GABRIEL S. BORAGINA |
Ya nos hemos explayado respecto de la relación de género a especie
existente entre el colectivismo y el populismo y, por tal razón, de la
identidad efectiva entre los resultados o consecuencias de la aplicación de
ambos. Como algunas de las derivaciones más aberrantes del populismo
encontramos la corrupción de los valores humanos, producto de la denigración
que el individuo o la persona sufre bajo esta concepción.
Cuando el populismo
llega al poder, encarna –o pretende hacerlo- a "la comunidad",
"la patria", "el estado", "la nación", "el
pueblo", "la masa", "los excluidos", etc. fórmulas que
pueden resumirse -en suma- en la comunidad o el estado: "la «comunidad» o el Estado son antes que el individuo; si
tienen fines propios, independientes y superiores a los individuales. Sólo
aquellos individuos que laboran para dichos fines pueden ser considerados como
miembros de la comunidad. Consecuencia necesaria de este criterio es que a una
persona sólo se la respeta en cuanto miembro del grupo; es decir, sólo si
trabaja y en cuanto trabaja para los fines considerados comunes, y su plena
dignidad le viene de su condición de miembro y no simplemente de ser hombre. En
realidad, los conceptos mismos de humanidad y, por consiguiente, de
internacionalismo, en cualquiera de sus formas, son por entero productos de la
concepción individualista del hombre. No hay lugar para ellos en un sistema
ideológico colectivista. Aparte del hecho fundamental de no poder extenderse la
comunidad del colectivismo sino hasta donde llegue o pueda crearse la unidad de
propósito de los individuos, varios factores contribuyen a reforzar la
tendencia del colectivismo a hacerse particularista y cerrado.
De éstos, uno de
los más importantes radica en que, como la aspiración del individuo a
identificarse con un grupo es muy frecuentemente el resultado de un sentimiento
de inferioridad, su aspiración sólo podrá satisfacerse si la condición de
miembro del grupo le confiere alguna superioridad sobre los extraños. A veces,
al parecer, es un aliciente más para sumergir la personalidad en la del grupo
el hecho de que los violentos instintos que el individuo sabe ha de refrenar
dentro del grupo pueden recibir rienda suelta en la acción colectiva contra el
extraño."[1]
Consecuencia de lo expuesto arriba es -en suma- que el populismo
no puede considerarse humanitario, ni humanista, ni autoproclamarse tal. El
populismo entonces no es humano, porque niega al individuo, excluye al que no
forma parte de la colmena del grupo, que deja de ser humana al tiempo que
ingresa bajo la esfera colectiva populista. Es por esto que el populismo
(siempre como subproducto colectivista) se hace particularista y cerrado, lo
que implica que el populista es un egoísta al que sólo le interesa su
populismo, que tampoco es "suyo" sino del grupo al que pertenece.
Como se ha visto en Argentina con los funestos Kirchner, en Bolivia con
Morales, en Ecuador con Correa y principalmente en el castrocomunismo chavista
venezolano, el populismo ha privilegiado y beneficiado a los miembros de su
grupo, excluyendo a los extraños.
¿Cuál es el origen psicológico del populismo? El mismo que indica F. A. von Hayek respecto del colectivismo. El populista es un ser que padece un enorme complejo de inferioridad, pero no sólo este, sino que también conlleva consigo una carga formidable de resentimiento y envidia a todo aquel que sobresalga por sobre el grupo.
Paradójicamente, el populista admite con agrado
que sea su líder el único que pueda descollar por encima del resto del cardumen
populista. A su vez, la envidia e inquina típicos del populismo alientan la
codicia y los bajos instintos de sus miembros, sacan a la luz lo peor que puede
abrigar en su interior un ser humano. Degrada -en una palabra- todo el sentido
y todo el contenido del vocablo humanidad, ya que el populismo rebaja a sus
adeptos a la condición de simples animalitos, sólo aptos para ser domesticados,
y exclusivamente útiles en la medida en que sirvan a los propósitos personales
del/la líder del grupo, partido, o secta al frente del poder en ese momento.
"Una vez se admita que el individuo es sólo un medio para
servir a los fines de una entidad más alta, llamada sociedad o nación, síguense
por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que
nos espantan. Desde el punto de vista del colectivismo, la intolerancia y la
brutal supresión del disentimiento, el completo desprecio de la vida y la
felicidad del individuo son consecuencias esenciales e inevitables de aquella
premisa básica; y el colectivista puede admitirlo y a la vez, pretender que su
sistema sea superior a uno en que los intereses «egoístas» del individuo pueden
obstruir la plena realización de los fines que la comunidad persigue. Cuando
los filósofos alemanes presentan una y otra vez como inmoral en sí el afán por
la felicidad personal y únicamente como laudable el cumplimiento de un deber
impuesto, son perfectamente sinceros, por difícil que pueda ser comprenderlo a
quienes han crecido en una tradición diferente."[2]
El populismo pretende identificarse plenamente con la
"sociedad", la "nación", la "patria", y demás
denominaciones emotivas y melodramáticas. Pero en realidad, son los líderes
populistas los que piensan en sí mismos como auténticas encamaciones humanas de
tales entidades ficticias, que están únicamente en las palabras pero que
carecen de existencia física, real y concreta. El líder populista se endiosa a
sí mismo, en tanto su obsecuente súbdito "militante" diviniza a su
líder, al punto de elevarlo a una condición cuasi celestial, llegando no pocas
veces al extremo de rendirle un culto religioso, de los cuales forma parte
esencial del mismo el rito de escuchar en las plazas y otros espacios públicos
a su suprema divinidad populista. A esto le llaman precisamente la
"militancia", es decir un culto de auto-humillación del militante
ante el o la líder y simultánea adoración a la máxima deidad populista. Los
casos señalados antes (Kirchner, Morales, Correa, Chávez/Maduro) son vivo
ejemplo de lo expuesto.
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
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