Nuestro
planeta está lleno de ejemplos de la vida en grupos o familias. Basta mirar a
la naturaleza en cualquiera de sus ecosistemas para darnos cuenta que, al igual
que los seres humanos, la vida en familia es el común denominador entre las
diferentes especies.
Desde
niña fui una gran soñadora con respecto a la familia, aunque siempre tuve
aspiraciones profesionales, nunca hubo nada más importante en mis metas, en mi
propósito de vida, que el maravilloso sueño, el inmenso deseo de llegar a
formar una familia amorosa y armónica. Hoy estamos de aniversario, también
viendo a nuestros hijos arribar a la culminación de sus estudios de pregrado,
inmensamente agradecidos a Dios por tener aun en medio de nosotros a nuestros
padres, quienes ya superan los cincuenta y sesenta años de vida matrimonial,
ejemplos vivientes de amor.
Estoy
escribiendo, pero realmente estoy sumergida a 18 metros de profundidad en
nuestro mar Caribe deleitándome de la diversidad de especies en el arrecife de
coral. Una vez que he superado toda la parafernalia de los equipos y la técnica
para sumergirme, puedo sentirme bienvenida en un ambiente al cual no he sido
invitada; sin embargo, pareciera recibirme calurosamente. No solo me permite
disfrutar de sus colores, de la belleza que encierra su diversidad, también
suscita en mi una profunda inspiración. Mientras nado lentamente mis ojos se
recrean con un cardumen de intensos morados que al ver de cerca parecieran
haber recién salido de la paleta de un pintor; más allá me embelesa otro
cardumen tan numeroso que atravieso con mi movimiento ondulado de patadas dóciles
que no quieren perturbar la armonía de estos diminutos peces amarillos,
adornados con una fina línea negra en sus lomos, así como la elegancia de un
caballero que da el toque final a su atuendo con una fina corbata.
Hoy
amanecí con muchas emociones a flor de piel. Llevo días pensando, meditando,
respirando profundamente, como si en cada inhalación tratara de conservar la
vida, los sentimientos, los momentos que pasan y se escurren entre mis manos
como el agua que me rodea, que aunque toco no puedo atrapar. Y así hago
mientras buceo, en cada inhalación retengo el aire, expando mis pulmones, lo
respiro serenamente, tratando de relajar todo mi cuerpo. Quizá por eso, al
concluir cada inmersión en mi tanque hay suficiente reserva como para empezar
de nuevo. Así como hay suficiente reserva en mi corazón para empezar cada
mañana esta obra de amor. Mientras avanzo me encuentro de frente con una linda
parejita de peces ángel, pareciera que mi presencia no les molesta en absoluto,
los percibo amables, cuando estamos casi frente a frente, hago un suave
movimiento a la derecha para dejarlos pasar, después de todo ellos están en su
casa, es su territorio, yo soy solo una intrusa admiradora. Entonces, me doy
vuelta y los sigo con mi mirada hasta que los pierdo cuando entran en una de
esas cuevas que tienen como hogar, como refugio en el arrecife de coral.
Inspirada
en esa parejita alcanzo a mi esposo, quisiera decirle muchas cosas, llenarle el
corazón de poesía. Aunque en el mundo submarino nos hablamos por medio de señas,
le tomo la mano y se la acaricio tratando de infundirle, en ese toque suave
pero áspero por la deshidratación de mis manos en el agua, todo el amor que me
une a él. Su rostro se voltea hacia mi, se quita la boquilla y dibuja un beso
en sus labios. Le sonrío con los ojos, vuelvo mi mirada al arrecife y allí, en
medio del océano, agradezco a Dios por mi matrimonio, por mi hijos, por el
refugio que representa mi familia. Nunca antes había llorado debajo del agua,
un sentimiento enorme me embarga, las lágrimas fluyen copiosamente de mis ojos,
debo hacer algunos ajustes para rectificar mi visibilidad y mis oídos. No tengo
miedo, me siento confiada en Dios, también confiada en mi compañero de buceo
que ha sido mi amigo por veintiséis largos años. Aunque a veces nuestras vidas
han sido como ese arrecife de coral, llenas de vericuetos, siempre en cada
quiebre del camino, en cada dificultad hemos encontrado en Dios el tesoro que
nos ha impulsado a seguir adelante en la construcción de este amor.
Me
encanta sumergirme para mirar debajo de las cavernas que forma el arrecife,
siempre encuentro especies hermosas, extravagantes, de colores vibrantes, como
una colección del más puro arte. Así como el arrecife alberga miles de especies
en sus más intrincados recovecos, así la vida alberga miles de enseñanzas en
cada hueco que caemos, en cada obstáculo que encontramos en el camino. Pero en
Dios siempre hay un horizonte lleno de posibilidades, de sorpresas infinitas
para aquellos que comprometidos con su familia se atreven a explorar las
profundidades del amor de Dios. Estoy absorta en mis pensamientos, en esa
conversación de mi alma con Dios, tratando de contener mis emociones; de
repente, uno de mis hijos me hace la señal de una tortuga con su mano. Como un
consuelo inmediato la emoción de poder ver a esta bella criatura me llena de
alegría, tomo una gran bocanada de aire y nado con fuerza tratando de
alcanzarla, a diferencia de la creencia popular estos seres no son nada lentos,
nadan hábilmente con gracia y destreza. Logro estar muy cerca, aunque tengo por
norma no tocar nada en este hermoso mundo submarino que me recibe siempre con
tanta bondad, no me resisto a la tentación de pasar mi mano cariñosamente sobre
su caparazón, a penas la rozo y quedo sorprendida por la suavidad que acaricia
mis dedos. Rápidamente, supera mi nado y se pierde en el azul del océano.
No
me da tiempo de extrañar esta sorpresa, el día de hoy ha estado repleto de
bellos momentos; como uniéndose a la celebración de mi aniversario cinco
tortugas más van apareciendo una a una en nuestro nadar. Tantas veces nos
perdemos de estos sencillos pero majestuosos espectáculos que nos da la vida;
nos quedamos anclados en la tristeza, en la pérdida, en el dolor de una
experiencia amarga y damos todo por terminado cuando el océano de posibilidades
yace incógnito ante nosotros. Ha llegado el momento de subir a la superficie,
he vivido intensamente esta inmersión, como siempre en el ascenso mi esposo me
toma de la mano. A medida que subo me despido de este mundo tan hermoso que hoy
de una manera tan especial se reveló ante mi. Al ver tu mano tomando por
completo la mía siento que nos faltan muchos océanos por explorar, muchos mares
que nuestro barco aun debe surcar. Y así como hoy el océano fue mi refugio,
siento que siempre, tomados de la mano, encontraremos refugio en el océano de
Dios.
“El
Dios eterno es tu refugio; por siempre te sostiene entre sus brazos. Expulsará
de tu presencia al enemigo”. Deuteronomio 33:27
Rosalia
Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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