciales de desarrollo a considerar ni los que pueden ser postergados. La
sosería de autodefinirse socialista o revolucionario, relevó lo sustancial:
"el progreso". Se ha creado en 15 años un vacío institucional tan
enorme que ni siquiera podemos instituir hacia dónde vamos.
Entramos
al 2015 más cerca del suelo que de la cima ficticia glorificada por la
propaganda oficial. Maduro ni siquiera conoce cuáles son los componentes
escabrosos de su gobierno; por lo tanto no puede precisar cómo acometerlos. Por
el contrario, con su proceder está incrementando aún más la crisis sustentada
por una utopía que supo comercializar un excelente vendedor.
El
ególatra ocultó la crisis en cierne durante tres quinquenios porque pudo
ostentar "riquezas" con las que compró conciencias que le auparon a
cultivar su destructiva vanidad. Estuvo 15 años mirándose el ombligo mientras
se degradaba la condición social sobre todo del más humilde. Todo esfuerzo será
inútil si en este año continúan las incongruencias de este modelo y si se
persiste en separar "el Sistema" de los hombres que la conducen. Uno
de los peores daños, entre muchos, es que parte del componente social percibe
la democracia de hoy como una entidad vacía. Aunque la gente la practique, en
el fondo, está dejando de creer en ella. Ha habido cierta corresponsabilidad
entre una dirigencia oficial fútil y codiciosa y un pueblo impasible y anuente.
La
conducta voluntarista e individualista instituida a partir del 2000 viabilizada
por los altos precios del petróleo operó como la alucinación del mito del
Dorado. Su consistencia y suficiencia, a modo de oro negro, como recurso único,
se desvanece hoy ante la caída del precio de los combustibles y por la compleja
realidad del país. Los procesos se han enmarañado más allá de lo predecible. En
plena crisis, no obstante las exigencias sociales en ascenso que a diario se
observan, el régimen sigue simulando candidez.
El
Gobierno cree que a través de una intensa publicidad puede demostrar que
"su éxito está en orden" en materia de seguridad y suministros, entre
otros. Trasluce una conducta escurridiza como si así se solventarían los
conflictos. Esas reglas de evasión, propias de su aturdimiento hunde al país.
Su gestión autoritaria expresada por controles, fijación compulsiva de precios
y cierre de comercios e industrias, predicen un año duro con mayores yerros que
aciertos. La insuficiencia de la familia venezolana para cubrir sus gastos
primarios no soporta más "dilaciones revolucionarias".
Una
de las mentes más lúcidas del siglo XX, Mariano Picón Salas (1901-1965),
calificó la sentencia criolla jefe es jefe como violenta y fatalista para
referirse no solo a los caudillos y caciques, sino también a algunos escogidos
y los autodenominados "eruditos". No pocos nacidos y formados en
democracia aún echan mano de esa cosmología impolítica. Se hacen recaderos de
esa cómoda corriente para alejarse de las trabas que afectan a la mayoría en
los campos político, económico y cultural. Esa aciaga abstracción, bastantemente
detallada por la historia trae, como ha ocurrido otras veces, indeseables
reconcomios y violencia.
El
país no dispone de tanto espacio, tampoco de tiempo, para seguir soportando los
desaciertos del Gobierno que insiste en conducirse con sobrestimaciones e
ilusiones tendientes a institucionalizar la miseria como estándar de vida.
Miguel
Bahachille M
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
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