El régimen convirtió a Venezuela en un laboratorio de ocasión para ensayar patrones de ignorancia y rutinas de barbarie medieval.
El
gobierno venezolano insiste en hacer política al peor estilo chapucero. Quizás
está creyendo que esa manera de manifestarse, lo acerca más al pueblo. ¡Craso
error! Si algo se ha logrado con el tiempo, ha sido concienciar al venezolano
de la burla de la cual ha sido objeto por parte de altos funcionarios que no
entendieron que gobernar es cada vez un problema más complejo. Y en democracia,
aún más.
La
Teoría Política, en ninguno de sus postulados o fundamentos, habla de
“sacudón”. No forma parte de su léxico. Menos, para validarlo como instrumento
de política de Estado. Por lo contrario, tal expresión luce como razón de
ordinariez. O de todo evento dominado por la intrascendencia o la
insignificancia que puede caracterizar lo chocarrero o vulgar de una situación.
O la carencia de la vergüenza necesaria que signa la cultura política y la
ética pública. Sin embrago, el régimen convirtió a Venezuela en un laboratorio
de ocasión para ensayar patrones de ignorancia y rutinas de barbarie medieval.
Pretender
la transformación del Estado venezolano, no resulta de arreglos que toquen el
discurrir del alto gobierno. De reacomodos exiguos o vacíos de contenido
significativo que comprometa más que un simple discurso. Además, de verbosidad
incapaz de demostrar hilaridad en propuestas estratégicas. Cualquier intención
de reformar al Estado, debe pasar primeramente por un proceso de educación
política que pulse la conciencia y sentimientos del empleado público, Más,
cuando se ha comprobado que el nivel de conocimientos sobre ciencias y técnicas
de gobierno de este personal que supera los dos millones y medio de
venezolanos, es realmente patético. Luego, por un proceso de sensibilización y
motivación al logro que modifique conductas que rayan en el sectarismo, el
revanchismo y la intolerancia.
Suponer
un “sacudón” a manera de adelantar “una revolución dentro de la revolución”, es
por una parte revolver más aún el desorden que viene horadando la democracia,
cual plaga de carcoma en estado de larva. Por otra parte, es decretar la
anulación de toda posibilidad de desarrollo al obstruirse libertades y derechos
fundamentales sobre las cuales se erige una economía transformadora, una
política constructora y una sociedad creadora.
Remozar,
reformar o renovar el Estado venezolano, no es cuestión de enunciados. Ni
tampoco, de jugar al gobernante majadero que sólo busca endilgar aforismos de
vieja data, además infructuosos de cara a las exigentes realidades actuales.
Más allá de mitos y dogmas fútiles, una reforma del Estado, como se requiere,
no puede ser producto de ningún “sacudón”. Menos aún de corte bobalicón o
socarrón, como en efecto resultó ser el emplasto decretado con base en
remociones, nombramientos, fusiones y creaciones que a ningún lado llevarían al
país. Salvo, dejarlo más atrás que antes. Tanta improvisación gubernamental, ha
conducido al debilitamiento profundo de la democracia. Particularmente, debido
al interés de que la crisis política que se padece lleve a posturas fáciles de
solapar con presencia militar. Presencia ésta incapaz de comprender los
avatares de la política. Sobre todo, las necesidades del desarrollo económico y
social que confronta el país.
Un
Estado sin capacidad para otear la incertidumbre y sin fuerza para gestionar un
loable devenir, tropezará con crudos obstáculos que reducirán drásticamente sus
posibilidades de encarar propuestas de crecimiento y bienestar. Mientras la necesidad de actuar a favor de
una mesurado reforma del Estado no encuentre una respuesta cónsona con las
exigencias en pendientes, toda solicitud en esa dirección terminará
dificultando la democracia necesaria tanto como sus procesos de soberanía,
consenso y legitimidad. Más aún, si los problemas que surgen del desencuentro
político pretenden desconocerse, como en efecto sucedió de un sacudón que no
fue.
VENTANA
DE PAPEL
¡BLASFEMIA!
Ofender
es un acto propio de desvergüenza que caracteriza a quien se atreve a deshonrar
o denigrar del otro sin razón alguna. Pero cuando la ofensa apunta a
despotricar con hechos o verbalmente lo venerado por una religión, es
blasfemia. Es blasfemar o injuriar contra lo que representa la divinidad
religiosa. Tal es su gravedad, que la historia es testigo de eventos
representados por castigos que han incluido hasta “pena de muerte”. Sobre todo,
al considerarse un delito público contra Dios.
