La reelección de presidentes, gobernadores y
alcaldes se convirtió en peste reeleccionista, la cual acabó con el anticuerpo
social contra las tiranías. Sólo hay una vacuna efectiva: la no-reelección
absoluta, cuya eficacia se ha probado en México.
Tenemos dos tareas. La primera, salir de esta
pesadilla, adelanto del apocalipsis hasta por sus jinetes (traición, tiranía,
saqueo, comunismo, militarismo, ruina y malandraje). La segunda, evitar la recaída para que los
hijos de nuestros hijos y los nietos de nuestros nietos no vivan lo que
nosotros hemos vivido y estamos viviendo.
Con este fin debemos analizar porqué
Venezuela ha sido un fracaso, un inmenso fracaso, una suma de dos siglos de
fracasos que ha culminado en el fracaso total (político, económico, social,
cultural). Pero no para lamentarnos como lo hicieron las generaciones
anteriores. Y mucho menos para irnos al extranjero, renegando de nuestro país
que es lo mismo que renegar de nuestra familia.
No para decirnos como lo hizo el poeta eximio, Andrés Eloy Blanco, transido de dolor en el exilio, que al no encontrarle explicación a la desgracia venezolana exclamó que algo había en la placenta del país para tanto infortunio, por el cual siempre el hijo grande muere afuera, desterrado o excluido, mientras el hijo vil se eterniza dentro, con las manos ensangrentadas, ahíto de poder y dinero.
Definitivamente nuestro
mal no está en la placenta, ni en la del país ni en la nuestra, sino en que
nuestros políticos no se han elevado a la categoría de estadistas. Los
venezolanos buenos son más, muchos más que los malos. Los venezolanos buenos no
son extraterrestres, personas anormales y extrañas a la realidad. Revisando
nuestro entorno familiar y social podemos constatar de que lo común son los
venezolanos buenos y que lo anormal son los venezolanos malos. Entonces no cabe
determinismo alguno que nos condene al fracaso.
Lo que nos ha condenado al fracaso es el
error de diseño institucional. Enseña la vida que insistir en el error conduce
al fracaso. Fue lo que hicieron los líderes políticos que asumieron la
conducción del país a partir de 1958. Su error estuvo en mantener la
presidencia imperial, que durante siglo y medio había sido la forma de gobierno
del caudillismo militar, y tener la pretensión de convertirla en la forma de
gobierno del caudillismo civil, en lugar de ensayar algo distinto como el
sistema parlamentario. Desde luego, el parlamentario no se ajusta a la
personalidad autoritaria, propia tanto del caudillismo militar como del civil.
La presidencia imperial es la forma de
gobierno adecuada para el caudillismo militar. Lo probaban siglo y medio de
historia. Mantenerlo, para que sirviese al caudillismo civil, era un riesgo muy
grande, no sólo de regreso al pasado, sino de rechazo al implante causando
inestabilidad política, por lo cual había que tomar precauciones. Viniendo la
mayoría de los políticos de su exilio en México cabía esperar que hicieran algo
semejante a lo que hicieron los mexicanos para ponerle fin al caudillismo,
causa de las tirans usado el cerebroías. La receta de México era una vacuna
contra el caudillismo y la tiranía que les ha resultado un éxito. Se llama
“no-reelección absoluta.” Seis años en el poder y luego a su casa, retirado de
la política. Tan efectiva ha sido la vacuna que México va a cumplir un siglo de
democracia y paz. Y no sólo eso, desde 1940 no ha habido un presidente militar.
El último fue el General Lázaro Cárdenas, que a pesar de su inmensa popularidad
no pretendió modificar la Constitución para quedarse. Aparte de que los
mexicanos no lo habrían permitido, porque ya la no-reelección forma parte de su
idiosincracia.
Los líderes políticos de los pasados 40 años
optaron por la peor alternativa. En la Constitución del 61 establecieron la
reelección diferida con 10 años de por medio, durante los cuales el presidente
saliente seguía activo en la política como senador vitalicio. Esto fue mortal
para los partidos y para la institucionalidad democrática. Su consecuencia: la
debilidad de la democracia para sostenerse en medio de crisis políticas
sucesivas. Para rematarla se estableció la reelección inmediata de los
gobernadores y alcaldes, propagándose la peste del reeleccionismo, que eliminó
todos los anticuerpos sociales contra las dictaduras.
La reelección en todas sus modalidades
(inmediata, diferida e indefinida) ha sido en Venezuela una peste política,
causante de dos siglos de fracasos. Al contagiarse presidentes, gobernadores y
alcaldes de esta peste e infectar a la sociedad, acabaron con las defensas de
la democracia, abriéndole las puertas a
la tiranía. Aprendamos la lección. Para tener democracia hay que exterminar a
la peste reeleccionista poniéndonos la vacuna patentada por los mexicanos: la
no-reelección absoluta.
Jesus
A. Petitt Da Costa
petitdacosta@gmail.com
@petitdacosta
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