lunes, 4 de agosto de 2014

CARLOS E. AGUILERA A., ¿PRENSA IDEOLOGIZANTE O MERCANTILISTA?

Hace un año cuando comenzó la diáspora de valientes colegas periodistas que prestaban sus servicios en la otrora planta de noticias Globovisión, avizoramos el oscuro y siniestro espectro que en el decurso del tiempo comenzaría a penetrar en las entrañas de algunos otros medios de comunicación – unos adquiridos por el régimen y otros obligados a la autocensura por temor a represalias de distinta índole, que van desde la negación de pautas publicitarias, hasta la sanción pecuniaria a través de Conatel – hechos estos que se han venido sucediendo a la vista de la opinión pública del país.

Lo más reciente, la abrupta salida de colaboradores que semanalmente escribían artículos de opinión en el casi decano de la prensa, El Universal, medio recién adquirido por un grupo empresarial cuya sede funciona en España y que pese a que su nuevo Presidente manifestara mantendría el equilibrio informativo y de opinión, a los pocos días comenzaría a rescindir de la valiosa colaboración de calificados columnistas, muchos de ellos entregados semanalmente a emitir su opinión desde hace largos años.
Es esta actitud asumida por sus nuevos propietarios, así como los de Globovisión, lo que pone en entredicho el verdadero papel que deben cumplirlos medios ante en la sociedad, a la que están obligados a rendir cuenta como depositarios de sus derechos ciudadanos, pues no deben olvidar que la vida social, en si misma, es un proceso de comunicación, por cuanto vivir en sociedad es vivir en comunicación.
Ortega y Gasset decía: “vivir es encontrarnos en un mundo de cosas que nos sirven o que se nos oponen, que nos atraen o que repelemos, que amamos u odiamos, es encontrarnos en un mundo de cosas ocupándonos de ellas.  Es entonces cuando comprendemos que frente al interés  individual, hay en el fenómeno de la comunicación, un interés colectivo, caracterizado por una suerte de impulso de la sociedad hacia el individuo que la presiona en un determinado sentido, obligándole a actuar de determinada manera e incluso hasta pensar de cierto modo.”
Lo anteriormente indicado es lo que Jean d’ Arcy expresaba: “Nos hallamos así ante la actuación de dos fuerzas: por una parte, aquella que, para sus existencia misma, empuja al individuo a afirmar su derecho a la comunicación y formar así, mediante la comunicación establecida con sus semejantes , una sociedad; por otra parte, aquella que empuja a la sociedad a elaborar  para su funcionamiento  y su expresión misma, modos de comunicación cada vez más perfeccionados que conducen hacia estructuras sociales también más desarrolladas. De la tensión que se produce entre la necesidad del individuo de comunicarse y la necesidad que tiene la sociedad e establecer sus propios circuitos de comunicación y de expresión, entre ambos derechos a comunicar – el del individuo y el de la sociedad – nacen los derechos, deberes y libertades sucesivos”.
Debemos comprender innegablemente que la comunicación cumple una función de integración, fundamental tanto para la vida individual como para la vida social, aun cuando los intereses mismos, tanto de individuos como de colectividades, no son en la práctica tan puros, tan nítidos o tan claros como pudiera pensarse desde el punto de vista teórico.  La “integración” se señala como un objeto a alcanzar  mediante la comunicación, no es un valor en sí, absoluto, puesto allí como una meta a la que conducirán fácilmente los caminos elegidos. Los intereses, precisamente, de quienes hacen uso de la comunicación, sea el individuo o la sociedad, distorsionan esa realidad, subvierten el proceso y trastocan la orientación tanto de los objetivos como de los medios.
 Visto desde el punto de vista político, la comunicación deviene en fuerza que impone ideas y establece control, tal como está ocurriendo en los actuales momentos y que para nadie es desconocido. Los hechos que se han venido sucediendo con algunas empresas editoras de diarios nacionales y de provincia, así como las limitaciones del oficio a los periodistas en sus diferentes fuentes, amén de los brutales ataques a su humanidad física, constituyen una descarnada muestra de que la libertad de expresión en nuestro país, es vulnerada por el régimen sin el menor escrúpulo ni vergüenza. Maduro y con él Cabello y sus segundones hacen alarde de ello.
La sistemática violación de la Carta Magna, por quienes están obligados a cumplirla y hacerla cumplir, en materia de la libertad de expresión ha sido reiterativa, por lo que ha impedido que la comunicación sea un instrumento de relación e integración de los diversos componentes de la sociedad. El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, de 1966, al referirse a los principios contenidos  en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, señala en su artículo 19, numeral 3: “El ejercicio del derecho previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para: a) asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás; b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o moral pública”.
Lo cierto es que con  la supuesta democracia que alientan quienes se encuentran enquistados en el poder, pretenden redefinirla en términos marxistas como verdadera o auténtica, o lo que ellos denominan la democracia popular, propia de los regímenes autoritarios tercermundistas que se justificaban con caprichosas consignas, que al mismo tiempo desvalorizan el contexto de lo que prometen, populista y demagógicamente. Devienen en políticos manipuladores que García Pelayo lo describe así: “Sustituye el pensamiento crítico por una conciencia sistemática falsa que funciona por frases y por un sistema de equívocos y de mistificación generalizados”.
Y estos males se han enquistado dolorosamente en nuestro país en algunos medios de comunicación radioeléctricos e impresos, por lo que ya la gente comienza a poner en duda el papel que juegan  en la vida social, política y económica de la nación.
 Por eso nos atrevimos a que nuestro artículo llevara el título con el que se inicia.
Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

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