Hace
25 años, el 9 de noviembre de 1989. La población alemana de Berlín Oriental
despierta con el mismo sentimiento de asfixia y encarcelamiento sufrido día
tras día desde 1962, año en que se inauguraba el tristemente famoso “Muro de
Berlín”. Pero éste no era un día común. Los berlineses de oriente se
encontrarían ese día con la tan ansiada noticia que les traería no sólo
esperanza y progreso, sino lo más importante e imprescindible para el mismísimo
ser humano ¡Libertad!
La
frontera entre dos mundos ideales- el del hombre en libertad y el del hombre
subordinado íntegramente a la abstracción totalizadora del Estado- se desdibujó
en pocas horas y dejó a la vista lo que hasta ese momento parecía una imagen de
pura fantasía: una Berlín de libre circulación hacia uno y otro lado de la
Puerta de Brandenburgo.
Las
generaciones que habían crecido o madurado en los años posteriores a la segunda
Guerra Mundial no imaginaron que iban a ser testigos, alguna vez, de la caída
estrepitosa del imperio comunista. Aun los que sabían que había fisuras
internas cada vez más comprometedoras en el régimen soviético- y en su dilatado
emporio de países satélites- suponían que el estrepitoso final iba a producirse
en un plazo más lejano y pensaban que no iban a vivir lo suficiente para verlo.
Pero
los procesos históricos- ya se sabe- son a menudos impredecibles. Hacia los
últimos meses de 1989, la cortina de hierro empezó a mostrar su vulnerabilidad
en vastos puntos del tenso mapa europeo; en Hungría, Polonia, en
Checoslovaquia. Y, por supuesto en Berlín. La ola de gente que quería pasar al
sector occidental de la gran ciudad alemana creció aceleradamente, lo que
obligó a las autoridades de la Republica de Alemania Oriental (RDA) a dictar
una norma- primero una ley, luego un decreto- que flexibilizase el tránsito de
personas hacia Berlín Occidental. Pero la fuerza de los hechos fue más veloz
que la ley escrita y el 9 de noviembre un puñado de resueltos activistas
comenzó a derribar el afrentoso muro.
Ante
el cariz que tomaban los hechos ese mismo día, un miembro del politburó de la
RDA, Günter Schabowsky, se vio obligado a reconocer públicamente, ante una
rueda de periodistas, que estaba ya en vigor el libre tránsito a través de los
puestos fronterizos. En realidad, la norma no tenía aún vigencia formal pero
los pueblos suelen pasar por encima de los códigos cuando se trata de
conquistar la libertad. La caída del Muro de Berlín fue el símbolo que
pronunció la agonía del imperio fundado por Lenin y consolidado por Stalin. Y
marco el comienzo del fin de la Guerra Fría, que en sus horas de mayor tensión
había colocado al planeta, más de una vez, al borde de la hecatombe nuclear.
A 25 años de distancia, el muro de Berlín
aparece como el punto de partida de un proceso histórico en el que nuevos
padecimientos y nuevos temores han ido sustituyendo a los que agobiaban a la
humanidad en 1989. No debe faltar un espacio en la reflexión para la evocación
de los hechos que significaron un avance en la marcha hacia el reconocimiento
de la dignidad del hombre. En esa marcha, la caída del Muro de Berlín fue un
hito de extraordinario valor. Por supuesto la marcha sigue. Nuevos desafíos
reclaman, ahora, sobre todo en Venezuela, nuevas respuestas. Y siempre habrá
nuevos muros por derribar.
Sixto
Medina
sxmed@hotmail.com
@sm_sixto
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