jueves, 11 de septiembre de 2014

GERMÁN GIL RICO, DE SACUDÓN… NADA

En tiempos de la República Democrática o IV República como la calificó y continúa haciéndolo la malandra ignorancia de quienes detentan el poder para sentirse fundadores de algo, los cambios ministeriales no generaban falsas expectativas. Tenían como finalidad la optimización de la eficiencia o el refrescamiento del equipo gubernamental. 

Por supuesto se trataba de gobiernos presididos por estadistas, profundos conocedores de la problemática socio-económica de la nación, equipados con programas de desarrollo viables y con sólida formación política-ideológica como para adelantar la gestión administrativa de la democracia con acento social. De manera que si en la ejecución de políticas públicas, nítidamente delineadas, algún imponderable hizo menester cambiar o enderezar el rumbo lo asumieron con absoluta responsabilidad, sin miedo a que los cambios pudieran debilitar o excluir parcelas intocables de poder. El equilibrio gobierno-partidos lo garantizaba el compromiso y la trayectoria democrática de los actores, siendo el Presidente el fiel de la balanza.

Pero un día topamos con un malandro predicando un mensaje que convidaba al exterminio de los partidos y de la alta burguesía, a freír en aceite las cabezas de los adecos y asaltar bienes de los capitalistas porque todo cuanto poseían había sido amasado con el sudor de los desposeídos. El mensaje caló soliviantando el ánimo de los marginados, de la clase media oportunista y, mire usted, abrió la caja fuerte de los godos que, con insólita generosidad, dieron fuelle al desmelenado profeta, con la mira en el dominio total del poder perdido 40 años atrás. Pero “la criada les salió respondona” y, una vez más, envainaron al país.

Y aquí estamos sufriendo la herencia y al heredero. El fanatismo delirante del desmelenado monje, entretejido con autoritarismo militar, más el indiscutible respaldo colectivo fue el soporte para tratar de liquidar el sistema de economía mixta e imponer, a machaca martillo,  el modelo comunista de estruendoso fracaso mundial. Por ese camino arruinaron el país comenzando con el arrase de los fundos de producción agropecuaria, pasando por el parque industrial y la cadena de comercialización hasta inferir profunda herida a PEDVESA, la “gallina de los huevos de oro”.

La quiebra del aparato productivo se tradujo en la importación del 85% de cuanto consumimos, pagados con un caudaloso río de dólares producto de la venta de hidrocarburos en el mercado internacional, a lo cual se agregan las dádivas y ventas con descuentos escandalosos e incobrables, el desangramiento por Petrocaribe, la caja negra que esconde los convenios con el imperio Chino, la emisión a troche y moche de bonos PDVESA, Soberanos y de cuanta denominación se les ocurre, es una carga insostenible aún si el precio del barril alcanzara cotas muy superiores a los 150 dólares y eso sin contabilizar la inconmensurable burocracia, acorde con el multitudinario Alto Gobierno ni la entrada a saco que a los fondos públicos hacen los boliburgueses.

Ante situación tan comprometida, sonó como a lógico que el ilegítimo e ignaro que nos desgobierna, una vez amarrados los pantalones con todo en su sitio, anunciara correctivos en el rumbo con medidas destinadas al ajuste de los desequilibrios macroeconómicos que tienen al país al borde del barranco. Pero en lugar de atar el animal al botalón, nos hizo perder el tiempo con un discurso huero y manido matizado con meros enunciados, de los cuales vale la pena la vuelta, no muy clara, a la Unidad del Tesoro de los distintos fondos a ser controlados o más bien contabilizados por el Banco Central.

Es lamentable que la ignorancia hecha gobierno domeñara el poder persuasivo de la Primera Combatiente, y el futuro del ilegítimo presidente se tornara incierto. El pobrecito de Maduro pudo haber logrado, con la gente de la calle, cambiar todo el tren gubernamental y convocar a un Gobierno de Unidad Nacional, para poder torcer el cuello a la política económica que ya es del ancien régimen. Pero cambió un sacudón por el suave balanceo de una mecedora y allí esperar los letales efectos de la vorágine.

German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico

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