DOUGLAS JÁTEM VILLA |
Durante los últimos casi 16 años
los venezolanos hemos tenido uno de los peores
desgobiernos de nuestra historia, y se puede agregar de todo el mundo.
Cuando la historia describa este gobierno, registrará lo que ha sido nuestra
“cartilla de vida”, vale decir: concentración totalitaria del poder y muerte de
la justicia, politiquería en la FAN, corrupción, destrucción de la economía y
la producción, vía déficit, inflación, escasez, devaluación, debiéndose
destacar la tragedia de PDVSA; deterioro o ausencia de servicios básicos, como
educación, salud, lo que significa el crecimiento mortal de diversas
enfermedades; seguridad, electricidad y otros; pérdida de confianza en el voto,
entrega a Cuba, división entre los venezolanos, y hasta la injuria por parte de
un presidente que considera que el pueblo venezolano solo merece la tercera
parte del salario que corresponde a los privilegiados, los militares.
Pero,
desde este sitio se tiene la apreciación, que se quisiera que fuera incierta,
de que nuestra tragedia es peor dado el comportamiento que luce anómico de los
venezolanos que nos oponemos al régimen. Se reconoce la inmensa desigualdad
ante el totalitarismo gubernamental que puede inhibir iniciativas opositoras
por diversas razones y vías, pero la evidente condena al desgobierno, peor que
un pésimo gobierno, debería ser un antídoto contra la anomia ante el
autoritarismo gubernamental.
Los venezolanos habíamos alcanzado niveles
aceptables de ciudadanía democrática, y si hoy padecemos anomia, debe ser
producto de algo, una especie de proceso vicioso, que produjo este resultado.
Entre las causas del proceso vicioso referido, se han señalado el deterioro
avanzado de los partidos políticos y sus directivos, y la aventura filibustera
de sectores económicos. Con base en las ciencias sociales, se puede pensar que
un proceso similar, pero virtuoso, puede generar la recuperación de nuestra
ciudadanía. Se acostumbra apelar a los ejemplos motivadores, como Bolívar,
Gandhi, Martin Luther King, y otros, pero la situación de la Venezuela
posterior a 1958 no es la de necesitar uno de esos mesías, sino la de despertar
y reaccionar en forma organizada. A pesar de que se presentan unas cuantas
personas y partidos políticos proponiendo muchas líneas de acción, muchas
demasiado trilladas, en este sitio no se aprecia, y se reitera la esperanza de
estar equivocado, la búsqueda y motivación del proceso virtuoso requerido.
A
nadie se le ha ocurrido presentar alguna disculpa por los evidentes errores
cometidos. No se registra la decisión de rectificar para hacer política con la
finalidad de servir a la gente, y por el contrario se aprecia la politiquería
acostumbrada para conquistar y ejercer el poder bajo el modelo partidista.
Es
obvio que para servir a la gente se requiere tener el poder, pero también se ve
claramente que el partido sigue aplicando la práctica de que tener el poder es
ejercerlo bajo el modelo partidista, a pesar de que ya no es viable, y no solo
en Venezuela, sino en todo el mundo.
Se acepta que el partido debe seguir
siendo la célula del tejido democrático, que puede ser, y quizás debe ser, el
punto de partida del proceso virtuoso recuperador de la ciudadanía democrática.
Pero tiene que ser un partido distinto que acepte la inevitable incorporación
de la sociedad civil, algo que procura el Papa Francisco, y en esa dirección se
agrega que la religión será factor determinante en la recuperación moral y
política de la humanidad.
El partido debe evitar la experiencia de Luis XVI. Se
piensa que debe reunir algunas características, tales como que el ejercicio del
poder no constituya una fuente de
“beneficios” para la organización; entender a la ciudadanía o sociedad civil
como una especie de contraparte participativa del Estado, del cual forma parte
el partido; proponer una concepción filosófica y política coherente con la
Constitución Nacional, sin que esto niegue la posibilidad de proponer cambios
que mejoren la democracia; democracia interna que incluya someter al voto
“primario” de los miembros, la elección de las autoridades a todos los niveles,
y también los candidatos a cargos electorales; garantizar la libertad de
conciencia del miembro de la organización y por ende su libertad de decisión; y
otras que se pueden plantear en otro momento. Los partidos opositores dan la
impresión de que se quieren autoconvencer de que habrá elecciones en 2015, pero
parece una irresponsabilidad no admitir como un escenario probable, ni siquiera
posible, el que la dinámica interna chavocastrista, o cualquier otra razón, las
impida. Se exceden al condenar otras
propuestas opositoras, no solo que no niegan la elección de la AN, sino que
también merecen respeto, sobre todo porque son fundamentadas.
Desde aquí, solo
se entiende la condena al valiente movimiento estudiantil con base en la
descalificación de iniciativas diferentes a las del “líder”. Dan la impresión
de que se quieren autoconvencer de que
ganarán la votación borrando rápida e inexplicablemente su larga condena
de la autocracia chavecista en la manipulación del sistema electoral, llegando
hasta prácticamente implorar un diálogo que el gobierno no realizará, y a
aceptar acuerdos en la AN que pueden terminar “legitimando” tal manipulación.
Como dice el dicho, “Bueno es cilantro, pero
no tanto”.
Así como no es viable el chavocastrista Socialismo del Siglo
XXI y su manipulación absolutista del poder, tampoco es viable la prepotencia
del partido sobre la ciudadanía, y se les debe cuestionar que sigan
pretendiendo “monopolizar” la voluntad electoral del pueblo como si eso fuera
de su propiedad. Pueden dar la impresión de que piensan que la gente debe
sentirse satisfecha de poder votar porque eso es la democracia, y que no le debe
importar tener que sufragar por las personas que ellos imponen, reunidos a
puerta cerrada y aplicando un consenso que significa el reparto que hacen de
las curules de la Asamblea Nacional, independientemente de que esas personas
sean o no los venezolanos mejor capacitados para integrar el Poder Legislativo.
Evidentemente, los partidos tienen la potestad
de decidir qué personas postulan, miembros o no de la organización, pero
ni siquiera deberían actuar en forma tan “mafiosa” en el caso que se tratara de
elecciones en las que cada partido compite con los otros, porque aún en esa
situación deberían someter la escogencia de los candidatos al voto “primario”
de los miembros del partido, algo que establece la Constitución que juran
respetar y preservar. Mucho menos pueden actuar en forma inmoral, aunque se
justifiquen en la política, pretendiendo “obligar” a la gente a votar por sus
listas porque ellas significan la unidad que posibilita derrotar al chavecismo,
cuando esa tal unidad solo se ha manifestado en el reparto por consenso de los
cargos, no ha frenado el totalitarismo chavocastrista, y no ha aportado a la
lucha agónica de la gente por su sobrevivencia. Cabe preguntar cuál sería el
comportamiento unitario de estos partidos si se tratara de organizaciones fuertes
con posibilidades de triunfo para cada una?
Douglas Jatem Villa
djatem@gmail.com
@djatemv
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