Calma.
No hay agravio. La etimología de mentecato es transparente. Quiere decir “mente
captada o capturada”. Me refiero a eso. Iglesias es un mentecato, pero
ilustrado. Hay que tomarlo en serio. Por no tomar en serio a Chávez los
venezolanos se hundieron. Iglesias es un joven español, profesor universitario
en Madrid y colaborador de la televisión iraní, que triunfa en las encuestas
electorales.
El
problema radica en qué ideas han capturado tan prodigiosa mente. Las malas
ideas, cuando se enquistan en neuronas privilegiadas, son más dañinas.
Iglesias
cree en el Estado empresario que crea o nacionaliza empresas. Cree en el Estado
asistencialista, redistribuidor de riquezas, que extiende una pensión a todas
las personas por el mero hecho de vivir en el país (650 euros). Cree en el
Estado planificador que todo lo sabe, que conoce el presente como la palma de la
mano y es capaz de prever el futuro. Cree en el Estado que castiga
implacablemente (ama la guillotina de la revolución francesa). Cree que la
riqueza se logra trabajando menos —35 horas a la semana— y por un periodo más
breve (60 años). Cree, en suma, que la prosperidad se logra gastando, no
ahorrando e invirtiendo, como ha hecho la tonta especie humana durante miles de
años. Maravilloso.
Pero
lo interesante es que Pablo Iglesias ya ha puesto a prueba sus ideas madre,
precisamente en Venezuela, donde él y su grupo fueron contratados para encauzar
de diversas maneras el “proceso revolucionario”, algo que hicieron durante ocho
años a plena satisfacción de la República Bolivariana, tarea por la que
cobraron nada menos que tres millones setecientos mil euros: más de cinco
millones de dólares.
En
ese periodo, de acuerdo con las memorias de la fundación Centro de Estudios
Políticos y Sociales (CEPS), que era la institución que firmaba los acuerdos y
recibía los dineros, Iglesias y sus allegados ayudaron directamente a Chávez a
fomentar su revolución desde el despacho presidencial, a Telesur a crear y
divulgar su propaganda, al Banco Central de Venezuela a desarrollar su política
monetaria, al Ministerio del Interior a manejar sus prisiones (como en la que
yace Leopoldo López), al Ministerio de Trabajo a organizar sus pensiones, y al
Ministerio de Comunicación a no sé qué función exactamente, aunque algún
trabajo pudieron desplegar en el Centro Internacional Miranda, dedicado al
adoctrinamiento político comunista, a juzgar por las palabras de Juan Carlos
Monedero, escudero de Iglesias, en su conmovido homenaje a Hugo Chávez, en el
que recuerda con tristeza la desaparición del Muro de Berlín, ese monumento al
estalinismo.
Es
decir, Pablo Iglesias y sus amigos, de acuerdo a los consejos que aportaban a
tan amplio espectro gubernamental, en gran medida son responsables del caos
venezolano, del desabastecimiento que padece el país, del desorden financiero,
del aumento exponencial de la violencia, del horror de las cárceles, de los
atropellos a la libertad de expresión, de la falta de inversiones extranjeras,
del cierre de miles de empresas, y hasta de la pulverización del Estado de
Derecho al proponer, presuntamente, la eliminación de la separación de poderes
en los cursillos de formación que les daban a los parlamentarios del mundillo
del socialismo del Siglo XXI.
Como
me cuesta trabajo creer que Iglesias y sus amigos forman parte de una casta
corrupta, me inclino a pensar que, realmente, lo que hay que imputarles no es
un delito de fraude o peculado, sino un alto grado de corresponsabilidad en el
hundimiento de Venezuela, precisamente por transmitirles a esos vapuleados
ciudadanos las ideas y los conocimientos equivocados.
En
todo caso, es muy probable que Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y el resto
del grupo, entiendan (como entendía Lenin) que las revoluciones son así:
dolorosas, y devastadoras, como corresponde a la necesaria etapa de demolición
del pasado burgués, lo que explica la conformidad que muestran con cuanto
sucede en Venezuela.
¿Qué
harían Pablo Iglesias, Monedero y sus amigos si tomaran el control de España? A
mi juicio, lo mismo que han contribuido a hacer en Venezuela. ¿Por qué? Porque
no son unos cínicos racistas que quieren para España algo diferente a lo que
aplauden en Venezuela. Quieren lo mismo. Un Estado fuerte presidido por un
grupo revolucionario decidido a implantar el reino de la justicia a cualquier
costo. Quieren acabar con las estructuras burguesas que acogotan al
proletariado, destruir los podridos partidos políticos tradicionales,
encarcelar a quienes se opongan a la voluntad del pueblo y silenciar a esos
medios de comunicación que sólo representan los intereses de los propietarios.
Son mentecatos —sus mentes han sido capturadas por el error—, como les sucede a
todos los fanáticos, pero no son hipócritas. Y, además, son ilustrados. Esto
agrava las cosas.
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente
de la Internacional Liberal
©FIRMAS
PRESS
El
Nuevo Herald
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