Durante estos años las fuerzas democráticas, en algunas oportunidades,
lograron ser una mayoría circunstancial. Ahora, por primera vez, cuentan con
las condiciones favorables para convertirse en una mayoría plural irrefutable,
capaz de moverse con instituciones, reglas y espacios para resolver
pacíficamente la confrontación entre este modelo de liquidación de la
estructura institucional y la economía de mercado y un modelo basado en
introducir reformas avanzadas sin rupturas. El mundo marcha en el segundo
carril, excepto Cuba, Corea del Norte y Venezuela.
La sola aparición de esa mayoría irrefutable, cuya prueba de existencia
serán las parlamentarias, exigirá del PSUV una auténtica reconducción del
actual régimen o abrir desde su proyecto político una estrategia diferenciada
de quienes sólo quieren el poder para sí mismos. Paralelamente acelerará la
sustitución del actual gobierno por vías contempladas en la Constitución
Nacional. Todos los caminos conducen a cambios en el régimen o del régimen.
La forma pacífica de encontrar áreas de concurrencia y áreas de
competencia entre estas dos grandes visiones de país es el diálogo. Pero la
cúpula oficialista rechaza dialogar para cambiar, porque aún confían que con su
monopolio del poder podrán imponerle una rendición a la nueva mayoría.
Todas las encuestas, así como el lenguaje de la calle reflejan que hay
un consenso nacional en contra de la actual gestión gubernamental y del modelo
estatista autoritario que se pretende incrustar a perpetuidad. El punto es si
hay fuerzas suficientes en el gobierno y el PSUV para acometer el paso atrás
que otras revoluciones han dado para sostenerse? O ¿preferirán degenerar en una
locura totalitaria?
El problema es que acentuar la represión, los mecanismos de co0ntrol de
toda la sociedad y la definitiva demolición de la democracia no puede llevarse
a cabo sin afectar a muchos sectores que han servido de base de apoyo del
llamado proceso revolucionario. Esa fase de destrucción de si misma está en
pleno apogeo: los disidentes son considerados
infiltrados, los colectivos delincuentes, los críticos agentes del
enemigo y los que exigen rectificaciones son traidores. La intolerancia, la
persecución y la suspensión de los derechos se desata contra los seguidores
inconformes de la revolución con la misma brutalidad excluyente que se ha
aplicado a quienes han hecho resistencia directa.
La consecuencia inevitable es que más de la mitad de los seguidores del
proceso están en posición conflictiva con la cúpula cívico militar que a veces
se presenta como órgano máximo de conducción y con el rumbo que han tomado.
También han perdido la confianza en Maduro. Se trata de exigir cambios, unos
más radicales y otros mas democráticos, por consecuencia con los ideales o
porque se desaprueba una gestión cuyos resultados no pueden ser avalados ni por
la razón, ni por el corazón, ni por el estómago.
Este rechazo masivo, desde el seno de la revolución, tiene varios
destinos: unos encuentran se aproximarán a la oposición para fortalecer su
dimensión social y su naturaleza progresista; otros se abrirán con una oferta
de transformación revolucionaria no autocrática y finalmente existen quienes,
desasistidos de fé, dilatarán el sector de los que ni quieren saber nada del
país ni quieren hacer nada por él. Se multiplican los NINI rojo rojitos.
Si esta dinámica está operando, estamos en presencia de una vía no
convencional, fuertemente inédita, para contribuir a formar una mayoría sólida
entre venezolanos que tienen dos concepciones distintas y en varios aspectos
opuestas de país, pero que suscriben un mismo artículo N° 1 en sus estatutos
para la convivencia: no está permitido tratar al otro como un enemigo al que
hay que desaparecer sino como un rival al que hay que respetar.
La transición está aquí porque el modelo de socialismo autoritario
encalló. Su contradicción ya no es con la oposición sino con el país. Es
urgente un nuevo entendimiento que supere a los dos populismos que han
fracasado.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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