miércoles, 29 de octubre de 2014

LUIS MANUEL CUEVAS QUINTERO, EL PROFESOR, ¿UN NUEVO ENEMIGO? APUNTES SOBRE EL DISCURSO ANTIUNIVERSITARIO, DESDE MEXICO

“La humanidad logra tomar distancia; riéndose de su propio pasado […] cuando alcanza a ver que su propio tiempo se ha vuelto incapaz de renovarse y se ha quedado inmerso en formas viejas” Remo Bodei. “Dialéctica, contradicción y desarrollo en lo moderno
La crisis actual que atraviesan las universidades en Venezuela, no puede reducirse a una trama simplista de buenos y malos. Tampoco a las condiciones materiales y no materiales de merma de un presupuesto, o a la liquidación de la autonomía a través de la cancelación y supresión de sus proyectos de formación de personal al bloquear el suministro de recursos para los planes de becas y sabáticos. Ambas condiciones, la material y la imaginaria, en el sentido de cohesión en torno a una visión de país que se corresponden con un universo no restringido de conocimientos en construcción, convierten nuestra situación en un campo complejo que debe ser abordado desde múltiples puntos de vista.
Enfrentados con la crisis de modernidad que vivimos, los actores en medio de un vasto teatro nacional se reparten roles que a veces lucen intercambiables. Cada uno se atribuye la autoridad moral, y cada uno reparte la culpa. Envueltos en el temor de la penitencia, -una herencia de la atormentada conciencia cristiana-, cada uno a su vez posterga su arrepentimiento para una situación final que ya se presiente.
El trauma nacional de nuestra historia patria impregnado de megalomanía parroquial,  permite situar la crisis interna que se vive en el sistema nacional y su fundamentación como comunidad imaginada. En un contexto como este, los modos de orientarse de las Instituciones se han visto afectados, su lenguaje ya no puede dar cuenta de la realidad y la inventa, la moldea alrededor de la paranoia. Se vive pues, una disociación entre discurso y praxis. La puesta en escena de esta crisis, permea los órganos deliberativos dejando como significante vacío a la palabra diálogo y su referente principal, los derechos y deberes constitucionales que vienen acompañados de un sentido de ética oscurecido por luchas de poder.
Si guardamos distancia, lo que se observa es una crisis de conciencia y una expresión gestual de los políticos de siempre que se muestra en simulacros. En este escenario de vaudeville, el discurso antiuniversitario es compartido con ligeras diferencias, entre la actitud de quién quiere imponerle a la universidad un pensamiento único, y quién desde la Universidad, en medio de una situación de derecho vulnerada, se refugia en el entreguismo, en la evasión y la falta de compromiso en torno a la autonomía como fundamento.
Todo luce como si en un partido de futbol, los jugadores o se entran a patadas o buscan evadirse sin encarar el objetivo primordial en un juego que aburre. El resultado es claro, no hay juego, no hay vencedores ni vencidos, tampoco las cosas cambian, y el costo es la discordia entre facciones y el desencanto político dentro de una violencia silente cuya proyección puede cambiar al ser contingente. Como señalaba Henry Lefebvre, lo social puede pasar por encima de lo político y lo económico, generando un nuevo espacio para la acción humana. Los ejemplos contraculturales de Hong Kong, Grecia, España, Egipto, y de los movimientos de nuevo cuño, como el de las jornadas estudiantiles de 2007 en Venezuela, parecen confirmar que hay límites a la acción de ciertos poderes que se consideran omnímodos y que pretenden controlar hasta los modos de soñar y consumir.
En lo que sigue de estas reflexiones, nos referiremos a las actitudes del gobierno oficial, y del de los universitarios que cargan con ciertos sentidos los discursos referentes a uno de los puntos clave de la modernidad, la condición para la producción de conocimiento o su censura:
a) Acerca del Gobierno. El profesor, como enemigo.
Recuerdo que cuando era estudiante de la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes, vino un historiador ruso de apellido Maidanik, en sus crudas y agudas exposiciones sobre el régimen soviético y sobre la Perestroika de Gorbachev, este investigador, decía que uno de los principales objetivos del autoritarismo era la destrucción de la imagen universitaria; un Doctor de la Lomonosov en este esfuerzo destructor por parte del aparato ideológico comunista, pasó a ganar menos que un taxista de Moscú. La situación de desdibujamiento llegó a tal punto que la conciencia crítica puesta de rodillas ante las necesidades primarias, temerosa, angustiada, incapaz de enfrentar con razones el avance del autoritarismo, sucumbió abriendo paso al control de la inteligensia por parte del Estado omnipotente. El correlato trágico de este hecho puede encontrarse en la novela Todo Fluye de V. Grosman que muestra como en la Unión Soviética el cerco y la censura demolieron a la crítica universitaria y profesional aplastando al individuo.
