El doctor Luis José Oropeza afirma que,
habiéndose ganado la guerra fría, Venezuela se ha dedicado a perderla, y se va
por los perdedores.
Destaca que no hemos tenido sino
Constituciones románticas. “Nosotros hemos hecho Constituciones; que prevén la
conformación de un Estado; que hacen la estructura del Estado; pero que se
olvidan de la sociedad”.
La afirmación la hizo en la presentación de
su libro “Venezuela: la fábula de una riqueza. El valle sin amos”, en un
evento, que se realizó en Cedice, y que contó con la presencia del sector
académico, ligado al doctor Oropeza.
A continuación el texto de su discurso:
Este libro me nació de la preocupación, que
fecundaba en mí en torno a la idea de que no es posible que la política de
independencia de los pueblos de América Latina a estas alturas del Siglo XXI
todavía no haya podido superar los estratos más elementales, los escalones más
elementales de una posibilidad de surgir, de crecer y de prosperar. Somos casi
un “Haití” continental. Ahora, lo que sobrepasó todos los límites, es que
habiéndose ganado la Guerra Fría, Venezuela se dedica a perderla, y se va por
los perdedores. Ya yo no pude resistir más.
Definitivamente, había que lanzarles a los
venezolanos algunas preguntas, interrogantes, indagaciones. ¿De dónde viene
esto? Y cuanto más temor me daba es que si este régimen actual del siglo XXI
llega a su fin, nosotros nos vamos a ser los suizos, y vamos a decir que todo
se debe a Chávez. Eso no es verdad; todo se debe a nosotros, a nosotros mismos,
a nuestra historia; a nuestra trayectoria en el pasado. Se remonta, incluso, a
los tiempos del Estado colonial.
Cuando Colón vino a América trajo consigo las
ideas del Estado que tenían los reyes católicos, y aquí instalamos desde
entonces la concepción del Estado como un ente bienhechor; incapaz de hacerle
daño a nadie, incapaz de perjudicar, y salvar a todo el mundo. Los 300 años de
La Colonia superan en 100 años los 200, que tenemos de independencia. Fuimos un
país sometido al régimen mercantilista, absorbente, terriblemente, eficaz en
impedir que la sociedad civil tuviera un valor importante.
Cuando llegó la independencia, nosotros nos
confundimos; cuando nos independizamos de España creíamos que había ganado la
libertad, y todavía no la hemos ganado. Nosotros no somos independientes. Eso
es mentira la emancipación de 1821 o del 10 ó del 11.
Porque en aquel momento nos independizamos de
un país extraño. Pero nos sometimos al yugo de una tiranía doméstica.
¿Entonces, cómo vamos a ser libres, si en lugar de una corona se instala entre
nosotros un poder omnímodo; de un hombre que lo sabe todo; que lo tiene todo;
que es capaz de todo, y que nos va a salvar?
Y fueron los intelectuales los que crearon
ese mito. Elías Pino Iturrieta en la presentación de este libro dice que yo
pongo el dedo en muchas llagas. Eso es verdad. Una de las llagas es Fermín
Toro. A nosotros nos enseñaron, desde que estudiamos bachillerato, que Fermín
Toro era un prócer; excepcional, impecable, intachable. A mí no se me olvida al
doctor Rafael Caldera, dándonos clases a nosotros, exaltando la figura egregia
del gran republicano.
Un hombre que le dijo a Monagas: “Usted me
violentará, pero sepa que Fermín Toro no se prostituye”. Eso es verdad. Eso fue
un gran valor cívico. Pero cuando uno lee los reportes que él escribió sobre la
Ley del 10 Abril de 1834, entonces se da cuenta lo que él pensaba. ¿Qué era lo
que pensaba? Que las sociedades tenían que lograr primero la igualdad. ¡Incluso
a costa de la libertad!
Bueno, eso fue lo que se dijo en la
Revolución del 17, que para ser iguales había que arrasar a todo el mundo: la
igualdad impuesta. Por eso a mí me impresionó mucho una frase de Hayek, cuando
en uno de esos eventos que tenemos aquí en Cedice, manifestó que el gran factor
del desarrollo humano era la desigualdad. Porque con desigualdad los hombres se
superan. Las virtudes de la adversidad funcionan.
Si todos fuéramos iguales, nadie trabajara, y
esto es más o menos lo que es el comunismo. Bueno, ustedes saben que para
justificar las tiranías en Venezuela, hubo un gran intelectual, Laureano
Vallenilla Lanz; quien escribió a ese propósito “Cesarismo Democrático”. Ese
fue un libro que trascendió muchos años, mucho tiempo y se hizo el libro
esencial, para justificar las dictaduras en Venezuela.
Pero a mí me parece que el precursor de esas
ideas no fue el viejo Vallenilla. Fue Fermín Toro, y lo que más me preocupa de
Fermín Toro y del tiempo en que vivió Fermín Toro es que todos sus compañeros;
los grandes liberales del siglo XIX; desde el fundador de su partido: Santos
Michelena, Juan Vicente González; todo ese gentío no dijo una palabra; ni
censuró a Fermín Toro. A mí no me preocupa tanto que Fermín Toro lo diga; sino
que lo admitan los demás.
