Venezuela es un
fracaso político, militar, económico, social y moral. Un fracaso total. Sólo
admitiendo esta verdad y analizando las causas, podremos hacer lo que estamos
obligados a hacer: tomar el rumbo del éxito y la grandeza de Venezuela, en base
a un proyecto de país con cien años de vigencia por lo menos.
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Venezuela es un
fracaso total. Dejémonos de cuentos. No nos engañemos más elogiándonos. No lo
merecemos. Reconozcamos la realidad. Hagamos una confesión sincera culminando
con una autocrítica. No somos un pueblo maldito sino huérfano de una élite
dirigente con visión y decisión.
Venezuela es un
fracaso político como lo prueba que dos siglos después de su independencia de
España la hayamos perdido, para colmo no ante otro gran imperio sino ante una
isla arruinada como es Cuba, sin que nadie haya disparado un tiro, todo por
algo insólito e inimaginable: la traición a la patria de civiles y militares
que debían defenderla. La dimensión de este fracaso político se mide por el
hecho de que somos el único país de América bajo el dominio de otro país, y
para mayor vergüenza arrodillado ante uno de los más pobres y miserables, lo
cual basta para demostrar que hemos descendido a lo más bajo que se puede
descender políticamente.
Venezuela es también
un fracaso político porque la sucesión de dictaduras padecidas durante dos
siglos de vida republicana ha tenido su culminación en la tiranía de los
peores. No se trata sólo de una tiranía, que ha sido fenómeno recurrente desde
cuando los que se vistieron de militar para conquistar la independencia
consideraron que el país les pertenece como una indemnización de guerra que
nunca terminaremos de pagar. Los civiles venimos pagándoselas en lugar de
España como si fuéramos los derrotados. Es una deuda interminable porque crece
en lugar de disminuir, tanto que ni la renta petrolera la ha satisfecho. Pero
aún así las tiranías anteriores por lo menos reclutaban a sus colaboradores
entre los universitarios mejor preparados, mientras que la de ahora los
selecciona entre los menos calificados intelectual y moralmente, que suplen sus
carencias con la arrogancia de los patanes.
Venezuela es un
fracaso militar, un inmenso y estruendoso fracaso militar, sin comparación en
América. En el siglo XIX, conquistada la independencia, los civiles disfrazados
de militares se dedicaron a las guerras civiles y a saquear el erario público,
mientras Venezuela perdía el Esequibo con Inglaterra y la Guajira, junto con
los llanos de Casanare hasta las orillas del Orinoco, con Colombia, todo sin
disparar un tiro. Los tiros siempre fueron y siguen siendo contra otros
venezolanos. A comienzos del siglo XX no hubo militares que defendieran los
puertos bloqueados, de los cuales su único interés estaba en las aduanas. La
sucesión de pérdidas territoriales y agresiones imperiales sin respuesta
militar, ha culminado con la cesión total de la soberanía política a Cuba, que
se ha apoderado de Venezuela sin que un militar de su ejército profesional haya
disparado un tiro para salvar el honor nacional. Y con la pérdida parcial de la
soberanía territorial en la frontera con Colombia por la presencia de las FARC,
que ocupan territorio nacional sin que un militar haya disparado un tiro para
salvar el honor nacional. No existe en América un caso semejante de fracaso
militar, tan asombroso como vergonzoso e inverosímil.
Venezuela es un
fracaso económico como lo prueba que dos siglos después de su independencia de
España, está peor que entonces: arruinada, al borde de la cesación de pagos,
con una moneda sin valor de cambio en el mercado internacional, con una
hiperinflación sin control, más endeudada que cuando sus puertos fueron
bloqueados por las potencias acreedoras, destruido su aparato productivo, con
una escasez creciente de alimentos y medicinas, abandonados los campos, con un
desempleo que excede el 60% de la fuerza de trabajo sumándole el informal, con
salarios de hambre, con las empresas básicas (petróleo y hierro) quebradas. Un
país arruinado con un pueblo empobrecido como nunca precisamente en época de
bonanza petrolera, una riqueza proveniente, no del trabajo y el estudio, sino
de un accidente de la naturaleza o un regalo de Dios.
Hemos llegado al
fondo del abismo. Y desde allí estamos
obligados a salir para nunca más caer.
Jesus A. Petitt Da Costa
petitdacosta@gmail.com
@petitdacosta
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