miércoles, 26 de noviembre de 2014

PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ, UNIR EL DESCONTENTO Y CONVERTIRLO EN CAMBIO POLÍTICO

PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ
El título de este artículo no pretende ser original, pero posee enorme pertinencia. Es una poderosa idea fuerza.

Cada día es mayor la convicción del peligroso y temerario rumbo que han venido tomando las cosas en Venezuela.

La conducción de los asuntos públicos se hace con enorme improvisación. El sentido común parece haber desaparecido entre quienes nos dirigen. La gente reclama soluciones y no hay respuestas oportunas y efectivas. El Estado venezolano concentra cada vez más poder, pero cada vez hay menos gobierno.

En toda la nación  la inseguridad campea en las calles, los empleos desaparecen, la escasez de alimentos, medicinas, de repuestos y equipos nos paraliza y aísla. Las zonas industriales son pueblos fantasmas, la economía productiva languidece, la carencia de agua potable nos quita calidad vida, los apagones hostigan a la ciudadanía, el acceso a una salud de calidad es inexistente y el costo de la vida limpia nuestros bolsillos.

En general, una sensación de incertidumbre y zozobra se apodera de la nación. Desidia, incompetencia, desorden, improvisación, voluntarismo, arrogancia, intolerancia, impunidad, autoritarismo, derroche y corrupción, son los rasgos más sobresalientes de la actual hora nacional. Este sombrío balance se produce luego de haber recibido los cuantiosos recursos económicos que dispensó un prolongado período de abundancia fiscal petrolera, la cual, súbitamente, ha llegado a su fin. Tal circunstancia debería generar una seria reflexión acerca del origen y destino de una riqueza nuevamente malgastada.

Los venezolanos miramos el presente y miramos también lo que existía décadas atrás y no nos gusta lo que vemos. Cada vez es mayor el número de compatriotas que no desean, ni la continuidad de lo que hay, ni el regreso a lo que había. Son los llamados “Ni-Ni”, quienes  con sobrada razón aspiran la aparición en el escenario nacional de una suerte de “tercera vía”. Las encuestas revelan que los sectores políticamente no alineados representan casi la mitad del electorado. Pero  además hay un inédito dato que se asoma: el descontento está uniendo ahora a los venezolanos que antes la polarización política había separado.

El descontento y la inconformidad respecto a lo que acontece en el país son tan profundos y extensos que han rebasado abiertamente los límites de la llamada oposición. De hecho está erosionando la zona de confort en la que cohabitan las conformaciones políticas  oficialistas  y opositoras.

Como bien decía un célebre pensador británico del siglo XIX: “El descontento es el primer paso para el progreso de un hombre o de una nación” Pero hay que hablarle a ese país descontento y nadie, o muy pocos, lo están haciendo  con la determinación y la propiedad que se requieren.

El destino de Venezuela se ve poco auspicioso. Sin embargo, tenemos la oportunidad de cambiar nuestro futuro. Para lograr este propósito, no basta alertar sobre los males que nos aquejan, sino iniciar la acción que posibilite revertir tal realidad. Podemos resignarnos  sólo a manifestar públicamente nuestro descontento y escribir sesudos documentos y artículos, pero millones de palabras impresas no generan los cambios, los cambios son los que generan que se impriman millones de palabras. Por eso hay articular un discurso que interprete y unifique  el vasto descontento nacional existente, a fin de convertirlo en cambio político. Ese cambio ya no es sólo una necesidad sino una demanda.

Hay que encontrar una alternativa viable y democrática frente al actual desmadre nacional. Sin atajos ni espejismos. Una parte del asunto pasa por identificar y descartar a quienes se autoproclaman como salvadores de la patria e intentan usurpar el sentimiento de cambio que recorre la nación. Estas expresiones políticas lejos de constituir una solución, forman parte del problema.

El país camina sobre un plano inclinado. El reto es detener esa ruta suicida. Sin embargo, el mayor problema de todos es vencer el escepticismo y no bajar los brazos. Es la hora del coraje cívico.

Este próximo año 2015, tendremos la posibilidad de ponerle una mano en el pecho al proceso de deterioro nacional. Los venideros comicios parlamentarios  representan una oportunidad singular para este propósito. Ciertamente la democracia es mucho más que la mera convocatoria a elecciones. Pero cuando la democracia casi se ha reducido sólo al acto comicial, hay que hacer uso intensivo del voto como la última trinchera democrática y la última línea de defensa del régimen de libertades.

En esos comicios para  escoger diputados a la Asamblea Nacional hay que elegir legisladores que defiendan y trabajen para cada una de las entidades por las que se postulen. Ese debe ser el verdadero perfil de un parlamentario. Basta de diputados ausentes, sin arraigo o trashumantes .

Tomemos conciencia a qué nos enfrentamos. No está en peligro nada más la democracia, está en cuestión la viabilidad misma de nuestra república, tal y como la hemos conocido hasta ahora.

Pedro Elias Hernández
pedroeliashb58@yahoo.com
@mcymodeloglobal

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