Entonces, ¿cómo fue que se le escapó la bola
a estos señores por los pies? ¿Cómo no se dieron cuenta de que, incluso, había
que sacrificar la libertad? El Negro (el economista y profesor Antonio Paiva),
que está sentado allá, me pasó unas notas sobre Santos Michelena una vez, y
allí decía que Santos Michelena, siendo ministro de Páez, no tenía ninguna
potestad para decirle a éste: “Usted no puede influir sobre el Congreso. Hay
separación de poderes. Usted no se puede meter en la Corte Suprema de Justicia”
Páez no podía entender eso. Es posible que lo
haya leído todo, incluido el libro de Adam Smith, pues la obra La Riqueza de
las Naciones es del mismo año de la Revolución Americana. Seguro que ya todos
estos planteamientos eran sabiduría convencional en Europa. Pero, ¿por qué en
nuestro medio no?
Nosotros nos creímos distintos. Ese libro mío
yo no sé si me quedó bueno o malo. Lo que sí es verdad es que plantea temas
fundamentales, en los cuales hay que pensar; sólo por ello, yo les pediría a
los lectores que le pongan cuidado.
La verdad es que el tema de la riqueza en
Venezuela no existe, porque no lo han dejado crear. Quiero advertir una cosa:
yo no soy enemigo del Estado, yo no soy enemigo del Estado de Noruega; que
tiene un trillón de dólares, con la mitad de la producción petrolera que tuvo
Venezuela, y los tiene guardados, como hacía antes nuestro país, en un fondo.
Ellos se copiaron de nosotros. El viejo Pérez
Alfonso y Betancourt inventaron la separación del Tesoro; para crear el Fondo
de Inversiones de Venezuela, y lo establecieron, y Noruega se copió de eso.
Nosotros, que fuimos los originarios de la idea, destruimos más de un trillón
en los últimos años, más lo que se destruyó en la República civil, pero aquí el
Estado ha sido el factor más eficaz para impedir el fomento de la riqueza.
Ahora, ¿por qué a mí me da miedo lo que está
pasando, y por qué yo pienso que hay que crearse conciencia? El trabajo que yo
estoy haciendo nuevo es, precisamente, eso. Tiene que ver con las
Constituciones románticas de Venezuela. Nosotros hemos hecho Constituciones;
que prevén la conformación de un Estado; que hacen la estructura del Estado;
pero que se olvidan de la sociedad.
Por eso es que los americanos tienen una
Constitución que data de hace 200 años. Porque ellos dijeron: nosotros tenemos
que tenerle miedo al Estado. Porque el Estado no siempre es bueno; pues, como
decía Hume, los Estados deben hacerse con las suficientes previsiones, como
para que lo maligno no haga tanto daño. Nosotros creímos que las Constituciones
eran para entregárselas a los arcángeles, ángeles y querubines. ¿Qué nos pasó?
Bueno, entre querubines andamos.
Cuando yo terminé de escribir este libro me
dije: aquí pasa algo, porque yo escribí estas cosas. Resulta que yo soy de un
pueblito de Venezuela, llamado Carora, del siglo XVI, y allí desde el 1900 la
iniciativa privada hizo hospitales, maternidades, teléfonos, luz eléctrica, el
ganado raza Carora. Todo eso fue hecho por una elite de inversionistas
privados; donde el gobierno no se metió.
Y cuando el gobierno, después, nacionalizó
los hospitales. Todo se acabó , y todo es igualito a Caracas. No sirve. El
hospital fue un modelo en Venezuela durante 40 años. Por cierto, no sé si
ustedes han visto esa versión en internet del Technology, Entertainment,
Design, el TED. Oigan el TED.
Esa idea de Carora me salió a mí de una
intervención de Paul Bowles, el profesor de Princeton; quien dijo que había que
hacer ciudades con estatutos especiales; donde el Estado no se metiera; donde
las normas fueran distintas, para ver si era posible. Fue cuando dijo que
Guantánamo fuera un Hong Kong. Enseguida yo me dije: pero si eso fue lo que
pasó en Carora. No sería un Hong Kong. Pero sí hubo una iniciativa privada.
Aquí, pues, convivimos con una serie de
mitos. Los americanos no tienen colonos, los colonos son de nosotros no más. No
hay libertadores, hay los father Father. A nosotros nos encanta un mito y un
gran personaje. Y no podemos estar toda la vida pensando que las instituciones
hay que hacerlas lo suficientemente ponderadas, para asegurarse de que siempre
va a haber un Rómulo Bentancourt que se va a adueñar de ellas.
Rómulo no abusó de las instituciones
privadas. Pero, lamentablemente, Venezuela ha tenido tantos caudillos; tantos
malhechores, tantas circunstancias, que nos han dañado; nos han perjudicado, y
nos han metido en el drama que estamos viviendo. Yo no quiero asentar la idea
de que yo soy pesimista. ¡Yo no soy ni optimista ni pesimista!
Eso es una tontería muy grande: ser optimista
por optimista y pesimista por pesimista. Solamente, existe la idea de analizar
críticamente las cosas. O sea, lo que es blanco es blanco. Nosotros no podemos
estar creyendo en mitos. A nosotros nos encanta el mito. De ahí es de donde
viene. Porque nos encanta montarnos en una fábula.
-Señores: yo no creo que el optimismo sea un
recurso; el voluntarismo es muy útil. Pero no es la fórmula mágica para salir
de las adversidades. De manera que yo dejo en manos del lector esos papeles y
esas páginas.
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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