domingo, 21 de septiembre de 2014

SIMON GARCIA, CULTURA CIVICA Y CULTURA POLITICA, EL LUGAR COMÚN,

            El encefalograma de la cúpula gobernante, según el humor de Rayma que El Universal no toleró, no revela signos de actividad. Repite discursos, estilos, simulacros para gobernar. El líder original pudo, sin menoscabar su popularidad, llenar el país de un cementerio de primeras piedras. Pero a su copia lo espicha el fracaso del modelo y la estatura que han tomado los errores en su gestión.

           
Vivimos tiempos críticos. Porque hay una crisis general que es imposible solucionar sin redefinir sustancialmente o abandonar este sistema a la cubana. Porque urgen soluciones para frenar los retrocesos en la vida diaria. Y porque las contradicciones pueden tornar inevitable cambiar de timonel antes que los segundos se le amotinen o la tormenta termine en naufragio de todos.
            La dinámica de la vida real está anulando la polarización artificialmente potenciada por el gobierno. Apenas un pequeño porcentaje aún percibe bien al país, mientras una creciente mayoría comparte que la situación anda entre muy mal a pésima.  Esa mayoría, por ahora reactiva, está integrada por gente que proviene de la oposición y por quienes le han retirado su confianza al gobierno. Es el primer relevante aviso de lo nuevo que está pugnando por nacer.
            El empeoramiento de la situación económica es una condición objetiva para el cambio, pero la conciencia y el tejido de la acción organizada para alcanzarlo no surgen espontánea y fatalmente de las crisis. Más bien, el empobrecimiento material y espiritual de la población, la dependencia del Estado y la angustia por subsistir forman parte de los recursos empleados por los regímenes autoritarios para cumplir el fin de sus fines: ejercer el poder a perpetuidad para disfrutar, sin interrupciones, de sus privilegios.
            Pero a ese malestar se le está añadiendo lo que toda la sociedad teme y el presidente Maduro quiere, pero no puede, evitar: la crisis de gobernabilidad se está reproduciendo aguas abajo, los efectos negativos se están ampliando y la base social del gobierno ha pasado a ser una minoría. La cúpula es incapaz de gobernar bien.
            El casi inevitable choque del gobierno con su inviabilidad es un escenario que se ha comenzado a  considerar, según la democrática información de los rumores, en la secreta instancia político-militar del proceso.  Pero además de esa eventualidad, existe un rango de alternativas disponibles, dentro de la constitución y desde las próximas elecciones presidenciales hacia acá. Las fuerzas conservadoras lucharán por mantenerse y las fuerzas renovadoras por impulsar salidas democráticas, políticamente progresistas y socialmente avanzadas.
            Resolver el conflicto entre esas opciones es el nudo principal que los venezolanos debemos desatar.  Una decisión que no debe dejarse en manos de minorías como ocurrió en abril del 2002. Eso significa contribuir a que amplios sectores puedan ocuparse de los asuntos públicos y abrirle paso a una relación positiva entre cultura cívica y cultura política.
            La sociedad está haciendo lo suyo en medio de un cuadro restrictivo. Una nueva ciudadanía está naciendo lentamente en las movilizaciones estudiantiles, en las demandas de los trabajadores, en iniciativas de los Colegios profesionales, en la labor de las organizaciones sociales y en el retorno al diálogo entre gente con enfoques diferentes y hasta contrapuestos.
            La cultura cívica tiene su centro en el ciudadano. La cultura política se elabora en los partidos. El puente entre ambas son las reglas, las instituciones, las ideas y los ideales que deben caracterizar los proyectos de acción personal y asociativa en todos los niveles.
            Le toca a la MUD nutrirse y nutrir la resistencia social. Estimular que la acción concertada de partidos, actores sociales y líderes políticos se base en símbolos, narrativas, discursos y propuestas que superen la visión que sirvió a los cuarenta años de puntofijismo. 
            Su misión principal consiste en definir una identidad nacional superior a una mera visión partidista, fortalecer los vínculos entre cultura cívica y cultura política y manejar la unidad de los partidos como un medio para unir a todos los venezolanos, cualquiera sea su inclinación política.
            Ya hemos debido aprender la lección de que desprestigiar dirigentes y organizaciones es socavar la democracia real. Nadie es ingenuo para ignorar a lo que conduce la anticultura partidista, aunque se vista de seda.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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