ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA |
Mi
querido y admirado amigo Alberto Quirós Corradi, babeando en sus últimos
estertores este horrible 2014, publica su tradicional Bola de Cristal
revelándonos sus pronósticos para 2015. Un cambio de calendario que pareciera
dividir la historia en tramos mensurables. La verdad es que el tiempo histórico
es, ya lo dijo hace más de 2.500 años Anaximandro y Borges solía recordárnoslo
a cada paso, un río que siempre fluye y siempre es el mismo. Y el nuestro, cada
día que pasa más un cauce cloacal que un río en serio, no es la excepción.
Caracas no tuvo un Danubio, un Rin, un Támesis o un Sena. Tuvo el Guaire: desde
la modernidad cauce de excrementos y ratas, algunos cadáveres flotantes y
pestilencias de zamuros. Como le dijo Izarra, el filósofo, a Maduro, el
sátrapa: “Es lo que hay”.
La
naturaleza ha insistido en retratarnos en nuestra miserable y minúscula
dimensión. Pocas naciones tienen ríos como el Orinoco o el Amazonas. Ante el
monumental desafío de selvas, ríos y montañas, nos hemos conformado con el
Guaire y La Bonanza. Una cloaca y un basurero. La grandeza nos incomoda y
procuramos borrarla del mapa, arrancarle sus nombres fundacionales,
anonimizarla, a no ser la tragicómica “grandeza” de los payasos iluminados en
armas, que solo nos han deparado desgracias y a los cuales insistimos en
erigirles altares. Las otras, construidas con nuestro sudor, las arruinamos en
cuanto dejan de observarnos: el Teresa Carreño, la Ciudad Universitaria, el
Guri, pero sobre todo la democracia y sus instituciones. Revolcarnos en el
fango, hundirnos en el pantano, chapotear en las inmundicias de nuestra
barbarie. De todas las grandezas, la que mayormente nos incomoda es la más
humilde: la sensatez. De todos los medios el que más odiamos es el esfuerzo. De
todas las actividades la que más detestamos es el trabajo. Un venezolano
sensato es un oxímoron. Como un venezolano serio y laborioso. Vivimos
borrachos, ebrios de estupidez, yendo de un extremo al otro, como halados por
las vísceras de nuestro entendimiento.
¡Cómo
nos gusta un golpe de Estado, una cachucha, un borracho en uniforme! ¡Cómo nos encanta el revoltijo, el despelote,
el caos, el bochinche! En medio de uno de ellos, dejamos irse a uno de nuestros
magníficos antecesores, salvado del criminal y sanguinario delirio de un revoltoso
para ir a morirse, traicionado por el fracaso a la Carraca. La guerra, esa
suprema coronación del bochinche, las montoneras, la disgregación y las
tiranías, sus hermanas menores, nos parecieron inmensamente más apetecibles que
el orden, el consenso, el entendimiento, la paz.
De
modo que, obedeciendo a esas determinaciones ancestrales, este río llamado
Venezuela que va a dar a la mar que es el morir seguirá arrastrando materias
fecales en descomposición, latrocinios y corruptelas de toda suerte,
sufrimientos atroces siempre menguados por el calor del trópico, la templanza
de su clima, la calidez de sus gentes. El gobierno seguirá su inexorable curso
de deterioro, las humillaciones y ofensas encauzadas por un ominoso y ridículo
Poder Moral seguirán ofendiendo la poca decencia nacional que aún sobrevive, la
fiscal amparando el crimen, el defensor del pueblo defendiendo a sus ofensores,
el contralor echando humaredas para tapar los desfalcos, los saqueos, los robos
contumaces de sus camaradas.
Del
otro lado de la rivera las fuerzas que ya no sé cómo llamarlas, pues la palabra
oposición les queda inmensamente grande, seguirán prohijando el contubernio, la
connivencia, el acomodo. Que nada les aterra más que un sacudón del árbol de la
indecencia, no vayan a perder todos los frutos del paraíso prometido: volver a
ser cuarta república, arrebatados por un revolcón histórico social. Harán
cuanto les sea posible por mantener con vida a un régimen agonizante, que no se
imaginan otra vida que esta vergonzante que llevamos.
El
pueblo, zaherido y humillado, escarnecido y vilipendiado seguirá sufriendo de
las penurias de una agonía maquillada. Pues la reina de Venezuela ya es una
anciana decrépita y arrugada, maquillada tras toneladas de carmín. Que el rojo
sangre es el color de la inmundicia cuartelera. Y solo un milagro hará que
reviente del fondo del desvencijado y ofendido corazón de la patria un grito de
furia e indignación que derrumbe las máscaras, las mentiras, las falsías y los
engaños, para volver a ser lo que algunas veces hemos sido: un pueblo honorable.
Que
Dios nos auxilie.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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