Un
mapa puede ser extraño, ajeno, anómalo, sobre todo cuando lo miramos en
asociación a una figura de poder que tiene entredicha su nacionalidad, en
consecuencia su apego afectivo al territorio que dice gobernar y defender es
muy distante, lejano.
Un
mapa es extraño para quién no tiene su ojo acostumbrado a él, para quién no se
ha representado el territorio en una primera imagen básica que se aprende a
trazar desde la infancia. Un mapa primariamente es una silueta que dibuja el
contorno del cuerpo de la Patria y define sus partes en torno a un eje de
orientación que organiza los sentidos de ser y estar. Cuando la silueta se
desdibuja nos desorientamos.
No
se puede defender entonces lo que no se conoce, una frase que ha llegado a ser
un lugar común, y sin embargo nos pesa como un alerta sobre lo que significa el
territorio y sobre el valor pedagógico de la Geografía.
La
identidad territorial no es un retrato de familia sin un mapa de fondo, posee
por el contrario, un espacio y es por el él, posee lugares de la memoria
colectiva que le definen su estar-en-el mundo. La identidad se juega en una
cartografía que impregna nuestra conciencia, sobre todo la que refiere a una
porción del país que llamamos Esequibo, un territorio que siempre vimos
sospechosamente con rayas o franjas superpuestas; un recuerdo de que
aproximadamente 155000km2 de superficie están bajo reclamación como un producto
de la tensiones del imperialismo británico y de la descolonización de los
sesenta en relación con la ocupación de zonas estratégicas en Sudamérica.
También
se puede borrar en el mapa lo que se cree conveniente no mostrar, el mapa luce
entonces mutilado para quién recuerda sus partes. En otro plano se puede
guardar silencio mientras el territorio se pierde.
Desde
una pragmática del poder que sepulta en el olvido los derechos y la soberanía
territorial de todo un país, todo esto es posible si la geopolítica se define
como una ideología transnacional a la que poco le importa la comunidad
imaginada de la nación. La reclamación pierde su fuerza y cede su derecho ante
la explotación de facto de los recursos que contiene un territorio sobre todo
si el reclamante calla, si su conciencia de pertenencia se disuelve.
Entonces
en medio de esta gran crisis de conciencia nacional, ¿quién traiciona a quién?;
¿quién protesta o quién calla? y a todas estas, ¿quién recuerda el mapa con el
Esequibo en franjas?
Luis
Manuel Cuevas Quintero
luimanc@yahoo.com
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