La
noción de país se refiere a un territorio, implica la existencia de un grupo
humano identificado como nación, en ocasiones puede contener otras minorías.
Posee una historia, una manera de ser y de expresarse. Se entiende también como
sinónimo de Estado soberano, independiente, con su gobierno, sus leyes, sus
fuerzas armadas, sus ciudadanos.
Sin
embargo es un concepto que por extensión puede ser usado a realidades con una
historia y una cultura que le son propias, ampliando el contenido de su
significado.
En
lo que se refiere al tema de mi artículo, podemos decir que un país no
desaparece, pero puede verse afectado, invadido, dividido o arruinado.
Puede
ser víctima de un mal gobierno, puede estrangularse a su pueblo económicamente
y hacerlo vivir sufriendo la escasez total. Es posible colocarlo fuera del
sistema mundial de producción y competencia.
Puede
sufrir un proceso de destrucción social, sembrando sentimientos de odio y
rencor entre sus habitantes, buscando un enfrentamiento fratricida entre sus
miembros. Tratando de separarlos para siempre y construir una sociedad de
rivales que se muevan en realidades irreconciliables.
Se
puede desnaturalizar sus instituciones, manipularlas, controlarlas, hasta que
dejen de servirle al pueblo y todo se coloque al servicio del fanático de turno
que lo gobierna. Con ello desaparecen los principios de la libertad, la
democracia y de que la soberanía reside en el pueblo… en fin pueden lograr que
desaparezca la sensación de ser parte de una sociedad que permite nuestro
desarrollo personal.
Estaríamos
frente a un proyecto perverso, destinado a hacer desaparecer el alma nacional.
Que se encuentra ejecutando una terrible marcha fúnebre por Venezuela, entonada
por un coro con voces de acento extranjero.
Voces
que buscan oprimirnos, de la mano de los que están dispuestos a vender su alma
para continuar disfrutando de los beneficios del poder, a cambio de regalar
nuestra riqueza petrolera.
Pueden
evitar que la democracia se aplique en Venezuela, pueden cercenarnos la
libertad, pueden controlar lo que comemos, confiscar nuestras propiedades,
paralizar la producción de alimentos, cerrar fronteras y aeropuertos, controlar
las divisas, para que dependamos totalmente de ellos, los que pretenden
quedarse para siempre.
La
corrupción, los narcos, las armas, las bandas de motorizados, las gorras y
botas, todo lo que representa el poder, puede obligarnos… a bajar la cabeza.
Pero
la libertad tampoco es algo que deja de existir, íntimamente ligada a nuestra
condición de seres humanos, solo puede ser cercenada en su forma exterior, pero
sigue viviendo dentro de nosotros allá donde ningún dictador puede llegar,
nuestro propio yo.
Mientras
existan tiranos, minorías desprotegidas, mujeres consideradas seres inferiores,
o cualquier discriminación por sexo, religión o raza.
Mientras
existan gobiernos que amenazan sus ciudadanos, que nieguen los derechos humanos
y que sobrepasando sus prerrogativas se conviertan en regímenes totalitarios,
allí estará el ser humano capaz de elevarse siempre sobre su miedo y sus
debilidades, para reconquistar nuevamente su libertad.
Quizás
ha sido necesario caer tan hondo, para comprender por qué la indignación no es
superflua y para tomar conciencia de que continuar separados en azules,
amarillos o rojos es algo que solo beneficia al opresor, al traidor que vendió
la patria, el que dispara, golpea, asesina, estudiantes y sindicalistas.
Es
la misma sociedad la que está llamada a aplicar los correctivos, a crear las
condiciones de igualdad de oportunidades.
Este
país sabe de dónde viene, cuáles fueron los ideales de nuestros libertadores,
como se fue haciendo Venezuela, con sus aciertos y sus errores. Aquí el
Maracucho, el Andino, el Margariteño, el de Caracas, de Valencia, Guayana o
Barquisimeto, la gente de aquí no desconoce el por qué trabajó y se sacrificó,
tanto el cómo su familia.
Recuerda
claramente por que se levantaba a las 5 de la mañana, para ir a trabajar o a
estudiar. El venezolano no olvida sus sueños personales y los de su familia. Se
encuentre frente a su lago, a su montaña, a sus playas, a su horizonte tan
cercano a lo que lo define, al venezolano de verdad no se cala más cuentos.
Tenemos
conciencia de que todo no fue perfecto, que había mucho que mejorar, construir.
Compartimos esa misma certeza de lo que no queremos ser o convertirnos. Sabemos
que todo ese proceso vivido por las generaciones que nos precedieron, fue
siempre nacional.
No
hemos llegado hasta aquí para terminar dejándole el país al que solo piensa en
someternos, apropiarse de todo, enriquecerse y vivir rodeado de privilegios. El
que lo entregó a gobiernos extranjeros.
El
que crea que la idea de justicia, la defensa de nuestros derechos, la lucha
contra la opresión, la idea de progreso o de avanzar en la vida, el deseo de
recuperar el derecho a circular en el país sin caer asesinado, son ideas
muertas en el corazón de los venezolanos, ¡se equivoca!
Que
el gobierno haya roto su sintonía con la sociedad, que 15 años después se
descubra su verdadera intención, que su soberbia o que su embriaguez de poder
le impida ver lo que se está gestando, presagia la próxima reacción.
La
de un pueblo harto del engaño, y la de un régimen dispuesto todo para no
entregar. De ese choque final, posiblemente cruel y sanguinario surgirá la
nueva Venezuela. Bautizada con sangre, como sucedió en la gesta libertaria que
sonó aquel joven de nombre Simón.
Reconstruir
este país herido, pasará por eliminar un sistema instalado en el país, que
niega los que siempre fuimos. Que alteró una vida social civilizada,
sustituyéndola por una realidad donde no se respetan derechos, la propiedad, ni
la vida humana.
Donde
importa poco que no existan medicinas, alimentos, líneas aéreas, divisas para
importar, siempre y cuando las infantas, el que habla con pajarracos, los
ministros y toda su camarilla cuenten con los recursos, con los relojes de
marca, los aviones oficiales y con los cargos que les permitan darse la buena
vida.
Venezuela
se desangra, la violencia y el crimen reina en las calles, la justicia es un
apéndice del régimen, la impunidad es la norma. Nadie va preso a excepción del
que proteste.
La
realidad que vivimos es producto de la traición consumada, el pueblo sabe que
de continuar así, se acabará con todo lo que queda. Pero sobre todo con la
esperanza de volver a ser libres e independientes.
Esa
esperanza tampoco muere, cada quien dentro de sí sabe que tenemos que salir de
esto, cueste lo que cueste. Un país también se puede reconstruir, no lo
retardemos más, la única salida para que no muera Venezuela, el único camino en
el cual podremos crecer de nuevo.
Nelson Castellano-Hernandez
nelsoncastellano@hotmail.com
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