ALFREDO MICHELENA |
Preguntarse ¿hasta donde llega la
prudencia diplomática? es averiguar cuántos y cuáles “sapos” un representante
de un país debe tragarse para no molestar a su contraparte.
El régimen venezolano no se ha tragado
ninguno. Los insultos de “el finado” y de Maduro a presidentes, reyes y
embajadores ha sido profusa. El último incidente: acusar al expresidente Aznar
de asesino, por la invasión de Irak hace 11 años. El Canciller español calificó la declaración
de “inaceptable”. Pero terminará tragándose el “sapo”. Y susurrará que son los
intereses económicos de su país lo que estaban en juego.
Al comienzo de la Venezuela
democrática, la “doctrina Betancourt” dictaba que el país no tendría relaciones
con las dictaduras militares de la región. Incluso Rómulo llegó a romper
relaciones gobiernos como el de Argentina. También fue precursor de la Carta
Democrática cuando solicitaba que a la
OEA un acuerdo para que “no puedan formar parte de ..[ella]…los gobiernos que
no hayan sido elegidos por el voto del pueblo y cuyo carácter representativo no
sea inobjetable”. Después esta política
se cambio por una que criticó a la anterior por aislacionista y se abrieron
relaciones con las dictaduras. Luego en el mundo reinó el pragmatismo
económico, donde lo importante son los buenos negocios, sin realmente importar
temas como los DD.HH. y la democracia.
Se ha llegado a aceptar, en el
caso de la Venezuela chavista – y otros-, la existencia una “política
internacional de gobierno” vis-a-vis una “política de Estado”. Política cuyo
objetivo son los intereses del régimen (mantenerse en el poder) y no los de
toda una nación. Los demás gobiernos callan y apoyan tácitamente esto. Temen
criticar pues les puede pasar como a, por ejemplo, Panamá o Colombia cuyos
presidentes se atrevieron y se les paró el pago de la deuda a sus empresarios.
Callar es condenable moralmente y
afecta el tejido democrático internacional. Pero es más grave cuando se trata
de DD.HH. y democracia, y los que se tragan “el sapo” son los que antes
sufrieron persecución y torturas, y/o las denunciaron y pidieron ayuda para
combatir esos regímenes en sus países.
Varios presidentes al dejar sus
cargos, o antes de salir, hacen algún comentario o denuncian al régimen de
Caracas para aplacar sus conciencias. Recientemente el uruguayo “Pepe” Mujica
le dijo a Maduro que “es una desgracia que tenga presos políticos”. Debió
recordarse de sus años de preso político cuando tuvo el poder para hacer algo.
¡Cómo hacen falta “Rómulos”!
Alfredo Michelena
alfredomichelena@gmail.com
@Amichelena
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