JOSÉ DOMINGO BLANCO |
Luego de unos días, alejado de mis
actividades laborales cotidianas, retomo poco a poco el ritmo, sorprendido al
ver como la lentitud que caracteriza a enero, se ha recrudecido y empañado con
muchísima tristeza y altas dosis de preocupación. Pero es que incluso, las
fiestas decembrinas no fueron muy distintas. Ni remotamente se acercaron a lo
que conocimos en otras épocas. Claro que vi hallacas y no faltó el pan de
jamón; pero, la alegría, esa que se acompañaba con cohetones y fuegos
artificiales, se vio mermada, según algunos amigos, por los altísimos costos,
la escasez de productos y el panorama desolador de un 2015 que amenaza con ser
muy cruento. Caracas, como suele pasar en los asuetos, quedó vacía; pero, en
todos los aspectos. Sin tráfico, sin gente, sin comida y sin ánimos de fiesta.
Así, vi transcurrir los días de navidad y así veo que transcurren estos
primeros días del mes.
Recibo con entusiasmo a la familia y a la
gente querida que logró pasar las navidades fuera del país –una hazaña que en
estos tiempos, no es muy fácil de lograr. Escucho los cuentos y me sorprendo al
comprobar cómo los regalos y recuerdos que ahora se traen del extranjero
pasaron de llaveros, franelas o perfumes a medicinas, champú o afeitadoras.
Incluso, algunos amigos, muy osados ellos, relatan entusiasmados que trajeron
aceite, lavaplatos y leche, a pesar del riesgo que corrían porque en el
aeropuerto de Maiquetía suelen desvalijar las maletas. ¡Así de distintas están
las cosas! Esos son los nuevos hábitos del viajero venezolano. Una colega, que
estuvo reunida con su familia en México, me dice que lo primero que quiso
visitar no fue la Basílica de la Guadalupe, ni el Paseo Reforma, mucho menos la
Plaza Garibaldi para escuchar mariachis y tomar tequila. Lo primero que visitó
fue una farmacia porque desde hacía rato, aquí en Venezuela, no encontraba la
pastilla que toma para regularse la tensión. Sus relatos están cargados de
descripciones; pero, de lo repleto de los anaqueles, de la variedad de
productos, de la libertad para comprar lo que se desea y cuando se desea –ah,
eso sí y sólo si Cadivi, lo permitía. Pasar la tarjeta de crédito en el
extranjero, encierra unos segundos aciagos, de oración silente, donde se ruega
al cielo no pasar la pena de que el cajero de la tienda diga que la transacción
fue rechazada. Historias de viajes que esconden la añoranza por una Venezuela
que alguna vez también fue así: repleta, libre y abundante. Una Venezuela sin
colas, sin escasez y sin tristeza colectiva. Porque, definitivamente, la
melancolía es contagiosa. Pero qué difícil evitar el contagio. Hasta nuestros
jóvenes están dejando de reír y los embarga la preocupación de un futuro
incierto que amenaza con hundirlos en el fracaso.
Pues mi familia, mis amigos y mis colegas que
lograron viajar –un privilegio, sin duda alguna- todos, sin excepción,
regresaron con las maletas cargadas de pastillas, jabones, comida y
detergentes. ¡Y esos fueron los recuerdos que recibí de cada uno de ellos! Por
demás, muy agradecido por tan preciados (valiosos y escasos) obsequios. ¿Quién
lo diría, no? Pareciéndonos cada vez más a los cubanos.
En estos primeros días de enero en los que,
por lo general, se desea un feliz año nuevo, me cuesta mucho ser optimista;
porque, la sensación predominante que percibo en todas partes no es de júbilo
ni de entusiasmo. Hoy, como nunca, todo es tan incierto que siento aires de
pésame. En Venezuela, la gente hace cola buscando su país. Pero, también hay
otros que, resignados, hacen horas y horas de cola sólo para comprar un paquetico
de papel toilette. ¿A eso queremos quedar reducidos? ¿A ciudadanos vejados,
preocupados sólo por limpiarnos el trasero? La gran plasta no la hemos puesto
nosotros, sino unos incapaces empeñados en un modelo fracasado que nos
transformó en una sociedad cada vez más pobre y miserable.
Recientemente, recibí un audio en el que se
escucha a un sacerdote en su sermón dominical clasificar a los venezolanos de
hoy en dos tipos: los conformistas y los cobardes. Conformistas a aquellos que
se acostumbraron a las colas y las justifican; y cobardes a quienes se esconden
en sus casas a esperar que en las redes sociales anuncien que Maduro renunció.
Y remataba sus palabras invitándonos a reaccionar. Pero, lo que me sorprendió
no fue su calificación sino que, casualmente, en un discurso que escribiera
Jorge Olavarría en 1999, éste nos alertara sobre lo que le esperaba al país en
manos de Chávez y se preguntase–y cito textual sus palabras-
“¿Qué más se puede decir para sacudir a los venezolanos que me escuchan y sacarlos de su apatía, de su conformismo, de su cobardía cívica? ¿Para alertarlos de lo que puede suceder y va a suceder si se deja pasar lo que se está diciendo y haciendo?”… ¡qué no sean el conformismo ni la cobardía los nuevos atributos que nos caractericen a los venezolanos!
José Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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