En Venezuela, la Imagen bizarra que el gobierno construyó en su nueva "guerra antifeudal universitaria" como les gusta denominar anacrónicamente sus acciones en su intento "modernizador", implica homologar al nuevo chivo expiatorio, al profesor, con el enemigo imaginario que el totalitarismo y su misión salvacionista necesita para actuar impunemente en nombre de la Nación.
En su simpleza y practicidad, no se trata solo de cercar a las universidades en términos presupuestarios, sus últimas operaciones tratan de limitar su derecho a formar, un aspecto clave para entender el carácter fundante de la autonomía en tanto que ejercicio de la razón y apertura al movimiento de los conocimientos. En medio de ésta crisis -que ya mencioné en un artículo privado a varios amigos en diciembre de 2010 y del cual tomo fragmentos-, la pregunta se mantiene en el contexto de crisis de modernidad que se ha agudizado y muestra un resquebrajamiento en nuestros espacios de experiencia, y en la reducción del horizonte de expectativas, fundamentos como se sabe, del giro en la modernidad postardía y de una crisis como patogénesis de la que hablaba ya Koselleck y en la cual nuestra situación en una escala espacial menor se inscribe. En un contexto como este, la interrogante se mantiene: ¿es posible pensar una universidad autónoma en un contexto autoritario?
El ejemplo con el cual Kiva Maidanik ilustraba uno de los factores más dramáticos de la imposición de un control y de una censura, -un hecho que transcurrió en otras latitudes y en otro contexto histórico-, parece repetirse cada vez que surgen pretensiones totalitarias, como es el caso de gobiernos que construyen su autoridad dentro del espacio limitado de una ideología y con una concepción vertical de la comunicación. De este modo, toda disidencia o disentimiento encarnado en quién ejerce el oficio intelectual, es visto como amenaza potencial, y en consecuencia, no se percibe su función crítica como posibilidad de dialogar y reflexionar sobre el sentido de las políticas públicas y del sentido de país.
La situación de la Universidad venezolana dentro de este paisaje luce triste. El gobierno logró un objetivo discursivo, poner a circular la idea de que el profesor universitario es un burgués y que los empleados, obreros  y estudiantes y sobre todo el pueblo, constituyen una clase “explotada” y “marginada” por ese sujeto sin consciencia social que deviene en un “lacayo del imperio”.
Transformado en una especie de figura de revista Hola, una vedette de socialité a vencer por dar muestras de alienación burguesa antinacional y consumista, la imagen fantasmal del profesor funciona bajo un concepto de comunidad aislada, un sujeto que será superado por la nueva razón del poder. El profesor es percibido como un habitante no de un país, sino de una torre de marfil de espaldas a la sociedad – las actitudes de algunos profesores parecen confirmar tal situación-, y en consecuencia, el universitario se observa ausente de todo compromiso con la ciudadanía. Su reducto de ciudad letrada asediada por la barbarie de los márgenes tiende a resquebrajarse, y su función social se vuelve más exigente.
Aquí, en el entorno asfixiante de una operación ideológica, la tragedia es doble, quien exige en este caso es un gobierno que trata de imponer un modelo de pensamiento único, y por el otro lado, tenemos una Universidad que se muestra incapaz de enfrentar como comunidad el reto que supone frenar el avance totalitario y que debe proponer como alternativa, proyectos para solucionar problemas puntuales dentro de un país que muestra un deterioro alarmante de sus condiciones materiales, y sobre todo, de sus valores, ámbitos que son condiciones de posibilidad para generar confianza.
Los informes sobre los sueldos universitarios supuestamente "burgueses" como por ejemplo el elaborado por el  profesor de la UCV, Francisco Zapata del año 2010 para solo mencionar uno, desmienten con datos concretos el supuesto enriquecimiento, y hablan de una caída de la calidad de vida del sector universitario. Derriba al mostrar en la crudeza de los números, la fantasía discursiva elaborada en los laboratorios del poder del Estado que construyó la imagen del profesor burgués que devenga sueldos inmorales en un país pobre. Esta tipología definiría al profesorado en un artificio metonímico, es decir, de la parte por el todo. Sin embargo, los datos contradicen todo intento por dar sustentación a esta idea. Las comparaciones entre los sueldos de los profesores con los sueldos de los militares, los diputados, el personal administrativo de PDVSA y los ministros, disuelven cualquier duda posible. De fondo, ¿Cuantos sueldos de obreros socialistas caben dentro del sueldo de un militar, de un ministro, o de un diputado?