La
arenga de “Chávez nuestro”, ha generado una reacción nacional, por tratarse de
que el pueblo venezolano es eminentemente católico. Y dado que dicha invocación
tiene el sello de la “revolución bolivariana”, mejor dicho del “socialismo del
siglo XXI”, según declaraciones de gente del alto gobierno, a nadie habría
ofendido. A pesar de que parafrasea la oración máxima del Catolicismo. O sea,
el “Padre Nuestro” toda vez que forma parte del patrimonio sagrado de la
Iglesia Católica Universal.
Sin
embargo, ahora los jerarcas del régimen dicen que es un poema. Aunque poema
pudiera ser también el Plan de la Patria, de no ser por las atrocidades que
contiene al momento de determinar el camino oscuro que plantea entre sus
objetivos y estrategias definidas para el mediano y corto plazo. Pero si acaso,
el “Chávez nuestro” es un poema, es lastimoso pues a decir del presidente de la
República, ello resultó ser escrito por un poeta, premio nacional de Literatura,
William Osuna, lo cual deja ver el plagio que hay detrás del mismo y que además
es razón para cuestionar no sólo la originalidad del aludido poema. También, la
factura intelectual del poeta de marras.
De
seguir por tan virulenta senda de hechos que desdicen del país político, todo
cambio que pueda tocar alguno de los símbolos patrios pudiera ser entonces
igualmente válido y debería ser aceptado por el régimen. Por aquello de lo que
“es igual no es trampa”. Indistintamente
si es poema o no, la controvertida monserga es expresión del primitivismo que
busca imponer el régimen mediante su ristra de absurdas decisiones. Ello no es
otra cosa que exaltar la personalidad del hombre que desquició la
institucionalidad democrática venezolana.
Todo
es una especie de culto ridículo al semblante del finado ex presidente. Ello
forma parte del guión propagandístico confeccionado en Cuba a sugerencia de un
prospecto ideológico que sólo reparte miseria. Por eso, el interés
gubernamental está en hacer más pobres a los venezolanos . Porque “mientras uno
más consigue pobreza hay más lealtad a la revolución y más amor por Chávez.
Mientras el pueblo es más pobre, es más leal al proyecto revolucionario”
(Declaraciones de Tarek El Aissami). En todo caso, lo del “Chávez nuestro”
más que una ofensa o un acto de burda
idolatría, es en lo exacto una torpe e impúdica ¡blasfemia!.
¡QUÉ
CLASE DE PAÍS!
Luce
realmente difícil, conseguir resultados gubernamentales que se correspondan con
las necesidades de reivindicar la democracia en Venezuela. Las decisiones
tomadas por el régimen, desdicen de toda intención en el sentido de exaltar las
libertades políticas y económicas sobre las cuales se depara la ciudadanía en
su plena acepción. Justo, ante esta situación vale preguntarse: ¿Qué clase de
país se tiene en este momento? Especialmente, si se advierten los problemas que
lo azotan.
Darse
una lectura por los principales medios impresos nacionales, es asunto de
resistencia pues da cuenta de la inseguridad, del desempleo, de la crisis
política, de la corrupción y del desorden que existe en la administración
pública. Y aunque resulta duro de aceptar, es la más clara realidad de los
hechos. Es la única razón que busca el gobierno. Justificar todo a punta de
coerción y leyes punitivas, para que sus errores queden ocultos.
Ahora
se habla de un proyecto de ley para silenciar cualquier comentario que pueda
divulgarse en el resto del mundo. Según estudios de firmas consultoras
internacionales, las perspectivas de mejoría son mínimas. Es decir, aumentarán
los índices de variables que refieren problemas económicos terminales del
sistema social: escasez, inflación y tensión social por el descontento de la
población afectada. Pero ante el apetito de poder, no hay razón que valga.
El
radicalismo gubernamental puede más que cualquier clamor de cambio en la
política de gobierno. La sordera y la ceguera tienen prisioneros a estos
gobernantes. De ahí que cabe la pregunta: ¿dónde quedó Venezuela?. Y lo que
existe, ¿cómo se llama? Debe reconocerse lo mal que está Venezuela. Y eso es lo
que hay. ¡Qué clase de país!
“Cuando
un país enfila su destino hacia un abismal desastre, es porque sus gobernantes
están sometidos por la ruindad de espíritu. La pobreza mental, la inmoralidad y
la indolencia, allanan sus sentimientos. Sobre todo, la visión que tienen del
futuro” AJMonagas
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
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