CARLOS ALBERTO MONTANER |
Chile está dejando de ser la esperanza
latinoamericana. Eso es grave para todos, no sólo para los chilenos. Durante
décadas, especialmente desde la llegada de la democracia a ese país en 1989
(aunque la transformación había comenzado en época de la dictadura de
Pinochet), resultaba obvio que la libertad, el funcionamiento de las
instituciones de derecho, la apertura al mundo, la competencia, el mercado, y
la supremacía de la sociedad civil en el terreno económico, habían probado que
ése era el camino de la prosperidad para toda América Latina.
En Chile se confirmaba que la democracia
liberal era la vía. El país, dentro de ese esquema, se había puesto a la cabeza
de Latinoamérica, más de la mitad de la sociedad se inscribía en los niveles
sociales medios, y la pobreza había pasado del 46 al 12%. Una verdadera proeza.
La nación de "la loca geografía" –una larga franja de tierra
temblorosa situada entre el Pacífico y los Andes– estaba a pocos pasos del
umbral del Primer Mundo, definido como las naciones que alcanzan los $25 000 de
producción anual per cápita. Bastaba recorrer las calles de Santiago y hablar
con las gentes para percibir una sensación de optimismo y progreso mayor que en
cualquier otra gran ciudad latinoamericana.
Ese espíritu se está apagando. Los datos de
la encuestadora chilena Plaza Pública (CADEM) no dejan lugar a dudas. Un 71% de
los ciudadanos piensa que la economía se ha estancado. Sólo un 27% opina lo
contrario. Tras dos generaciones de prosperidad anual notable, con pocas
contramarchas, el primer año de la presidente Bachelet se saldará con apenas un
1.6 de crecimiento, pese a que Sebastián Piñera le entregó un país que
funcionaba a plena máquina. Naturalmente, eso tiene un costo. Cuando Bachelet
llegó al poder, hace sólo ocho meses, un 78% de los chilenos tenía una buena
imagen de ella. Hoy sólo la aprecia el 48, mientras su gobierno es aún más
impopular: apenas un 37% lo respalda.
¿Por qué se ha frenado Chile?
Fundamentalmente, por una ruptura clarísima sobre el modelo de desarrollo. Los
inversionistas locales y extranjeros tienen dudas y se abstienen. Ven a la
señora Bachelet más cerca del viejo Chile estatista-populista que de la nación
moderna basada en las ideas de la libertad económica y no pueden evitar una
desagradable sensación de dejà vu de los turbulentos años del allendismo. La
perciben como una persona encharcada en las supersticiones ideológicas del
"distribucionismo igualitario", obsesionada con el Índice Gini, y no
en la creación de riquezas, que es lo que realmente importa. Al fin y al cabo,
el coeficiente Gini de Venezuela es "mejor" que el de Chile y no creo
que nadie en sus cabales piense que la gravísima situación del manicomio
chavista es preferible a la chilena.
Si la presidente Bachelet no rectifica, muy
probablemente provocará la salida de la Democracia Cristiana de la coalición de
gobierno. Es increíble que esta señora no advierta que la buena experiencia de
las ideas de la libertad en su país ha corrido hacia el centro a todo el
espectro político chileno. El socialcristianismo de izquierda de los años
cincuenta y sesenta del siglo pasado ya no es lo que era. La democracia
cristiana de Frei Ruiz-Tagle es diferente a la de Frei Montalva, su padre,
porque entre ambos mundos existe medio siglo de inocultables éxitos liberales y
el hundimiento de las recetas estatistas. El socialismo de Ricardo Lagos tiene
muy poco que ver con el de Salvador Allende, aunque respetuosamente cultive su
memoria, porque en el camino de la lucha por la libertad, Lagos se transformó
en un genuino socialdemócrata y enterró el lastre marxista. En cambio, quienes
no se han movido de su posición fanática son los comunistas (esos que Bachelet
se empeñó tercamente en llevar a la Concertación) y continúan defendiendo un
empobrecedor modelo de sociedad, pero en el pecado ideológico llevan la
penitencia: la bonita Camila Vallejo, quien era muy popular cuando figuraba
como revoltosa líder estudiantil de la oposición, tras pasar al parlamento, hoy
apenas tiene el aprecio del 3% de los
chilenos. Ojalá Chile retorne al carril del sentido común y el buen gobierno.
Fue un faro para orientar a los latinoamericanos. Perderlo, insisto, nos
perjudicará a todos.
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
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