Oponerse es una acción de resistencia, un acto de enfrentamiento. No
sólo a las desastrosas políticas del gobierno sino al modelo de opresión con el
que intenta sustituir al sistema
democrático, la economía de mercado y el Estado social de derecho. En el caso
de la MUD, su oposición no es opugnación. Su estrategia para organizar
socialmente una alternativa es cívica,
pacífica y constitucional.
La aplicación de diversos medios de represión e intimidación para acabar
con toda reacción contraria, crítica o sencillamente diferente al poder, busca
imponernos la percepción de que esta forma de control y dominación nunca
acabará y que la respuesta acertada es conformarse y adaptarse.
No es casual que un pilar de sostenimiento del gobierno sea un modo de
pensarlo y en consecuencia, de combatirlo de una parte de quienes se le oponen.
Las actitudes y discursos de pesimismo fomentan la pasividad, la entrega
anímica al régimen. Las conductas y discursos de la desesperación conducen al
rechazo frontal y a reproducir el esquema de destrucción del otro que induce al
aislamiento de la oposición y a mantener la incomunicación entre quienes tienen
visiones de país diferentes o contrapuestas.
Se acude, para justificar el abandono de la lucha por el cambio, al
mantra de que “comunistas no salen por votos”. Se ignora deliberadamente el
triunfo de Violeta Chamorro en Nicaragua. Se pasan por alto las reformas
políticas y electorales introducidas por Gorvachov y el Partido Comunista de la
Unión soviética. No se dice que en 1989 Solidaridad va a unas elecciones
parciales que aquí nadie habría aceptado, (para añadir 161 nuevos escaños a los
299 diputados comunistas que lo conformaban) en las que Solidaridad obtiene 160
diputados y 1 el PCP. Así tomó su ruta
electoral el amplio movimiento de protestas que derrumbó pacíficamente, excepto
en Rumania, al poderoso imperio comunista.
Soportar tiempos indignantes y terribles para el país tiene que
abrumarnos. Pero desatar la rabia ni protege ni acrecienta la voluntad de
cambio. La incertidumbre y el temor a lo que pueda venir, la impotencia cuando
perdemos confianza en lo que hacemos, la desesperanza como hábito es el primer
acostumbramiento fatal para que se pueda llevar a cabo la amenaza oficialista
de no aceptar su derrota electoral.
La autoritaria idea, repetida de mil formas, indica que el poder siente
que sus barbas comienzan a arder. Les tiene que resultar alarmante tres datos
que todos observamos: a) que el descontento con la situación del país es un
consenso sólido, b) la desaprobación mayoritaria de la gestión del gobierno, c)
la creciente pérdida de confianza en el liderazgo del Presidente.
Hay luz al final del túnel. Siempre hay algo por hacer para ayudar al
tránsito hacia otra clase de país. Lo primero, pensar que es posible. Lo
segundo, usar la palabra. Gotas necesarias para ser torrente.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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