El
lunes 14 de julio de 2014 puede ponerse como fecha del cierre de la CPT de la
UCV al no abrirle las puertas de la Sala E de la Biblioteca Central donde ha
cumplido más de 30 años de labor ininterrumpida; cierre relativo, porque la
Cátedra seguirá existiendo y sesionará en cualquier parte, por ahora en el
pasillo, sin por esto subestimar el valor simbólico de la Sala E como punto de
referencia y sede física de la Cátedra.
Este
hecho brutal tiene que inscribirse en el proceso de cierres sucesivos de cuanta
ventana de comunicación libre va quedando en este “ex país”, según expresión
acuñada por su secretario ejecutivo, Agustín Blanco Muñoz; pero tiene algunas
peculiaridades que vale la pena destacar.
Algo
bueno debe hacer la Cátedra, en medio del silencio e indiferencia que cerca a
sus actividades, para que gobierno y oposición oficial se hayan puesto de
acuerdo para terminar de cerrarla. Quizás lo más sobresaliente es que se trata
de un cierre de la MUD con elmodus operandi del gobierno, esto es:
un funcionario de tercera categoría dicta una medida fulminante supuestamente
fundada en razones completamente espurias e inconsistentes, tras las que se
encubren las verdaderas razones que habrá que adivinar. Como resultado, por un
lado, una situación de hecho cumplido y por otro, la indefensión absoluta de
los afectados.
A
las víctimas se les impone ejercer el viejo arte de pelear contra un muñeco de
paja porque el funcionario, no importa que sea de la universidad, actúa como un
guardia nacional, cumpliendo “órdenes superiores”, no se sabe de quién, y los
argumentos tampoco se pueden rebatir sin caer en la trampa de tomar lo falso
por verdadero, en este caso, problemas presupuestarios, que si fuera el
caso toda la
universidad debería cerrar.
Lo
cierto es que nos enteramos de que la UCV tiene una muy orwelliana “Gerencia de
Información, Conocimiento y Talento”, que oficia el cierre de la Sala E,
adscrita al Vicerrectorado Académico de Nicolás Bianco a su vez tutelado por la
rectora Cecilia García Arocha; pero, por supuesto, la responsabilidad se diluye
en los vericuetos de la burocracia y la crisis presupuestaria.
Por
supuesto que si las autoridades tuvieran el más mínimo interés en que la CPT
funcionara ofrecerían alguna solución alternativa; pero al contrario, cualquier
propuesta choca con los inextricables reglamentos universitarios que, como la
Constitución, sirven para cualquier cosa que se quiera hacer, pero igual para
todo lo que no se quiere hacer.
Entonces,
cuando no se entiende qué pasa, cuál puede ser la tranca, es que asoma la garra
la inefable política, en
el mal sentido de la palabra. En un mundo conspirativista perfecto, donde nada
se sabe con certeza, cualquiera puede imaginarse víctima de una negociación:
Para que no cierren la UCV, ni desconozcan a sus frágiles autoridades, para que
uno llegue a rector y otros a diputados, bien: pero éste tiene que salir.
En
la CPT se critica a la MUD tanto como al régimen, no por capricho, sino porque
se dice lo que es, sin cortapisas; pero ninguno de los dos está dispuesto a
tolerarlo.
Irónicamente,
todo tiempo ganado es tiempo perdido: igual van a cerrar a la UCV.
EL VERDUGO BENEVOLENTE
Son
tantos los agresores de la UCV que provienen de sus aulas, que han desempeñado
cargos de autoridades universitarias, quienes suman a sus cuantiosos honorarios
en la administración pública pensiones de jubilación como titulares a
dedicación exclusiva con primas de rectores, decanos, directores, que
resultaría extenuante e inútil nombrar unos para dejar fuera otros tantos, así
que cualquier interesado puede elaborar la lista que mejor cuadre a su memoria
y siempre se quedará corto.
Todos
comunistas, socialdemócratas, socialcristianos, es decir, que tienen en común
el espíritu “social” que hermana a los líderes del gobierno con los de la
oposición oficial; esto sin añadir el ingrediente “bolivariano” que los liga
sin costuras a una comunidad nacional compacta de la que son representantes y
únicos voceros autorizados.
La
triste consecuencia de este mundo perfecto es que quien no esté de acuerdo con
ellos se coloca fuera de esa comunidad sin fisuras, se convierte en apátrida,
enemigo, traidor, que no merece existir y que de hecho, no existe: es puesto en
ninguna parte sin posibilidad de comunicarse con otros, privado de toda
posibilidad de contaminar con su presencia y su palabra ponzoñosas la
sólida unidad de espíritu del pueblo.
La
singularidad del socialismo del siglo XXI es la absoluta beatitud con que
ejecuta sus acciones, la desconcertante irresponsabilidad de sus agentes que,
después de los resultados que están a la vista, incontrovertibles e
irrefutables, admitidos por ellos mismos, no obstante, siguen siendo tan
buena-gente como eran antes de perpetrarlas.
Podríamos
detenernos en las cartas de Jorge Giordani o Héctor Navarro, ambos de la UCV,
pero se correría el riesgo de personalizar, siendo que todos son iguales y
puestos a escribir cartas dirían lo mismo y serían demasiadas como para
reseñarlas.
Lo
que habría es que detenerse a reflexionar en la impermeabilidad de la
ideología, de cómo ciertas personas pueden revestirse con un teflón que los
hace invulnerables no digamos a los juicios ajenos, los sufrimientos y la rabia
del prójimo, sino al testimonio invencible de la realidad.
