“Mira ese barco entrando en la bahía, ahí se
va, se va, la novia mía” corresponde a una popular canción que seguramente
muchos han oído y bailado. El problema es que estamos cercanos a tararear una
letra parecida que tampoco nos llenará de satisfacción.
Lo cierto es que viene un barco y no se va la novia de nadie sino el orgullo de los venezolanos. Una gran cisterna navega desde Argelia a proferirnos el mayor de los insultos. Su cargamento no se descompondrá como toneladas de alimentos ha perdido el gobierno. Eso ya es un aliciente aunque inútil.
Desde principios del siglo XX los venezolanos
hemos podido construir una patria, con sobresaltos, a veces con desaciertos y
muchas dificultades, pero se logró edificarse a partir del descubrimiento del
petróleo. De una economía meramente agrícola pasamos a depender casi
exclusivamente de la renta petrolera.
Se masificó la educación gratuita, se llevó
salud a todos los rincones del país, se hicieron grandes obras de
infraestructuras, represas hidroeléctricas, se comunicó al país con importantes
carreteras y autopistas, además, numerosos jóvenes lograron cursar estudios en
prestigiosas universidades del mundo becados por el Estado venezolano.
El barco, la cisterna dicen otros, se acerca
paulatinamente. El 1 de enero de 1976, bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez,
se nacionalizó la industria petrolera. Los venezolanos, muchos de los
ex-becarios, tomaron las riendas de la más grande empresa venezolana. La
convirtieron en una de las más importantes del mundo. Durante algún tiempo el
país se preparó para tan seria responsabilidad.
Ha sido el petróleo el bien más preciado para
los venezolanos. De su renta se nutre el presupuesto nacional. La materia
agrícola dejó de ser una actividad importante para la economía venezolana,
buena parte de lo que consumimos lo importamos. Las otras actividades producen
pérdidas significativas. Es el petróleo, el oro negro, la salvación del país.
Dos millones de barriles surcan los mares.
¿Qué habremos hecho? Si desde principios del
siglo pasado nos había ido también, por qué ahora, en tiempos del Socialismo
del Siglo XXI, el santo nos da la espalda. Alguna maldición, sería un acto de
santería mal realizado.
Dejamos de estar entre las 10 más importantes
petroleras del mundo. Cada vez nuestra producción baja. Nuestro principal
cliente, el odioso imperio, que paga con dólares a brinco rabioso cada vez nos
compra menos. Apostamos a China como mercado alterno y resulta que el
crecimiento de esa nación se estanca. Qué pasa que los precios del petróleo
viene cayendo. Cómo se van mantener los
programas asistencialistas. De dónde van a salir los “cobres”.
De ufanarnos de ser una potencia petrolera,
ahora compramos a Argelia petróleo. Sí, el 26 de octubre, muy pronto -no
sabemos si declararán ese día de júbilo nacional- arribarán al Puerto de Jose,
en el estado Anzoátegui, 2 millones de barriles de petróleo; de productores de
petróleo a compradores. Día del ultraje al orgullo venezolano.
El gobierno tendrá en algún momento que
explicar la razón por la cual un país petrolero, muy “soberano” de su
industria, recurre a la compra de petróleo. Siempre tendrá alguna explicación,
pero además, debería explicar cuáles son las erogaciones que el país hace por
la adquisición de derivados de petróleo que con la revolución dejamos de
producirlo.
El gobierno debería decirle a los venezolanos
cuánto vamos a dejar de percibir si el barril de petróleo se establece cercano
a los 80 dólares o menos; en cuánto se estiman las erogaciones por el pago de
los intereses de los préstamos contraídos.
En fin de cuentas, el gobierno debería
decirnos cuánto nos queda para sobrevivir.
¿Queda algo, Presidente?
Leonardo
Morales P.
leonardomorale@gmail.com
@leomoralesP
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