miércoles, 28 de enero de 2015

GUSTAVO CORONEL, PATRIA PORTÁTIL

La patria es una suma de  lugares, gente e  historia. La naturaleza de estos tres componentes nos intensifican (o atenúan) nuestra identificación con ella.

Soy un amante del Ávila, de los Andes,  de los pequeños pueblos y los grandes ríos. Como decía el Reinaldo Solar de Gallegos, levantarnos cada mañana frente al Ávila nos llenaba de entusiasmo para la tarea. Caminar entre la fría neblina de Santo Domingo era un tónico para nuestro espíritu. Sentarme bajo la sombra de un inmenso árbol de cotoperiz (Talisia olivaeformis) en la placita de algún pueblo de Carabobo, a ver jugar niños venezolanos, nos llenaba de paz espiritual. Admirar con emoción la caída de aguas de La Llovizna, la confluencia del Orinoco y el Caroní, o simplemente caminar por el parque de Cachamay nos llenaba de orgullo, aun sabiendo que esas maravillas no eran obra nuestra sino de la naturaleza. Eran y son parte de la patria.

La conciencia de haber nacido en  la misma tierra de Sucre, Miranda, Bello, Gallegos, el maestro Sojo , Antonio Lauro, Picón Salas, Briceño Iragorry, Antonio Arráiz,  Vidal López, Andrés Galarraga, Jesús Soto o Rodrigo Riera, nos reconfortaba, nos hacía sentir parte de un conglomerado de talentos y nobleza que inspiraba e inspira cada uno de nuestros actos.  Haber compartido trabajos con los humildes y abnegados venezolanos que nos acompañaron por años en nuestras exploraciones geológicas en el interior de Venezuela nos reafirmaba la fe en la naturaleza amable y digna del venezolano. Habernos sentado en los pupitres del Liceo San José para escuchar las enseñanzas de Isaías Ojeda nos había proporcionado un fuerte sentido de pertenencia a una gran familia de gente buena y honorable.

Saber que pertenecíamos a una sociedad que pudo salir de sus fronteras para liberar a otras naciones y que luego supo mezclarse generosamente con miles de europeos desplazados por las guerras para formar una nueva y mejorada sociedad nos llenaba y nos llena de orgullo.  Así como nos llena de dulce nostalgia el recuerdo de nuestra niñez y adolescencia en lo que fue el bello pueblo de Los Teques de las décadas del  cuarenta y del  cincuenta.

Amé y amo a esa Venezuela. Ella es mi patria. Allí nací y allí están los restos de mis antepasados y hermana que me son sagrados. Mucha de ella es inmortal, en términos históricos si no geológicos. El Ávila estará “siempre” allí. Nadie podrá borrar la obra de nuestros grandes héroes ciudadanos. Siempre habrá venezolanos amables y dignos. Los pequeños pueblos de Venezuela nunca perderán su encanto. Esa es la Venezuela que atesoro en mi corazón.

Para verla de nuevo, sin embargo, no puedo regresar a lo que es hoy Venezuela, porque mucha de ella ha desaparecido.  Mucho del paisaje ha sido degradado y profanado por la nueva Venezuela. Vallas insolentes y pertenecientes a una sociedad donde se rinde culto a los villanos ensucia lo que fue alguna vez un paisaje amable. Los parajes andinos están cubiertos de basura y es necesario pensarlo bien antes de ir a un parque, debido a la inseguridad reinante. Estará todavía en pie el frondoso cotoperiz en el pueblecito ? Habrá un banco donde sentarse? Podrán los niños jugar tranquilamente allí?

La gente ha cambiado. Los héroes no son los mismos. Ahora son hasta extranjeros. Hay monumentos al Che Guevara y plazas para Marulanda. El parque Fernando Peñalver ha sido llamado Negra Hipólita, aunque ya existía un parque adyacente con el nombre de la nodriza de Bolívar. Hay una obsesión de exaltar a los desposeídos, a expensas de quienes tienen algo.  Ahora los mártires se llaman Robert Serra o Danilo Anderson o Eliécer Otaiza, aunque sus muertes comparten lo torvo y lo desviado. Los intelectuales de nuevo cuño son de simiricuire: el ensayista Earle Herrera y los poetas  Isaías Rodríguez y Tarek William Saab.

Quienes ocupan los asientos del Congreso/Asamblea Nacional ya no se llaman Andrés Eloy Blanco, Gonzalo Barrios o José Antonio Pérez Díaz, sino Pedro Carreño, Blanca Ekhout o Darío Vivas. Los líderes del gobierno no son ya un López Contreras, Betancourt o Leoni sino un Nicolás Maduro o un fósil  grotesco salido del pleistoceno llamado Diosdado Cabello.
En esta Venezuela de utilería que existe hoy la historia que nos llenaba de orgullo ha sido arbitrariamente revisada. Bolívar es un zambo, Páez un traidor, Betancourt un entreguista, la derrotada invasión cubana por Machurucuto se conmemora como una gesta revolucionaria de la Cubazuela y sus sobrevivientes traidores, como William Izarra,  son héroes nacionales, se casan en Quinta Anauco y pretenden dormir en el Panteón. 

En esta Venezuela que asemeja el retrato de Dorian Gray, los valores de la Venezuela que yo amo se han invertido: la meritocracia es una mala palabra, los blancos oligarcas se robaron el dinero que era de los pobres, ser pobre es bueno y ser rico es malo, aunque el difunto usara relojes de $50.000, las victorias electorales de la oposición “son de mierdaaa”, la empresa petrolera vende pollos pero no produce petróleo, el ejército trafica con drogas en lugar de combatir el tráfico de drogas.

Esa no es mi patria, ese es un país creado para una película de horror,  cuyos valores y héroes me son extraños. De allí que mi patria Venezuela la lleve yo a donde vaya,  patria portátil a ser instalada en mi hogar, no importa donde me encuentre.                                        

Gustavo Coronel
gustavocoronelg@hotmail.com

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