Con las más altas tazas de ingresos petroleros del mundo que la bonanza de quince años de producción y ventas produjo, la operación del poder del ejecutivo que controla el Estado, se dirigió a segregar a los profesores en sus reivindicaciones laborales, lo contrario sucedió en los sectores públicos y en el sector militar. Como se sabe, los incrementos en los sueldos en estos sectores, superan en gran manera a los sueldos de los profesores, y hasta ahora no se ha elaborado con precisión el cuadro evolutivo de este movimiento asimétrico cuyo objetivo, se concentra en la destrucción de la figura del profesor, no sólo en términos morales, al debilitar la imagen de sí mismo, sino también de las materiales.
El binomio de la acción de fuerza del poder ejecutivo opera en consecuencia en el contexto de una dictadura sobre las necesidades y sobre una dictadura sobre la conciencia. Hoy con una inflación galopante cuya visibilidad está en el cuadro de relaciones: desabastecimiento, distribución, inflación, especulación y mercado negro de divisas; la recesión económica se agudiza en medio de una guerra silente de carácter geopolítico con centro en los mercados petroleros cuya solución escapa a la megalomanía parroquial que fundamenta muchos de los discursos impregnados de historia patria.
Viendo con detenimiento el nuevo cuadro de miseria que exponen con toda su dureza los informes sobre la valoración de sueldos universitarios contrastados con la crisis económica, se impone una nueva actitud que con convicciones elabore un contradiscurso y un plan de acciones bien pensadas que deben concentrar la atención en torno al problema comunicativo que respalda toda acción. ¿Qué comunicar?
Obviamente que el memorial de agravios no constituye el único objetivo de la acción comunicativa, no se trata de difundir la queja, o de hacer del twiter, un instrumento de difusión que no pasa de crear la ilusión de simples twiteros cuya ejercicio de Doxa nada dice más allá de la poca seriedad con que enfrentamos los problemas.
Hace falta reencantar con un discurso que dé respuesta al país, que crezca en la calle, que se centre no en juego del gatopardismo, sino en una genuina “toma de la palabra” como proponía el jesuita Michel de Certeau como único reducto de libertad y condición de ampliación de su ejercicio. En las palabras, se dibuja un nuevo horizonte de expectativas que permite concebir la acción ciudadana no como un enlace con los tiempos heroicos, sino como una acción de cara a la modernidad dentro de planes más realistas que den respuestas a los problemas nacionales.
Como dice Kublinski, ante las decisiones emotivas se imponen las decisiones razonadas. Ésta pienso, es la diferencia entre un orden normativo sustentado en la objetividad, y un estado de anomia alentado por las pasiones. En medio de estas expresiones confrontadas que exige nuestra atención, están no obstante, las emociones como un mecanismo de movilización política.

b) Acerca del Gobierno Universitario. Controlar y destruir los planes de formación.
Si el profesorado habita en una casa, y entendemos por casa la universidad, y por habitar, el sentido de conciencia en tiempo y espacio en una escala mayor a la cual esta se debe y que implica a la sociedad del conocimiento; ésta luce cada vez restringida. Reducida ante un temor que la cerca, la realidad cada vez se parece en el fondo a la “Casa Tomada” de Julio Cortázar; en ella además de una queja y el temor de una fuerza que presiona desde afuera, existe la evasión continúa de sus personajes hacia un espacio cada vez más estrecho.
Resulta interesante observar el conflicto y la evasión en dos niveles, el  primero remite a la situación presupuestaria, el segundo a los valores de la autonomía y a la situación derivada de esta que remite a una función no sólo de formación y producción de conocimientos, sino a una función crítica que aún no logra discernir la relación jerárquica entre economía y principios que se juegan en el mundo de la vida.
El cerco a la Universidad por parte del poder Ejecutivo, implica no sólo una reducción del presupuesto, sino que ahora acelera sus acciones tratando de obtener el control absoluto. El primer movimiento limitó los planes de formación, como sucedió con la imposición de áreas autorizadas para becarios universitarios en el extranjero, una medida que excluía sin discusión importantes espacios de conocimiento. El segundo movimiento es más grave, se trata de suprimir literalmente el derecho que tiene la Universidad a formar a su personal. De este modo en una operación de fineza maquiavélica se deja sin recursos a miles de venezolanos. Se violan sus derechos educativos y culturales como reza la Constitución Nacional.  Se desdibuja sin resistencia el Artículo 109 que da rango constitucional a la Autonomía universitaria.
Al bloquear el acceso a divisas, gran parte de las posibilidades de manutención de muchos venezolanos que se forman para su país se clausuran, de esta manera, se verán forzados a dos elecciones: o a devolverse en un retorno que carece del aroma de una Ítaca con Ulises y Penélope, o de la atmósfera romántica y nostálgica de  una vuelta a la Patria cargada de rabia sin Bonalde que la cante; o una solución peor, sobre todo por lo que el recurso humano significa, es decir la migración de talento.
