Ser cristiano supone comprometerse en
relación para quienes, políticos, el cristianismo propone un modelo personal y
social de comportamiento que debe ser ejemplificado, realizado y mantenida la
conducta que impone el hecho de ser cristiano, lo que no es distinto del
compromiso de todos los cristianos quienes, como los demás humanos, vivimos tratando de
mantener, ejemplarmente, la conducta que el cristianismo impone a nuestras
propias voluntades.
Pero, además, ejercer la política es, en cierta forma, el
asumir la condición de ser guía y ductor de personas que comparten las apreciaciones
y orientaciones del político que, obviamente, se presume son sinceras y también
verdaderas, lo que no es exagerado pues el político se convierte en una suerte
de maestro.
Posiblemente, algunos de los amigos lectores,
que hasta acá hayan leído lo anterior, con razón se podrán haber preguntado:
“pero es que ¿existe una ‘política cristiana’? y, si existe, ¿qué es eso?”
Antes de responder a esa natural inquietud,
es necesario aclarar que toda Sociedad organizada tiene como razón de ser una
finalidad muy específica que, de manera general, se le llama Bien Común
General, pues incluye el compromiso de la Sociedad, cierto y asumido, de
facilitar a todos y cada uno de sus miembros integrantes la realización de su
propio destino personal según su libre albedrío. Esto, como es obvio, opera
sólo en Sociedades con fundamento y acciones de naturaleza democrática. El
Bien Común no es, pues, una noción
intangible y abstracta inseparable del hecho social como objeto de ese acto
específico, sino un hecho histórico en tanto situado en un plano
espacio-temporal específico y preciso que, además, es dinámico y no estático
pues se orienta a la totalidad de la realidad social que es dinámica y lo
fundamenta y realiza.
Pero, además, la Sociedad posibilita la
cultura, entendida ésta, en general, como mundo que el ser humano establece y
realiza para abandonar y superar al medio natural que fue su primer apoyo de
vida. Por otra parte, la Sociedad requiere la Autoridad para bien organizar la
totalidad del Cuerpo Social, orientar a sus miembros en la edificación de su
propio mundo particular, todo lo cual es un compromiso con el todo social que
son sus miembros. Entonces, la Autoridad debe entenderse como facultad para
dirigir y orientar, lo que implica que la Sociedad tenga una potencia o
capacidad que le posibilite obligar a la obediencia. Tal potencia o capacidad
es lo que llamamos el Poder. Todos eso elementos: la capacidad de los miembros
de la Sociedad de actuar en su seno y de reforzar o modificar los
comportamientos sociales; la condición dinámica del Cuerpo Social; su objetivo
Bien Común General y la necesidad de la Autoridad para edificar la cultura, son
fundamentos de la Política.
Podemos ahora responder a la imaginada --pero muy posible-- pregunta que antes adelantamos sobre si
existe una política cristiana y, en caso de existir, qué y para qué es dicha
política. La lógica enseña que para definir o conocer algo sobre lo que se
habla, es menester responder a cuatro preguntas fundamentales: ¿Existe eso?
¿Qué es eso? ¿Cómo es eso? y ¿Para qué es eso?
Si existe una política cristiana: esta, no
está necesariamente obligada a aceptar la fe cristiana pero sí debe adecuarse a
su concepción, en cuanto a lo propiamente político, así como en lo económico y
lo social.
En primer lugar, una política cristiana es un
modo de hacer política. Siendo irremediablemente social, el ser humano se
sumerge en un particular modo de ser él mismo y de hacer algo en el seno de la
sociedad a la que pertenece, sea por haber en ella nacido o por haber llegado e
instalarse en ella definitivamente. Esta realidad le condiciona personalmente y
le exige, en cierta manera, el actuar para algo en bien de la Sociedad toda y
de, quienes como él mismo, son sus miembros. Ese aporte que --en general-- los miembros de la Sociedad sienten que cada
cual debe realizar, es útil para reforzar los medios y mecanismos existentes en
la misma; para introducir modificaciones de cualquier tipo que sean necesarias
y pertinentes e, incluso, de ser necesario, para alterar radicalmente los
mecanismos y comportamientos para en algún momento existentes.
En segundo lugar, la razón de ser de toda
Sociedad es alcanzar lo que se llama Bien Común General, que es su finalidad
específica que, necesariamente incluye
--o debe incluir-- una garantía
de posibilidad, porque lo que trata es el permitir y posibilitar que cada uno
de los integrantes o miembros de ese cuerpo social pueda realizar el alcance y
logro de su propio destino personal. Por tanto, el Bien Común no es una noción
intangible y abstracta, porque es inseparable del hecho social considerado como
un todo y de cuyos actos es objeto principalísimo que significa una realidad
eminentemente histórica, esto es, situada en un plano espacio-temporal preciso
y específico. El Bien Común Social, que es General, es fundamental y de manera
esencial, dinámica y no estática, como lo es la totalidad de la realidad social
a la cual corresponda y la cual le fundamenta.
Por otra parte, la Sociedad es, también y en
tanto medio instrumental que hace posible la Cultura --entendida en general ésta como mundo que
realiza el ser humano para deshacerse de su originario medio natural-- que, por tanto, requiere de a Autoridad en tanto
disposición u organismo interno que hace posible la organización de todo el
Cuerpo Social, al cual ha de orientar en la construcción de ese nuevo mundo
propio y, a la vez, común, cual condición de posibilidad para hacer posible el
progresivo desarrollo del Todo social y de sus miembros. Entonces, entendida la
Autoridad como facultad de orientar y dirigir, necesariamente ello invoca una
capacidad o potencia que pueda obligar a la obediencia. Tal capacidad o
potencia es el Poder.
Entonces, los anteriores elementos ya
señalados: La capacidad de las personas miembros de la Sociedad y la exigencia
de actuar para favorecer al todo social
que son sus miembros; la condición inmanentemente dinámica del Organismo Social
y de su objeto principal que es el Bien Común General; y la necesidad de la
Autoridad que hace posible la edificación de la Cultura, la orientación
facultativa y la obediencia al orden, son los fundamentos constituyentes de la
relación política o, sencillamente, de la Política.
El primer elemento constitutivo de la
Política bien entendida es, pues, acción racional libre y responsable del todo
social que son los miembros todos de la Sociedad, y los que estos señalan para
ejercer las funciones de gobierno. El Bien Común General es el segundo
elemento, que determina la finalidad de la Política y, al mismo tiempo, define
el criterio de su legitimidad; el tercer elemento de la Política viene
constituido por la Autoridad y su inherente Poder, lo que constituye el medio
instrumental más importante para la plena realización social de la Política. En
efecto, mediante la Autoridad es como la acción humana empeñada políticamente,
puede obrar eficazmente para alcanzar el logro de su finalidad última.
Resumamos: Política, en sentido lato, es toda
relación que el ser humano establece con los entes que constituyen su mundo,
que es su horizonte de sentido, cuyo objeto general es el contribuir al alcance
del bien común.
Por otra parte, la política está orientada a
la determinación del gobierno de la Sociedad, para que ésta pueda alcanzar su
objetivo específico, lo que se puede realizar de maneras directas o indirectas:
sea ejercer directamente el gobierno de la Sociedad, o sea influir en éste.
Política, entonces, es todo acto humano que
se oriente a dirigir una determinada Sociedad, a través del ejercicio directo o
indirecto de los supremos poderes de decisión del Estado, en sus diversos
sectores, niveles e instancias.
Aquel inolvidable ciudadano venezolano,
Arístides Calvani, solía decir que la Política “es el arte de hacer posible lo
que es menester”.
Pedro
Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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