No vale nada la vida/ la vida no vale nada/ comienza siempre llorando/ así llorando se acaba/ por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada.
José
Alfredo Jiménez es el autor de la ranchera que he tomado el título y el primer
verso como epígrafe de este artículo. Sin duda el autor narró una antiquísima
realidad mexicana que, lejos de ser superada, ha cobrado fuerza y expansión de
guerra interna, estimulada por el narco trafico que distribuye ingentes
cantidades de dinero en colectividades olvidadas por el Estado y de la fortuna
y hasta del mismo Dios. Tal parece que el compositor de la ranchera presentía
un desmadre político-económico-social en toda la América. Y como Venezuela
forma parte de ese territorio, no podía escapar al designio que, con desgarro,
describió el autor mexicano.
El
mata-mata y su consecuencial desangramiento provocado por casi un siglo de
guerras intestinas fue cauterizado en Ciudad Bolívar, cuando las tropas del
gobierno “liberal” presidido por Cipriano Castro, comandadas por Juan Vicente
Gómez derrotaron a tropas comandadas por Manuel Antonio Matos, tan “liberal”
como el que más, echando al Orinoco la maldición de la guerra entre venezolanos
instaurando la paz, cuya vigencia sobrepasa los 100 años. Durante ese tiempo
sólo se dieron escaramuzas, incluyendo la del 18-10-1945 que derrocó el
gobierno del general Isaías Medina Angarita
y lo sustituyó por una junta cívico-militar denominada Junta
Revolucionaria de Gobierno, que en el lapso de 3 años realizó una profunda
trasformación política, económica y social del país, tanto que muchas de sus
ejecutorias revolucionarias permanecen vigentes.
Cierto
que en los tempranos años 60 del Siglo XX los comunistas y sus adláteres
hicieron armas contra el gobierno constitucional recientemente iniciado. Con
total irresponsabilidad echaron a morir en el monte a valiosos jóvenes
estudiantes y profesionales de valía. No pasaron de ser pequeñas columnas
enmogotadas con lánguida base social. No llegaron a ocupar ningún centro
poblado de importancia. Cometieron algunos crímenes como el asesinato del Dr.
Iribarren Borges y el asalto de El tren del Encanto donde masacraron varios
efectivos de la Guardia Nacional. No llegaron a constituir verdadera amenaza
para la institucionalidad democrática. Fueron derrotados militar y
políticamente.
Superada
la dolorosa calamidad, el país continuo la marcha, nunca detenida, hacia las
metas de superación del atraso e inclusión de los marginados. Pero en un recodo
del camino la democracia fue emboscada. Los precios de los hidrocarburos
cayeron abruptamente Comenzaron a sentirse los efectos de la mono-producción,
palpables en la escasez aunada al aumento de los precios de bienes transables.
El gobierno decretó medidas de ajuste macroeconómico, incluyendo compensaciones
para la población de menores ingresos y la clase media. No fueron del agrado de
los más reaccionarios grupos políticos, empresariales y comunicacionales.
Levantaron las derribadas banderas del proteccionismo y conspiraron contra la
nueva política que restituía la libertad económica, demandada durante decenios
por quienes la estaban rechazando, pues tenían que subirse a la ola de
liberación del mercado y abordar la libre competencia.
Las
descalificaciones al gobierno y la prédica anti-partido caló en los diversos
estratos de la sociedad. El 27-02-1991 sobrevino una ola de saqueos, no tan
espontánea como quienes la auparon se esfuerzan en calificar. El 04-02-1992 se
produjo un alzamiento militar comandado por el teniente-coronel Hugo Chávez
Fría. Fue derrotado por las fuerzas leales al
gobierno constitucional, pero la democracia resultó mal herida. En el
Congreso de la República el ex-presidente Rafael Caldera lo justificó en
memorable discurso y el 27-11-1992 hubo otro levantamiento, esta vez de la
aviación, igualmente derrotado. La democracia navegaba en un barco escorado. Se
hizo un juicio político y Carlos Andrés Pérez fue destituido. En realidad se
dio un golpe de Estado civil y constitucional. Cinco años después, el militar
felón que encabezó el fallido golpe de Estado el 04-02-1992 fue elegido
Presidente de la República y arrancó el desmadre.
En
el acto de investidura pateó la constitución que estaba jurando cumplir y en el
primer acto de la democracia tumultuaria autorizó al malandraje fanatizado para
robar si no tenían dinero para comprar comida para sus hijos. Y quien sale a
robar, está dispuesto a matar. En medio del desarrollo de los alzamientos del
año 1992 había ordenado la distribución de armas entre la canalla que ya lo
seguía. Los cientos de asesinados sin distingo de clases sociales, militancia y
jerarquía político-gubernamental que a diario ingresan en las morgues del país
tienen que ser cargados en la cuenta del iluminado de Sabaneta.
Hoy día nadie está a salvo. Cualquier custodio, como en el caso de Indira Gandi, puede accionar su armamento en contra del custodiado. Es menester andarse con cuidado. Porque José Alfredo Jiménez dejó dicho en su célebre canción ranchera: “la vida no vale nada”.
German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico
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