Los datos de esta migración forzada son de escándalo en un país que sólo apostó por una estadística para agradar al estándar cuantitativo de la UNESCO y no por la calidad de sus recursos humanos que pueden escaparse al condenarse su espacio de acción claves de la actualización y de la modernización del pensamiento. Ésta lección la conoce la Cuba del barco Mariel, pues en ella no sólo se fueron los indeseables que expulsaba la moral socialista, sino también, miles de profesionales sin futuro en su propio país. Las consecuencias de ese debilitamiento por causa de la arrogancia de un poder absoluto aún las pagan.
No obstante, ésta estrategia de cerco, incubada por varios años y dirigida a controlar uno de los pocos reductos de libertades en Venezuela, como lo son las universidades autónomas, -al menos nominalmente junto a la Iglesia- cuenta con un juego cómplice. Aquí los roles se intercambian. Ante la grave situación, la apuesta no es por los derechos, sino por la resignación y por la conservación de un micropoder que a veces parece nominal.
En medio de todo el desastre, las culpas que los dos bandos enfrentados, el gobierno nacional y el gobierno universitario se repartían, ahora se dirigen a la crisis de los mercados petroleros; de fondo, como participantes de un naufragio, miles de personas que aspiraban una mejor formación para ponerla al servicio no de un color, sino de un país, ven como su proyecto intelectual se disuelve sin mayor resistencia y las soluciones se vuelven metafísicas.
Las respuestas de las autoridades universitarias, es decir de la representación de toda la comunidad universitaria parecen cada vez más insólitas; ante la presión de CENCOEX-CADIVI, se ha optado por “migrar”, palabra que por cierto no está tipificada en lado alguno de las normativas que rigen las solicitudes de divisas, y que en medio del ingenioso artificio de los eufemismos esconde un crudo: “resuelvan solos”.
También se aconsejado buscar las miles de becas sueltas por el mundo, como si en medio de un doctorado de alto nivel y exigencia, eso fuese así de fácil. Otros han aconsejado trabajar, una opción que muchos pueden considerar dentro de un alto costo de reducción de las condiciones que rigen la investigación doctoral en un país extranjero, y que sin embargo, los contratos firmados entre el becario y la Universidad patrocinante limitan. Otros aconsejan a apelar a un acto de fe, o prepararse para los tiempos difíciles, como si de un acto de estoicismo dependiese la posibilidad de continuar formándose; los menos, plantean la renuncia, como si destruir una expectativa de futuro fuese un simple acto de decisión sin consecuencias espirituales y morales. Todos comparten el debilitamiento de la voluntad. El juego queda abierto a la intervención universitaria o a una muerte por inanición material y espiritual.
Con una situación tal, la relación de fuerzas que debe enfrentar el becario debe medirse, y cada uno “arrojado” literalmente en el mundo, deberá resolver. En el fondo, dos fuerzas actúan sobre él, el deseo de volver a contribuir con el país, y por el otro, el deseo de evadirse buscando en la migración real la solución a un rompecabezas nacional de difícil ensamblaje.
Estas condiciones deben considerarse y la actuación ética le corresponderá al sujeto que no quiere seguir el juego del gato y el ratón, que no quiere seguir huyendo de la realidad en la “Casa Tomada”, y que siente emocionalmente que debe enfrentar sus circunstancias, que no quiere habitar en la isla de la sinrazón. Y que todo sueño de la razón, puede leerse como un fármaco que cura o mata.
En “el laberinto de la soledad”, se teje la consciencia de país que sabemos se fragua de modo distinto en el extranjero. Hay distancias que ayudan a ver mejor, incluso que permiten leer nuestro lado trágico y que muestra resistencia a la “inercia mental” que parece arrasar a nuestras universidades como apreció en algún momento Miguel Martínez Miguelez.
Los juegos retóricos y las narrativas que se han puesto en marcha, convierten a toda acción en una representación heroica, ridícula o realista según el sujeto de la comunicación que le da carta de existencia. La decisión en todo caso, no está en uno sólo, sino en la emergencia situada de una nueva comunidad científica e interpretativa que no se reduce a los Consejos Universitarios, que al fin y cabo son órganos de representación. Se requiere abrir espacios de esperanza como diría Harvey para una nueva comunidad imaginada de país más incluyente y plural, que entienda que la ilusión y el pesimismo son los dos enemigos a vencer.
La Universidad es un poder, solo que no se lo cree, y en consecuencia no se tiene confianza. La autonomía no sólo se enuncia, se defiende y se construye en cada circunstancia, en cada giro intempestivo de la historia. Nos hace falta una buena dosis de dialéctica.

Luis Manuel Cuevas Quintero
luimanc@yahoo.com

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