CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ |
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Uno de los mitos populares es la explosión
social, posiblemente el más significativo de esta etapa urbana que dejó atrás
la ruralidad. Tal vez por la memoria de los levantamientos de febrero de 1936,
décadas posteriores se formó una nube de complejos de culpa en el subconsciente
colectivo, implícita en la premonición de que un día bajarían los cerros de
nuevo a cobrar tantos sufrimientos y egoísmo, y los pobres en las calles
tomarían venganza. Cincuenta y tres años después, el 27 de febrero de 1989 esta
superstición se consolida con los terribles sucesos de ese día y queda asociada
a otra: que no se puede subir el precio de la gasolina. Los últimos gobiernos
se sometieron a tan angustiosa profecía: despilfarras el combustible o te
asarán con él. Hoy babalaos del análisis social, -ahora hay que ser santero por
decisión de Fidel-, repiten la profecía del Baba oduduwa, el "negro
hermoso", encarnación del apocalipsis yoruba.
La tal explosión social es como el Silbón, la
Llorona, la Bola de fuego, unos y otros castigos sobrenaturales a la maldad.
Arvelo Torrealba tomó leyendas llaneras y las convirtió en Florentino y el
Diablo tal vez lo más grande de la poesía popular culta latinoamericana, que
narra el triunfo del bien sobre el mal después de una intensa noche de arpa,
cuatro, maracas y ron, en la que el Príncipe de la Oscuridad varias veces
reclama victoria. Levantamientos, turbas, desórdenes, tropeles que quebrantan
el orden público ocurrieron en muchas naciones ricas con democracias híper
avanzadas. Montreal, Los Angeles, NY, Londres, Estocolmo, París y varias más
los vivieron recientemente y al estudiarlos surgen algunas conclusiones que
pueden ser útiles a nuestros orishas, a ver si dejan de anunciar catástrofes
sanguinarias.
La Comuna de Chacao
Esos levantamientos masivos no surgieron de
la miseria, el autoritarismo, la escasez, ni la inseguridad, sino en las
ciudades más sofisticadas del mundo actual, con mejor calidad de vida y como
consecuencia de otros problemas, como el racismo: árabes atropellan blancos en
París y Estocolmo, bandas de delincuentes agreden gente normal en Londres,
blancos humillan negros en Los Angeles... y así. El factor esencial es que
desórdenes normales se extendieron y se convirtieron en riots por inhibición de
la fuerza pública, que por una u otra razón no actuó. Con una diferencia
sustantiva: one day after las autoridades políticas y sociales, gobierno y
oposición, seglares y religiosos calificaron los hechos de censurables y
vergonzantes.
Después de la Comuna de París de 1871 la
ciudadanía parisina organizó diversos actos de expiación por las atrocidades
revolucionarias y hasta edificaron la Iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre
como desagravio al Altísimo y a las víctimas del aquelarre. En Venezuela, lejos
de edificar siquiera un kiosko, ni prender una vela, toda la elite dirigente,
el derrier de Latinoamérica de 1989, se dedicó a enaltecer los bochornosos
acontecimientos y a culpar de ellos, no a los atracadores que tomaron las
calles, sino al gobierno, los ricos, los políticos, "el paquete
económico", el aumento de la gasolina, y a la gran convicta, la Babilonia
que permitía eso: la democracia. Más de 40 parlamentarios, incontables curas,
escritores, periodistas, dejaron claro que la delincuencia masiva era más bien
un acto de justicia social. La desgracia de Venezuela no fueron los tristes
acontecimientos, sino una elite capaz de sublimar un monstruoso crimen
colectivo.
La Declaración de Mall Aventura
Los disturbios y saqueos del 27 de febrero
surgieron de la confluencia de tres elementos: la huelga de la Policía
Metropolitana, el aumento de los precios de los pasajes un día antes que la
gente cobrara su quincena, y el efecto demostración de lo que ocurría. Si se
compara lo ocurrido en la Venezuela de 1989 con los ejemplos de las urbes
citadas, coinciden en la inhibición de aparato represivo. Hoy se vive el mito
que sus intelectuales inorgánicos crearon y cada vez que algún babalao quiere
coger titulares o hacer una admonición solemne, desempolva el estallido social.
No habrá nada de eso porque el diputado Freddy Bernal no va a poner la policía
en huelga de brazos caídos y cada vez que aparece una guarimba, los grupos
irregulares y la Guardia Nacional dejan muy claro que no son tímidos.
La gente está más entretenida en buscar
juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar. Pero el gobierno
estimula, con el nuevo atropello contra MC Machado, el plan decembrino de los
opositrolles de acosar las urbanizaciones del Este de Caracas y Baruta para
amargarles la fiesta, tal cual meses anteriores. La decisión del comando
revolucionario del Mall Aventura es ahogar el Niño Jesús y los demás niños en
gases lacrimógenos, luego de evaluar que las navidades distraen de los
problemas del país. Con eso solo ensombrecerán las posibilidades electorales
opositoras (el parecido: Fidel las suspendía en Cuba porque eran "una
treta del consumismo capitalista"). Les falta ordenar que 24 y 31 todos
salgan a la calle vestidos de luto y a las doce de la noche, en vez de abrazos
estridentes, se escuche una atronadora mentada de madre. Eso provoca hacerlo,
pero en protesta porque a este país le tocan líderes tan insólitos.
Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
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