LUIS EDUARDO MARTÍNEZ HIDALGO |
La pasada semana viajé por pocas horas a
República Dominicana.
Aterricé en el aeropuerto “Las Américas”
cerca de las 7 de la noche del domingo en un vuelo que, proveniente de Miami,
salió puntual y llegó el minuto exacto de la hora prevista. Al salir del avión,
funcionarios de seguridad saludan amablemente a los pasajeros y camino sólo
unos pasos por un pasillo reluciente hacia unas escaleras eléctricas que
funcionan. Llego a las taquillas de inmigración donde a pesar del día, hay suficientes
habilitadas y en pocos minutos me dan entrada. Ingreso a unos baños impecables,
donde encuentro papel toalet, jabón y en los cuales sale agua de los chorros.
Abandono la aduana, para abordar un taxi que me lleva Santo Domingo, por unos
30 kilómetros de autopista –sin huecos, sin basura, sin policías acostados,
“sin perros muertos” como diría el Conde del Guácharo, sin una sola luminaria
quemada. Arribo al hotel donde me hospedaré y al entregarme la tarjeta de la
habitación, me comenta, confianzudo, el empleado: “esto es de un paisano suyo,
venezolano”.
Mis anfitriones me llevan a cenar a un bonito
restaurant no sin antes advertirme, “te va gustar, es muy bueno y es de una
venezolana”. Nos estacionamos y al entrar veo al lado un hipermoderno edificio
sede de Banesco, propiedad de venezolanos.
El propósito de mi visita es forjar una
alianza entre un gran amigo, antiguo compañero de estudios en University of
Miami, cabeza ahora de una de las familias más adineradas e influyentes de
República Dominicana, con un grupo de coterráneos que quieren invertir en un
importante proyecto inmobiliario en Punta Cana, emporio turístico ubicado en el
este de la antigua Española.
La conversación fluye agradable y se centra
primero en el extraordinario potencial del país, en las facilidades, estímulos
y protección para la inversión extranjera para luego derivar en una suerte de
chismorreo donde mi amigo dominicano nos pone al tanto de los muchos proyectos
que venezolanos adelantan en la isla.
Pasadas las 12 damos una vuelta por la parte
vieja de la ciudad, frente a la Fortaleza Ozama, el Parque Colón, el Palacio Virreinal donde
viviera Don Diego de Colón, para finalmente andar a pie por los alrededores de
la Catedral de Santo Domingo, primada de América. Bien iluminados los espacios,
con presencia policial y sin ninguna percepción de riesgo, hicimos un recorrido
que ni pensarlo en cualquiera de nuestras ciudades.
Casi por dormir, curioseó un poco en internet
-de alta velocidad, que no se cae a cada rato- y leo en “Doing Business 2015:
más allá de la eficiencia”, publicación del Banco Mundial, que la República
Dominicana logró progresos significativos para facilitar los negocios en el
último año al mejorar 33 posiciones y colocarse junto a Jamaica y Trinidad
& Tobago como las tres naciones de América Latina que hicieron los más
importantes avances por la implementación de importantes reformas regulatorias
facilitando el hacer negocios; el mismo informe por cierto ubica a Venezuela en
la posición 182 entre 189 países evaluados.
El lunes fue de trabajo: revisamos un
megaproyecto que incluye centenares de apartamentos, hotel, centro comercial,
campo de golf, grandes piscinas, a pocos metros de la playa, que cuando se
concluya será de los más importantes de la región y se adelantará con
financiamiento de la banca dominicana, capitales propios de los promotores e
incentivos del gobierno.
Al final del día hemos avanzado mucho: en
procura de la atracción de inversiones extranjeras y en especial para proyectos
en el sector turístico, el gobierno no solo da garantías plenas sino que en
este caso, y en muchos, exonera por 15 años de todo pago de impuesto sobre la
renta, 10 años de todo pago de IVA, no cobran aranceles de importación por
materiales y equipos que se importen para el desarrollo y, por si fuese poco,
se responsabilizan por ejecutar las obras macro de electricidad lo que
disminuirá los costos del urbanismo en un 20 %.
El desarrollo previsto generará centenares de
puestos de trabajo directo e indirecto y contribuirá con la ya pujante economía
local que en Enero-Septiembre de 2014, experimentó un crecimiento del PIB de
7,0% -mayor al de China en el mismo período- y que en los últimos 6 años ha
experimentado una duplicación del PIB per cápita hasta 9,700 dólares lo que se
lee como que los ingresos promedios anuales de una familia dominicana rondan,
hoy, los 38.800 dólares.
Conviene analizar como un país caribeño –no es USA, ni Japón, ni Francia, ni los Emiratos Árabes- con un pueblo tan parecido al nuestro –en palabras del fallecido Manuel Peñalver “no son suizos”- sin petróleo –para ser más exactos con petróleo nuestro-, con poco más de 10 millones de habitantes, es decir un tercio de la población venezolana, 48.442 kilómetros cuadrados de territorio que es menos de dos veces Monagas, ha logrado, a pesar de sus limitaciones, garantizar calidad de vida, a sus nacionales, muy superior a la que por estas tierras se tiene ahora. ¿Será el modelo? ¿Por qué tanto extranjero, tanto venezolano, prefiere invertir en República Dominicana en lugar de hacerlo en sus países de origen?
Cuando voy ya de vuelta al aeropuerto me
percato que dos elementos a los cuales ya casi, de manera sinvergüenza, nos
acostumbramos no los padecí en esta rápida estancia en Dominicana: no se fue la
luz y no vi largas colas de personas, frente a establecimientos, por ningún
lado. El conductor de mi amigo, como que adivinó lo que pensaba, porque me
dijo: “Jefe si quiere comprar harina pan de Venezuela, pañales o cualquier cosa
que haga falta en su país, puedo pararme
que aquí se consigue de todo”.
Luis
Eduardo Martínez:
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@rectorunitecve
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