domingo, 3 de agosto de 2014

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA, EL CARUPANAZO, UN FRACASO CASTRO-COMUNISTA

“El régimen democrático procede con métodos democráticos. He dicho reiteradamente, y repetirlo no es ocioso,  que por la composición de este gobierno y por la filosofía inmodificable del hombre que lo preside, aquí no utilizaremos procedimientos de paredón ni iremos contra lo más respetable en el hombre, que es su dignidad. Pero la experiencia universal y la más reciente, la trágica, dolorosa experiencia cubana, están demostrando que los regímenes democráticos deben llevar su tolerancia hasta ciertos límites y no aplicar métodos de excepción sino los pautados en las rígidas normas de la ley para defender la convivencia social  y su propia supervivencia”. Rómulo Betancourt, 4 de mayo, 1962

    
La ciudad oriental de Carúpano fue la primera experiencia de conjunción castrense-comunista, bajo la dirección del capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas y el marxista Guillermo García Ponce (designado jefe de operaciones militares del Partido Comunista).  Fue a la medianoche de 4 de mayo de 1962 cuando se levantó el Batallón de Infantería de Marina “Mariscal Sucre, anclado en Carúpano, y el Destacamento Nº33 de la Guardia Nacional del mismo puerto. La insurrección estuvo comandada por el capitán Villegas, el mayor Pedro Vargas Castejón, el teniente Fleming Mendoza, