Jorge
Luis Borges alguna vez confesó que el concebía la democracia como un caos. Pero después enmendó y la definió como un
“cosmos", en el entendido de que, como este, ella debería funcionar a la
perfección porque si no, no lo era. Que
es lo que está sucediendo en Venezuela desde hace dieciséis años.
La nación —llevada de la mano al comienzo y,
luego, compelida, con torcida de brazo y todo — cae por un despeñadero. Vamos hacia una oquedad que parece no tener
fondo por culpa de esa aborrecible mezcla de estalinismo amargo con populismo
alcahuete y militarismo bananero que está siendo cocinada por un sartal de
aprendices ineptos y, últimamente, aderezada con un sincretismo seudo-religioso
destinado a seguir embobando a las masas.
No han entendido que, sin el acatamiento de ciertas reglas sociales,
económicas y políticas que la humanidad ha tenido que aprender —las más de las veces, por las
malas— a lo largo de treinta siglos, esa maravilla que es la democracia debe,
inexorablemente, convertirse en un desastre total.
Nos
vendieron la Constitución vigente como la panacea que nos habría de llevar al
cosmos democrático. Y el mismo primer
día de su vigencia comenzaron a transgredirla y desobedecerla. O sea, además de malparida —acuérdense del
espurio kino que inventaron para poder ser mayoría— desflorada al apenas
nacer. Y con el paso de los años, los
estupros, las mancillas, las profanaciones, fueron haciéndose más frecuentes,
más violentos, y cometidos por mayor cantidad de aberrados. Hasta que hoy, las “grandes sacerdotisas” en
la sala constitucional, con un mero plumazo,
se dan el lujo de enmendarle la plana a los “padres
constituyentes”. De ahí para abajo, no
hay burócrata de alto coturno o funcionarito de medio pelo que no se crea con
derecho a desmandar y actuar como si estuviesen en un feudo medieval.
Por
eso, la gente siente que el parlamento no es tal sino una escribanía del
ejecutivo. Por eso, un ministro decide
que las brigadas de choque del PUS, su partido, sean “garantes del orden
público” O sea, como las SS de Himmler. Por eso, la reina del Botox decide que los
militares activos pueden hacer proselitismo político (eso sí, solo a favor de
la robolución; los otros serán enjuiciados por traición a la patria). Por eso, el ilegítimo autoriza, condona, y
hasta manda a hacer saqueos. Por eso, es
vox populi, quienes controlan los grandes negocios ilícitos —llámese drogas o
contrabando— lo hacen uniformados de
verde. Por eso, gradúan bachilleres que
no han visto Álgebra elemental y, lo que es peor, los inscriben en universidades
experimentales. Por eso, autorizan el
uso de hamacas en los hospitales y los recluidos en ellos tienen que ser
lavados con agua que traen sus familiares.
Por eso, la corrupción ha llegado a extremos. Es una práctica
generalizada, una especie de ley paralela. Hay funcionarios que deberían estar
presos pero que, más bien, son defendidos usando los principios del derecho
internacional. Logran que Aruba lo
libere, no por ser inocente, sino porque tenía pasaporte diplomático. Ninguna de esas acciones aporta al cosmos
sino al caos.
El
hecho de que hayamos estado varios años sin un contralor de verdad-verdad
—entendiendo que también es cierto que el Ruffián fallecido tampoco lo era— ya
nos indica claramente por dónde vienen los tiros en lo que a transparencia administrativa del régimen se
refiere. La desaparición forzosa del
principio de la “unidad del tesoro”, con la espuria afirmación de que era para
tener más eficiencia en el ejercicio del poder,
también es otro indicador de qué es lo que necesitaban: más opacidad,
tendiente a la impunidad, en el manejo del dinero público. La compulsión contra el Banco Central —que
por norma constitucional debe ser independiente— para entregar “un millardito”,
ya se ha convertido en una avalancha de peticiones (y de órdenes) que han
secado el erario. Mientras más
complaciente sea el presidente de ese banco, más tiempo de permanencia tendrá
en el cargo.
El
asunto ha llegado a tal extremo, que dos autoridades en asuntos económicos —no
en balde enseñan en Harvard—, Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos se
preguntan retóricamente “¿Hará default Venezuela?” Para luego contestarse —y alertarnos a
nosotros— que no hay plata; que habrá que escoger entre comprar alimentos,
medicinas, repuestos e insumos, o pagar los intereses de los bonos soberanos
que se vencen en octubre de este año.
Que, si se escoge lo primero, el país sigue a la Argentina en eso de
caer en default; y, si opta por lo segundo, los venezolanos nos moriremos de
hambre y de falta de medicamentos.
Venezuela es tan poco confiable en los mercados internacionales que
nuestros bonos remuneran más del doble de lo que debe pagar Bolivia por los
suyos. Y esos no se pagan con los
bolívares inorgánicos que aceleradamente imprime el Banco Central, sino con
billetes verdes…
El memorial de agravios contra la nación sigue, pero ya sobrepasé las 800 palabras y debo concluir. Lo hago con una cita de Malraux: “Cada país no sólo tiene los dirigentes que se merece, sino los que se les parece”. ¡Qué vaina!, ¿no?
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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