martes, 2 de diciembre de 2014

JESÚS ANTONIO PETIT DA COSTA, LA VIEJA DEMOCRACIA SEMBRÓ LO QUE EL ENEMIGO COSECHÓ

JESÚS ANTONIO PETIT DA COSTA
En lugar de crear una cultura del esfuerzo  e implantar efectivamente la seguridad social, universal e integral, la vieja democracia sembró populismo, facilismo y clientelismo, cosechados con abundancia por el difunto.
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¿Porqué tenemos acumulados dos siglos de fracasos y sobre todo porqué el ensayo democrático, después de 40 años, terminó engendrando esta pesadilla que lleva 15? Es la pregunta que debemos hacernos con el objeto de identificar los errores del pasado para no repetirlos. Es la pregunta que me hago en la búsqueda de respuesta que nos permita abrir el camino hacia el éxito y la grandeza que nos ha sido esquiva por nuestra culpa.
La democracia nació viciada por el populismo, el facilismo y el clientelismo, que forman un todo. Es populismo, por ejemplo, llamar pueblo sólo a los pobres y analfabetas, discriminando a los que surgen mediante el estudio y el trabajo. El hijo del pobre es pueblo mientras no estudie. Deja de ser pueblo cuando recibe el título universitario. El hijo del pobre es pueblo mientras no tenga éxito en el trabajo. Deja de ser pueblo si monta una empresa pequeña o mediana o es ejecutivo de una grande. Si la Constitución declara que la soberanía reside en el pueblo y se ejerce mediante el voto, entonces son pueblo todos los electores puesto que a ellos se refiere globalmente el precepto constitucional. Pero no ha sido así en Venezuela, ni siquiera en democracia. Al que asciende socialmente se le excluye del pueblo. Pasa a ser anti-pueblo. Sobre esta base no se puede construir un país de gente trabajadora y culta, ya que cultura y trabajo te excluyen del pueblo. Esta discriminación, propia del populismo, está en la raíz del fracaso de Venezuela. Y explica que en la degeneración de ahora se llame despectivamente escuálido al que progresa. El difunto cosechó lo que sembró la democracia.
Coherente con esta postura está el facilismo, la antítesis del esfuerzo y del sacrificio. El mejor ejemplo de facilismo es el derecho a voto de los analfabetas, porque no hay correspondencia entre deber y derecho. Recuérdese que en 1870 dictó Guzmán Blanco el decreto de instrucción primaria pública, gratuita y obligatoria. Para 1958 habían transcurrido 88 años. Aceptemos que, por razones de estrategia política, se permitiera el voto de los analfabetas en la primera elección, pero no así en adelante para los nuevos electores estableciendo metas concordantes con la masificación de la educación. Ha podido exigirse la alfabetización a los nuevos electores diez años después. Y a los veinte años exigir el certificado de sexto grado para inscribirse en el registro electoral. Al mismo tiempo, exigir a los candidatos el título de bachiller o el universitario según la jerarquía del cargo. Vinculando así educación con voto se hubiese creado una cultura de la superación personal. En lugar de ello, la democracia nos igualó hacia abajo al extremo de obligarnos a votar como analfabetas por tarjetas de colores. Por aquí también se coló el difunto.
Pero el pecado mortal de la democracia fue el clientelismo. A la identificación ideológica le sucedió el favor personal. El clientelismo es un mecanismo de transacción por el cual se intercambian votos con recursos, que no provienen del patrimonio del patrono (gobernante) sino del patrimonio público. El clientelismo personaliza la acción de gobierno, impidiendo la existencia de una institucionalidad sólida. El cliente no se ata a la República, sino al gobernante. No le importa entonces la ley, ni la honestidad en la administración de los fondos públicos. Lo que le importa al cliente es que le den. De este modo el clientelismo arrebata al colectivo el bien común distrayendo recursos para favorecer a los clientes, sintiéndose éstos obligados a corresponder el favor con el voto.
Es imperdonable que los políticos democráticos hayan optado por el clientelismo en lugar de crear el Estado de Bienestar, cuya base fundamental es la seguridad social universal e integral. Universal porque protege a todos, sin distinción de raza, color, credo político y situación económica. Integral porque protege ante los infortunios que sufrimos en la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Si se hubiese destinado el alza del precio del petróleo a un Fondo de Pensiones, con inversiones productivas, como sucede en Europa, se hubiese construido el muro de contención social ante el comunismo. Fue con el  Estado de Bienestar que Europa Occidental se vacunó contra el comunismo y terminó derrotándolo.
Jesus A. Petitt Da Costa
petitdacosta@gmail.com
@petitdacosta

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