La alocución del rey
Jorge VI donde anunciaba la entrada de Inglaterra en la II Guerra Mundial duró
siete minutos, y eso que el soberano era tartamudo. El discurso del presidente
Roosevelt a raíz del ataque a Pearl Harbor donde le declaraba la guerra al Japón
se llevó a cabo en seis minutos. Ambos hechos trascendentales y de importancia
excepcional que sin embargo, fueron expuestos en corto tiempo, porque como
diría Gracián “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” y es que lo extenso de la
verborrea es inversamente proporcional a su significancia.
En
cambio nuestro mandatario tardó 2 horas y 54 fastidiosos minutos para decir
nada, en lo que se suponía debía ser la Memoria y Cuenta diferida. Aunque el
récord en este menester lo tiene el difunto con 10 horas. Ante el
reconocimiento del fracaso económico y la imposibilidad innata para resolver la
debacle nacional, el comunista y como consiguiente ateo confeso, optó por el
cliché “Dios proveerá”. Lo que demuestra que hay una absoluta disociación entre
lo que se dice y se cree.
Uno
se cansa de ver cómo han convertido a un pueblo sano en jauría de saqueadores y
vagos que viven de la limosna pública y del botín. A un país pacífico en el
segundo más violento del mundo. Uno se harta de ver cómo los oficios
tradicionales han sido suplantados por el bachaqueo, el marañeo, el rebusque
ocasional, la compra irregular en los mercados y casas comerciales, y los vende
puestos en las interminables colas. Porque colas hay hasta en la morgue y para
conseguir ataúd. Compran cinco cauchos y la batería, llevan el carro a
Colombia, hacen su venta y regresan con cinco chivas y batería usada para
volver a repetir la viveza criolla. No son delincuentes propiamente dichos,
pero son incapaces de mantenerse honestos. Si invirtieran ese tiempo en producir
en vez de traficar, el resultado sería diferente.
Ni hablar de lo que
sufren los pacientes con el desabastecimiento de medicinas que llega hasta el
70 por ciento de falta absoluta, y sin embargo, la ministra declara que
Venezuela exporta medicamentos. Uno se cansa. Que oiga quien tiene oídos…
Ernesto
Garcia Macgregor
garciamacgregor@gmail.com
@garciamacgregor
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