Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? [¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?]
Si Cicerón se levantara de su milenaria tumba formularía, otra
vez, la retórica pregunta que lanzó ante el Senado de Roma, y por las mismas
razones. La ciudadanía argentina, tradicionalmente, es capaz de aguantar sin
quejas las más disparatadas acciones de sus gobiernos, y ha demostrado ser
capaz de reaccionar sólo cuando éstas afectan, en forma directa, los bolsillos
individuales; eso prueba, una vez más, qué poca importancia concedemos a la
política, de la cual nos desentedemos tan pronto salimos del cuarto oscuro al
que se nos convoca cada cuatro años, mientras insistimos en la remanida fórmula
del "sálvese quien pueda" y avalamos la perversa teoría de la
delegación absoluta de poderes a quienes nos gobiernan, de quienes, por lo
demás, ni nos tomamos el trabajo de revisar sus antecedentes.
La Presidente insiste, ante la indiferencia general, en
convertirnos, a las trompadas, en la tristísima Venezuela actual, armada sólo
con el 54% que le concedió la reelección presidencial en 2011. Cuando miramos
hacia Caracas y comprobamos qué han hecho el muerto Papagayo Caribeño y su
sucesor, el increíble Pajarico Chiquitico, para conseguir destruir un país que
flota sobre un mar de petróleo, podemos anticipar cuáles son las intenciones de
doña Cristina, desesperada por el inminente final de la era kirchnerista y por
un futuro negro en los tribunales federales que deberá recorrer, acompañada por
sus funcionarios, sus testaferros, sus amigos empresarios y todos quienes se
han enriquecido inexplicablemente durante esta extendida década.
La ley de abastecimiento, casi calcada de la legislación chavista
que ha causado la desaparición de tantos productos básicos de las góndolas, fue
aprobada con el increíble apoyo -en especial, para lograr el quorum- de algunos
diputados que, al menos en teoría, integraban bancadas opositoras. Pero lo
curioso es que ello no haya producido una reacción masiva de la ciudadanía,
como aquéllas que causaron la apropiación de los dólares depositados, en 2002,
y la Resolución 125, cuando el campo consiguió el apoyo de las clases medias
urbanas.
En realidad, y más allá de los evidentes perjuicios en cuanto a la
reinserción de la Argentina en los mercados voluntarios de crédito, debo
confesar que la eventual aplicación de esa ley me preocupa menos que a muchos
de sus detractores, en especial los productores rurales. Digo esto porque he
tratado de imaginarme cómo harían los funcionarios del Gobierno para hacerse
con la soja que, al menos en teoría, se encuentra aún acopiada en silo-bolsas.
¿Llegarían con camiones custodiados por la Gendarmería para transportarla?
¿Moyano permitiría que sus choferes los condujeran? ¿Podrían hacerlo, en una
sola maniobra, en una zona por vez? ¿Qué caminos usarían, si los que existen
están destruidos o anegados, para sacarla de los campos? Como siempre digo, los
chacareros no son, en general, gente a la que se pueda arrear fácilmente, y no
creo que se dejaran saquear mientras miran para otro lado; o sea, un operativo
de esta clase requeriría que los escuadrones de protección a los recaudadores
alternaran esas actividades con sus otras trascendentales misiones, como
impedir los cortes de la Panamericana o vigilar a las "cuevas" de la
city porteña.
Por lo demás, y como estaba previsto, lloverán sobre el Poder
Ejecutivo miles, sí miles, de medidas cautelares que convertirían a esta nueva
guerra en un eslabón más de la larga cadena de fracasos que los Kirchner
cosecharon en las anteriores: basta recordar las batallas contra el campo por las
retenciones a las exportaciones, contra la prensa libre con la ley de medios, y
contra la Justicia, en pos de su "democratización"; movido por esas
derrotas escribí una nota, hace tiempo, a la que titulé "¿Frente para la
Qué?". Todas estos amagues, y éste en especial, hubieran podido tener
mejor destino cuando el kirchnerismo gozaba de las mieles de abultados
porcentajes electorales pero ahora, cuando restan pocos meses (si no se acortan
los plazos) para el final anunciado y cuando la sociedad está tan inquieta por
la crisis autogenerada, me resultan hasta ridículos.
Doña Cristina podrá tener vocación chavista, pero el
"modelo" venezolano se apoya en un muy fuerte aparato militar que, en
la Argentina, no existe, o no la respalda. La directa consecuencia de ello es
que el Gobierno carece de personal apto y de medios coercitivos en cantidad
suficiente como para permitirle un control territorial serio, si la explosión
social que ella misma ha predicho finalmente se concreta.
Creo, más bien, que lo que está haciendo la Presidente, con la
indispensable colaboración del Bambino Kiciloff, es todo lo posible para dejar
tierra arrasada a quien deba sucederla, y la semana pasada hice un breve
inventario de los males que éste heredará, aclarando que no lo envidiaba. La
viuda de Kirchner imitará entonces a los rusos, cuando debieron retirarse
frente a los avances de Napoleón y Hitler o, más cercanamente, a nuestros
patriotas de Jujuy, cuando la derrota de Belgrano abrió las puertas a los
ejércitos realistas.
Falta saber, obviamente, a qué extremos llegará mientras el
calendario se lo permita o antes de que la temperatura social se eleve
demasiado y se transforme en un incendio incontrolable. Creo, como dijo
recientemente en una excelente nota mi amigo Jorge Mones Ruiz, que es muy capaz
de detonar un autogolpe que -con la complicidad de este rastrero Congreso o
disolviéndolo, como sugirió Metralleta Kunkel- le garantice alcanzar alguna
perpetuidad o, al menos, alguna forma de impunidad.
Y falta saber qué hará la ciudadanía para impedir una reacción tan
demencial. No sobran dirigentes capaces de liderar esa indispensable
resistencia, aunque es cierto también que, cuando les resulta necesario, las
sociedades encuentran los líderes capaces de sacarlas del marasmo y de la postración;
basta recordar qué papeles jugaron hombres como Churchill o De Gaulle en la
suerte de sus respectivas naciones.
Lo que se necesita hacer en la Argentina para volver desde esta
decadencia terminal es de una gravedad tal que requerirá de un gigantesco apoyo
moral de la población, hoy adormecida por un populismo suicida. Y, aunque
resulte triste, eso sólo se da después de un cataclismo muy doloroso, quizás
del tamaño del que imagina producir doña Cristina.
Pero hay que recordar que, como hoy, después de los más
complicados inviernos, siempre vuelve la primavera.
Enrique Guillermo Avogadro
ega1avogadro@gmail.com
@egavogadro
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