Cuando el ideólogo pacifista Henry Leon Follin (1866-1949)
escribió su libro: "La Idolatría Política" publicado en Francia en el
año 1916 se escenificaban en Europa los horribles acontecimientos de la Primera
Guerra Mundial o "La Gran Guerra" (1914-1918). Cien años han pasado
de ese doloroso suceso que confrontó a 22 países, causó más de 10 millones de muertos y 21 millones
de heridos, y anticipó lo que sería pocos años después en nuestro terrible
siglo XX el más atroz episodio de la historia moderna, la Segunda Guerra
Mundial.
Las consecuencias de ambas confrontaciones fueron desastrosas,
apenas justificadas por la necesidad de contener la ambición hegemónica que
inspiró a ciertos líderes y grupos sumiendo progresivamente a los desesperados
pueblos de Europa en las falsas promesas de la reivindicación nacional contra
los enemigos internos y externos, fomentando cada vez más la intolerancia, el
fanatismo, el odio, la venganza política, el enfrentamiento de unos contra
otros y la imposición de una idea de destino superior con que se ilusionó a
millones de individuos mientras se admitía el descrédito de las instituciones
democráticas y el fin de la paz.
Follin advirtió el surgimiento y desarrollo de la idolatría
política fundada en la exaltación de los orgullos nacionales y la utilización
de: "ideas caballerescas" en contra de: "una mala causa" lo
que constituía: "la ilógica tradicional que hace menos odioso..., el
militarismo", señalando con angustia que: "cada quien habla de
exterminar al pueblo enemigo, sin ninguna consideración por los individuos que
los componen", concluyendo que: "la humanidad condenada por la idolatría
política a la regresión, se venga destruyendo todo progreso que la civilización
había realizado en las relaciones internacionales", juicio aplicable
también a las internas que son la base de la convivencia nacional.
De la misma manera, explicaba el autor, como al salvajismo de la
lucha se añadía la violencia verbal, "la violencia del lenguaje contra el
adversario", exaltando un supuesto patriotismo cuyos medios inadmisibles
eran contrarios a los derechos de los otros, a los derechos de todos.
La praxis de la irracionalidad y la ambición impuso la guerra y
todo aquello que desconocía los valores y la dignidad del hombre.
Conforme a estos conceptos propiciados en Europa por: "los
militaristas y los nacionalistas", su implantación condujo a la
degradación de aquellos seres que hicieron la guerra: "sin pensar" mientras que la
humanidad se dejaba arrastrar en la ejecución de aquellas: "tareas
inferiores" representativas de la peor barbarie, hechos que se manifestaban
no solamente entre los ciudadanos más humildes sino entre los de mayor cultura
que consideraban: "como una utopía la abolición de la guerra"
aceptándola como: "un mal inevitable en la vida de los pueblos".
Denunciaba con angustia Follin como resultaba amenazada una vez
más la civilización en presencia de: "la obra abortada de los siglos"
y la necesidad de que la: "obra presente del soldado" se vinculase
con aquella y que evidenciase reflexión, sentido del derecho y del deber,
salvaguarda de bienes superiores, la cual no puede cumplirse dignamente sin: "el
auxilio de la filosofía, que solo vive en el pasado y en el porvenir",
fuerza irresistible y obligante en que se sustenta la cultura y la pervivencia
de un país.
Si algún principio antepuso Follin en medio de aquel drama fue el
de la civilización que determina la transcendencia de los pueblos, justifica la
legitimidad de sus ideas y sus actos y es el único instrumento que logra
superar la ignorancia, el primitivismo de su instinto, la bajeza de las
ambiciones, las apetencias y miserias del poder. Así la definió: "la
civilización... es un conjunto de conquistas hechas por el hombre sobre sí
mismo y sobre la naturaleza para prolongar su vida material, intelectual y
moral...; consiste esencialmente en un estado de las relaciones del hombre con
sus semejantes que puede permitir a todos los individuos la expansión de sus
facultades y de disfrutar los bienes puestos por la suerte a su disposición...;
se mide únicamente por el grado de seguridad de la vida individual...".
La idolatría, por su parte,
ofende y contradice las capacidades de los hombres, la inteligencia, la
potencialidad, el equilibrio de las emociones, la verdad, la razón, la igualdad
misma de los seres humanos. "La idolatría –afirmaba Follin- consiste en
una deformación de la idea de patria" y gracias a ella, cuantas naciones
han cometido gravísimos errores siguiendo a los peores liderazgos.
Alemania vencida en la Primera Guerra perdió territorios e
influencia sumiendo en la miseria a sus ciudadanos, a los que Hitler luego
condujo a una mayor conflagración a través del fanatismo, la idolatría
personal, el odio político y racial en uno de los más infernales episodios de
la historia, la Segunda Guerra Mundial.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599
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