viernes, 7 de noviembre de 2014

SIMON GARCIA, LUZ AL FINAL DEL TÚNEL.

           Oponerse es una acción de resistencia, un acto de enfrentamiento. No sólo a las desastrosas políticas del gobierno sino al modelo de opresión con el que intenta sustituir al  sistema democrático, la economía de mercado y el Estado social de derecho. En el caso de la MUD, su oposición no es opugnación. Su estrategia para organizar socialmente una alternativa es cívica,  pacífica y constitucional.
            La aplicación de diversos medios de represión e intimidación para acabar con toda reacción contraria, crítica o sencillamente diferente al poder, busca imponernos la percepción de que esta forma de control y dominación nunca acabará y que la respuesta acertada es conformarse y adaptarse.
            No es casual que un pilar de sostenimiento del gobierno sea un modo de pensarlo y en consecuencia, de combatirlo de una parte de quienes se le oponen. Las actitudes y discursos de pesimismo fomentan la pasividad, la entrega anímica al régimen. Las conductas y discursos de la desesperación conducen al rechazo frontal y a reproducir el esquema de destrucción del otro que induce al aislamiento de la oposición y a mantener la incomunicación entre quienes tienen visiones de país diferentes o contrapuestas.
           Se acude, para justificar el abandono de la lucha por el cambio, al mantra de que “comunistas no salen por votos”. Se ignora deliberadamente el triunfo de Violeta Chamorro en Nicaragua. Se pasan por alto las reformas políticas y electorales introducidas por Gorvachov y el Partido Comunista de la Unión soviética. No se dice que en 1989 Solidaridad va a unas elecciones parciales que aquí nadie habría aceptado, (para añadir 161 nuevos escaños a los 299 diputados comunistas que lo conformaban) en las que Solidaridad obtiene 160 diputados y 1 el PCP.  Así tomó su ruta electoral el amplio movimiento de protestas que derrumbó pacíficamente, excepto en Rumania, al poderoso imperio comunista.
            Soportar tiempos indignantes y terribles para el país tiene que abrumarnos. Pero desatar la rabia ni protege ni acrecienta la voluntad de cambio. La incertidumbre y el temor a lo que pueda venir, la impotencia cuando perdemos confianza en lo que hacemos, la desesperanza como hábito es el primer acostumbramiento fatal para que se pueda llevar a cabo la amenaza oficialista de no aceptar su derrota electoral.
            La autoritaria idea, repetida de mil formas, indica que el poder siente que sus barbas comienzan a arder. Les tiene que resultar alarmante tres datos que todos observamos: a) que el descontento con la situación del país es un consenso sólido, b) la desaprobación mayoritaria de la gestión del gobierno, c) la creciente pérdida de confianza en el liderazgo del Presidente.
            Hay luz al final del túnel. Siempre hay algo por hacer para ayudar al tránsito hacia otra clase de país. Lo primero, pensar que es posible. Lo segundo, usar la palabra. Gotas necesarias para ser torrente.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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