El
socialismo logra milagros sorprendentes, por ejemplo: ellos optan a favor de lo
universal en contraste con lo particular y esta toma de partido tiene
consecuencias en todos los ámbitos. En materia de responsabilidad, todos somos
responsables de todo, de manera que si usted come, es culpable de que otros se
mueran de hambre; si usted se enriquece, es culpable de que otros sean pobres y
así ad infinitum.
El
milagro es que con este punto de partida concluyen en que ellos no son
culpables de nada. Si se encara a cualquiera de estos prominentes socialistas
del gobierno y se les reclaman los doscientos cincuenta mil asesinatos
ocurridos bajo su mandato, los presos políticos, los estudiantes asesinados,
secuestrados, torturados y un largo etcétera, dirán cualquier cosa menos admitir
su responsabilidad.
Al
decir de Ramón José Medina, un socialista además cristiano como son RGA y HCR,
jefes de la MUD, su aliado unitario Leopoldo López está preso por su propia
culpa; pero entonces los estudiantes también, los asesinados no lo hubieran
sido si no se meten en manifestaciones, etcétera: quien culpa a las víctimas,
exculpa a los victimarios.
Si
fueran vivos como él, si cooperaran, ahora estarían participando en programas
de risa en la televisión, haciendo pésimos chistes de humor negro, mofándose de
las víctimas de la tiranía castrista.
La
conclusión que se desprende inevitablemente de esta posición de la MUD es que
ellos no son responsables de nada, aunque impongan una política y todas estas
sean consecuencias directas de esa política.
A
la irresponsabilidad burocrática hay que unir la buena voluntad de los
dirigentes socialistas y con ambas el rigor militar, la fría impavidez con que
perpetran crímenes, asesinatos y robos en masa, permaneciendo inocentes y
bienaventurados.
Desafortunadamente
para ellos, los hechos no ocurren en vano, no desaparecen por ser ignorados y
cada muerto tiene sus dolientes.
DONDE VENCEN LAS SOMBRAS
Así
como no puede decirse que la CPT se cerró en un día sino que se trata de un
proceso que lleva años, hace tiempo que la UCV o, quizás con mayor precisión,
sus autoridades, renunciaron a su función esclarecedora, optando por el
diversionismo y el acomodo.
Por
poner un ejemplo inofensivo, denuncian que la Universidad ha sido víctima
en años recientes de cientos de agresiones de “la violencia”. Pero, ¿qué es la
violencia? Una abstracción, una potencia ciega e indiferenciada que no tiene
nombre ni apellido, que no es una persona imputable, ni una organización
identificada, digámoslo de una vez, vinculadas al régimen.
Este
lenguaje ha anidado en la sociedad venecubana garantizando la impunidad:
Ya ni se trata de identificar ni detener a nadie, todo se imputa a “la
violencia”. Incluso, en un exceso antropomorfista, que no debe existir en
ninguna parte del mundo, se dice que cientos de personas mueren cada mes “en
manos” de la violencia.
Cuando
vemos casos de estudiantes que han sido acorralados, golpeados y desnudados
para exponerlos al escarnio público, las autoridades se preguntan: ¿Qué es
esto? Y se responden a sí mismas: “¡Esto es fascismo puro!”
Es
decir, que las autoridades de la Universidad suscriben el lenguaje oficial
según el cual toda atrocidad es sinónimo de fascismo, aunque sea perpetrada por
comunistas. El crimen, la violencia y el atropello son fascistas por
antonomasia; luego, no existen crimen, violencia y atropello comunistas.
En
Venecuba el régimen acusa enfermizamente a todo el mundo de “fascista” y ahora
la oposición oficial hace lo mismo contra el gobierno. Alguien debe estar
equivocado, porque si el régimen de Maduro es fascista, está como un poco
cuesta arriba explicar que sea títere de los Castro que, hasta nuevo aviso, se
definen a sí mismos como comunistas y sin ánimo de ofender.
Lo
que ocurre es que este es como un sello de calidad izquierdista, al que no le
viene nada bien el anticomunismo, que es más propio de la derecha, tan repudiada
por el régimen como por la oposición oficial.
Es
un hecho sorprendente que en la reciente crisis de Ucrania, los rusos hayan
calificado a los ucranianos como “fascistas” y se preparan para defenderse de
la agresión hitleriana, ¡dentro del territorio de Ucrania!
Asimismo,
los árabes califican de “agresión fascista” las acciones de defensa de Israel
contra los ataques misilísticos de Hamas desde Gaza. El fascismo es un comodín,
un sello de identidad del izquierdismo, islamismo, terrorismo y cualquier cosa
que sea Putin, porque la era postsoviética los dejó sin argumentos.
Y
esto nos lleva al meollo del problema y al rol de la Universidad. La pregunta:
¿a qué nos lleva la mentira como sistema?, no ha sido respondida.
Es
posible que una población sea movilizada y organizada con base en mentiras y
manipulaciones, pero ¿a dónde se llega por ese camino? No hay ni un solo
filósofo ni guía de la humanidad que reivindique la mentira como forma
apropiada de vida social, ni siquiera que la vida social sea posible sobre esas
bases. Todos exaltan la Verdad.
Entonces,
¿no debería ser función de la Universidad decir lo que es, develar lo oculto,
hacer brillar la luz, vencer las sombras?
No
parece que este sea el caso y ahora sí que podemos decir que entramos de lleno
en los “tiempos de oscuridad”.
Luis Marín
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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