NELSON ACOSTA ESPINOZA |
Amigos lectores, finaliza el año
2014. El balance, desafortunadamente, no es positivo. Descansen su mirada, por
ejemplo, en los diversos escenarios que conforman al país (económico, cultural,
social, político, etc.) y el panorama que observarían es realmente
desalentador. La nación ha comenzado a transitar una senda que nos puede
conducir hacia una crisis de carácter sistémico. O, quizás, sería más apropiado
hablar de una ruptura de naturaleza histórica.
Bien intentemos explicar la
afirmación anterior. En un primer momento esta aseveración suena un tanto
radical, por no decir, catastrófica. Maticemos estas afirmaciones. Una ruptura
de naturaleza histórica se produce cuando las ideas sobre las cuales se
sustenta el accionar público se agotan y no pueden dar respuestas a los
desafíos que implica la presencia de nuevas circunstancias. Desde luego, para
que la ruptura se produzca sería imprescindible que existan actores colectivos
que tengan conciencia de esta situación y actúen de acuerdo a estos escenarios.
Una primera constatación. El
modelo económico y su corolario político que se ha venido aplicando en el país
se han mantenido de forma artificiosa. Su vida se ha prolongado gracias al
oxigeno petrolero. Este insumo permitió financiar políticas públicas
inapropiadas y concitar en torno a ellas un cierto consenso en los sectores
populares. Los problemas que confronta la población en su diario devenir
(escasez, inflación, devaluación, desmejora de la calidad de vida, inseguridad
y, pare usted de contar) constituyen las evidencias trágicas del colapso de
este modelo de desarrollo rentista. Los petro dólares pudieron financiar esta
artificialidad económica. La caída de los precios del petróleo, en
consecuencia, están poniendo al
descubierto la monumentalidad de los errores cometidos.
Veamos algunas consecuencias: en
el ámbito económico esta caída de los precios implica una pérdida de divisas
difícil de compensar; la sobre expansión fiscal y monetaria se ha traducido en
más inflación y agotamiento de las reservas internacionales; el PIB registra
una caída de 4,2%; la tasa de inflación se sitúa en el entorno de 80,0% y más
de 100,0% en alimentos, como resultado de la acción combinada de una política
fiscal deficitaria financiada con impresión de dinero y devaluación del
bolívar; disminución de las remuneraciones reales de los trabajadores y el
repunte de la pobreza.
No deseo extenderme en esta área
de problemas. Me preocupa identificar las contrariedades que cruzan nuestra
vida como nación. En su resolución, sin duda, se encuentra la salida a este
impase histórico. En principio me permito postular que unas de las
contrariedades de mayor peso es aquella que se expresa en la disputa entre un
relato centralista, autoritario y, otro, que apuesta a la diversidad federal y
a las autonomías políticas. Si se observan los conflictos cotidianos en la
sociedad venezolana (hospitales, vías de comunicación, carcelarias, educativas,
etc.), encontraremos que los ciudadanos perciben a estos problemas desde una
óptica que apunta hacia la
descentralización de las soluciones.
Sin embargo, es probable que no
se comprenda a plenitud la naturaleza de esta contradicción. De hecho los
actores políticos no la asumen en su complejidad y riqueza política. Ello es
debido, a mi juicio, a que estos sujetos políticos (del oficialismo y del bloque democrático) se
han constituido al interior de un marco cognitivo o relato político
centralista.
En otras palabras no han podido,
aún, federalizar su discurso. ¿Qué significa esta última afirmación?
Veamos. Federalizar el discurso
implicaría despojarse de ese marco cognitivo que homogeniza al país y que le
impide dar cuenta de la diversidad cultural y política que caracteriza a Venezuela.
Nuestra nación no es homogénea
como usualmente se cree. Existen marcadas diferencias lingüísticas, gastronómicas, religiosas,
institucionales, en fin, culturales entre las diversas regiones que conforman
el país. María Lionza de Yaracuy confronta a la Chinita zuliana; el pastel de
morrocoy compite con la mantuana hallaca. Bolívar, recordemos, emigra hacia el
oriente del país.
Es por ello que la
descentralización no constituye exclusivamente una reivindicación
administrativa. No debe concebirse solamente como un enfrentamiento de índole
financiero o una demanda por una justa distribución de los ingresos fiscales
del país. Es más que eso. Es
indispensable modificar este marco cognitivo dominante.
La búsqueda de autonomías
regionales debe verse, entonces, como un instrumento de afirmación de la
diversidad cultural existente en el país. Bien pudiera preguntarse ¿qué es
Venezuela? Una repuesta apropiada a esta cuestión tendría que pasearse por esas
diferencias regionales que dibujan el mapa nacional. Andino, valenciano,
monaguense, zuliano, guariqueños etc. son particularidades culturales que no
han sido reconocidas debidamente por el relato político que prevalece en el
país. Esta indagación es fundamental.
Sobre todo hoy en día. Recordemos que la
artificialidad de una Venezuela socialista pretende obliterar estas
diferencias; cancelarlas y, en consecuencia,
intenta suprimir su potencialidad política.
Un relato federalizado supondría,
entonces, asumir una definición de los venezolanos desde las regiones: soy
venezolano en tanto larense, carabobeño, apureño, zuliano etc. Este relato,
desde luego, iría acompañado por
propuestas como la de las
autonomías regionales y el federalismo fiscal, entre otras cosas. En fin, ser
de oposición en la Venezuela actual, es apostar fuerte por la organización
federal del país. Sin duda alguna, la política ahora es así.
Felices navidades y próspero año nuevo,
Nelson Acosta
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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