domingo, 21 de septiembre de 2014

ENRIQUE G. AVOGADRO, ¿HASTA CUÁNDO, CRISTINA?, CASO ARGENTINA

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? [¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?]
Si Cicerón se levantara de su milenaria tumba formularía, otra vez, la retórica pregunta que lanzó ante el Senado de Roma, y por las mismas razones. La ciudadanía argentina, tradicionalmente, es capaz de aguantar sin quejas las más disparatadas acciones de sus gobiernos, y ha demostrado ser capaz de reaccionar sólo cuando éstas afectan, en forma directa, los bolsillos individuales; eso prueba, una vez más, qué poca importancia concedemos a la política, de la cual nos desentedemos tan pronto salimos del cuarto oscuro al que se nos convoca cada cuatro años, mientras insistimos en la remanida fórmula del "sálvese quien pueda" y avalamos la perversa teoría de la delegación absoluta de poderes a quienes nos gobiernan, de quienes, por lo demás, ni nos tomamos el trabajo de revisar sus antecedentes.

La Presidente insiste, ante la indiferencia general, en convertirnos, a las trompadas, en la tristísima Venezuela actual, armada sólo con el 54% que le concedió la reelección presidencial en 2011. Cuando miramos hacia Caracas y comprobamos qué han hecho el muerto Papagayo Caribeño y su sucesor, el increíble Pajarico Chiquitico, para conseguir destruir un país que flota sobre un mar de petróleo, podemos anticipar cuáles son las intenciones de doña Cristina, desesperada por el inminente final de la era kirchnerista y por un futuro negro en los tribunales federales que deberá recorrer, acompañada por sus funcionarios, sus testaferros, sus amigos empresarios y todos quienes se han enriquecido inexplicablemente durante esta extendida década.

La ley de abastecimiento, casi calcada de la legislación chavista que ha causado la desaparición de tantos productos básicos de las góndolas, fue aprobada con el increíble apoyo -en especial, para lograr el quorum- de algunos diputados que, al menos en teoría, integraban bancadas opositoras. Pero lo curioso es que ello no haya producido una reacción masiva de la ciudadanía, como aquéllas que causaron la apropiación de los dólares depositados, en 2002, y la Resolución 125, cuando el campo consiguió el apoyo de las clases medias urbanas.

En realidad, y más allá de los evidentes perjuicios en cuanto a la reinserción de la Argentina en los mercados voluntarios de crédito, debo confesar que la eventual aplicación de esa ley me preocupa menos que a muchos de sus detractores, en especial los productores rurales. Digo esto porque he tratado de imaginarme cómo harían los funcionarios del Gobierno para hacerse con la soja que, al menos en teoría, se encuentra aún acopiada en silo-bolsas. ¿Llegarían con camiones custodiados por la Gendarmería para transportarla? ¿Moyano permitiría que sus choferes los condujeran? ¿Podrían hacerlo, en una sola maniobra, en una zona por vez? ¿Qué caminos usarían, si los que existen están destruidos o anegados, para sacarla de los campos? Como siempre digo, los chacareros no son, en general, gente a la que se pueda arrear fácilmente, y no creo que se dejaran saquear mientras miran para otro lado; o sea, un operativo de esta clase requeriría que los escuadrones de protección a los recaudadores alternaran esas actividades con sus otras trascendentales misiones, como impedir los cortes de la Panamericana o vigilar a las "cuevas" de la city porteña.

Por lo demás, y como estaba previsto, lloverán sobre el Poder Ejecutivo miles, sí miles, de medidas cautelares que convertirían a esta nueva guerra en un eslabón más de la larga cadena de fracasos que los Kirchner cosecharon en las anteriores: basta recordar las batallas contra el campo por las retenciones a las exportaciones, contra la prensa libre con la ley de medios, y contra la Justicia, en pos de su "democratización"; movido por esas derrotas escribí una nota, hace tiempo, a la que titulé "¿Frente para la Qué?". Todas estos amagues, y éste en especial, hubieran podido tener mejor destino cuando el kirchnerismo gozaba de las mieles de abultados porcentajes electorales pero ahora, cuando restan pocos meses (si no se acortan los plazos) para el final anunciado y cuando la sociedad está tan inquieta por la crisis autogenerada, me resultan hasta ridículos.

Doña Cristina podrá tener vocación chavista, pero el "modelo" venezolano se apoya en un muy fuerte aparato militar que, en la Argentina, no existe, o no la respalda. La directa consecuencia de ello es que el Gobierno carece de personal apto y de medios coercitivos en cantidad suficiente como para permitirle un control territorial serio, si la explosión social que ella misma ha predicho finalmente se concreta.

Creo, más bien, que lo que está haciendo la Presidente, con la indispensable colaboración del Bambino Kiciloff, es todo lo posible para dejar tierra arrasada a quien deba sucederla, y la semana pasada hice un breve inventario de los males que éste heredará, aclarando que no lo envidiaba. La viuda de Kirchner imitará entonces a los rusos, cuando debieron retirarse frente a los avances de Napoleón y Hitler o, más cercanamente, a nuestros patriotas de Jujuy, cuando la derrota de Belgrano abrió las puertas a los ejércitos realistas.

Falta saber, obviamente, a qué extremos llegará mientras el calendario se lo permita o antes de que la temperatura social se eleve demasiado y se transforme en un incendio incontrolable. Creo, como dijo recientemente en una excelente nota mi amigo Jorge Mones Ruiz, que es muy capaz de detonar un autogolpe que -con la complicidad de este rastrero Congreso o disolviéndolo, como sugirió Metralleta Kunkel- le garantice alcanzar alguna perpetuidad o, al menos, alguna forma de impunidad.

Y falta saber qué hará la ciudadanía para impedir una reacción tan demencial. No sobran dirigentes capaces de liderar esa indispensable resistencia, aunque es cierto también que, cuando les resulta necesario, las sociedades encuentran los líderes capaces de sacarlas del marasmo y de la postración; basta recordar qué papeles jugaron hombres como Churchill o De Gaulle en la suerte de sus respectivas naciones.

Lo que se necesita hacer en la Argentina para volver desde esta decadencia terminal es de una gravedad tal que requerirá de un gigantesco apoyo moral de la población, hoy adormecida por un populismo suicida. Y, aunque resulte triste, eso sólo se da después de un cataclismo muy doloroso, quizás del tamaño del que imagina producir doña Cristina.

Pero hay que recordar que, como hoy, después de los más complicados inviernos, siempre vuelve la primavera.

Enrique Guillermo Avogadro
ega1avogadro@gmail.com
@egavogadro

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