El
Ministro Rafael Ramírez afirma que van a acabar el Estado burgués y levantar el
Estado revolucionario.
Deja claro que no es pragmático, como se simplificó su
supuesto plan para enfrentar el caos económico social que se profundiza. Para
él incendiar todo, destruir la vida de sus compatriotas y granjearse 80 por
ciento de sanción adversa en la opinión pública, no es una apuesta esotérica,
sino parte de la épica empresa de esta Era con su cañón de futuro.
“Nada de
pragmatismo-parece decir- soy tan ideológico como los demás camaradas”. Todo un
pensador, igual que los otros del gobierno colegiado, que echaron canas desentrañando los misterios del
pensamiento y la acción. El Estado revolucionario entró en el lenguaje político
porque los bolcheviques en 1917 tomaron el poder, y con el paso del siglo llegó
a imperar sobre más o menos 45% de la Humanidad.
Jean
Francois Revel, Carlos Rangel, Louis Althusser, Nikos Polantzas, Herbert
Marcuse y muchísimos otros murieron en la creencia que era indetenible.
Todopoderoso, inmenso, impenetrable, artillado, solo héroes se atrevían a
desafiarlo.
Y una noche cualquiera de un día cualquiera que dejó serlo, el 9 de
noviembre de 1989, las multitudes enloquecidas por la miseria y el afán de
libertad derribaron el Muro de Berlín y los estados revolucionarios naufragaron
uno tras otro, como la Flota de Felipe II, también “invencible”.
Lo hundieron
exactamente las mismas que corrosiones
que afectan la carena y el eje de crujía de la nave bolivariana:
escasez, miseria, desesperación, represión, despotismo, ineptitud y lasitud
frente a la corrupción. Sobrevivieron Cuba y Norcorea como evidencia de hasta
dónde el hombre es el lobo del hombre, la crueldad y el horror, así como en
Santillana del Mar (España) el viajero se eriza en el Museo de la Inquisición y
en Washington en el Museo del Holocausto que revive el Ghetto de Varsovia.
¿Estado
revolucionario?
¿Por
qué buscan modelos en el cementerio de la Historia, donde yace el Estado
revolucionario. Cuenta un gran historiador de la Arquitectura que luego del
incendio de Chicago que incineró gran parte de la ciudad, por 1870, los
sobrevivientes buscaron días y días entre los escombros como sonámbulos, a
familiares y amigos, sus cadáveres o algún objeto material que diera una pista
sobre ellos. ¿Cuál es el Estado revolucionario al que Venezuela se parecerá
más? ¿Será Rumania del indecible sicópata Ceaucescu, que una vez se le olvidó
pintarse el pelo, y con la cabeza cubierta de canas explicó a una delegación
internacional que era “por exceso de trabajo”. Al día siguiente, ya teñido de
negro pluma de cuervo, argumentó a los mismos que “se le ennegreció porque
había descansado”.
Tal
vez la Yugoslavia de Tito quien se creía racialmente superior? ¿El Estado
maoísta del caudillo que al final de su vida dormía con niños desnudos de ambos
sexos? ¿O Checoslovaquia rota en sangre
y pedazos? ¿Bulgaria, Polonia, Letonia? ¿Las gloriosas repúblicas
revolucionarias africanas? ¿Cambodia donde torturaban hasta la muerte a
cualquiera que hablara francés, o Vietnam donde inoculaban sífilis a muchachas
para que contagiaran a los extranjeros? ¿Cuál de esas maravillas del Estado
revolucionario nos esperan? Las mujeres cubanas, que si no se acuestan con el
jefe del CDR que así lo quiera, no reciben la libreta de racionamiento, ante la
impotencia doliente de maridos, padres y hermanos? El Gobierno podría enterarse
que eso del Estado burgués fue un término de Marx que correspondió a un corto
momento del desarrollo histórico.
Fin
del Estado burgués
Desapareció
con el desarrollo del movimiento obrero, el sufragio, la legislación laboral y
los sistemas de seguridad social, y ya en la vejez Marx alucinó con la elección
popular de Luís Napoleón. Las naciones occidentales se estructuraron con la
articulación entre socialismo y mercado bajo el Principio del Estado Social y
Democrático de Derecho. Incluso la Inglaterra post-Tatcher posee uno de los
sistemas de protección social más completos del planeta, tal como Suecia,
Dinamarca u Holanda, países en los que estadísticamente no existe la pobreza. Y
si en algún lugar del planeta no hay sindicatos, ni parlamentos populares ni
seguridad social, es China, cuna del capitalismo salvaje del siglo XX, con un
gobierno de la burocracia del PC apoyada por el capital global, en dinámica
parecida a la de Inglaterra en el siglo XVIII, precisamente la que inspiró El
Capital a aquél barbudo que produjo un accidente en la historia.
Las
comunas son una monstruosidad. Mao las creó en toda China en el Gran salto
hacia adelante 1957-1961. Se le metió en la cabeza liquidar la división
político territorial tradicional e implantar una nueva geometría del poder a
partir de comunas de 5.000 familias que compartirían tierras, distribución de
bienes materiales, escuelas, cocinas, además de fábricas, todas de propiedad
colectiva. El resultado en dolor, miseria, sufrimiento humano, hambrunas,
enfermedades y desesperación tiene pocos precedentes en la Humanidad y a Mao se
le reconoce como el mayor genocida. Investigadores calculan que el experimento
costó la vida a más de 40 millones de chinos e hizo que Den Xiao Ping acusado
de liberal, se enfrentara valientemente al partido e impusiera el socialismo de
mercado.
Carlos
Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
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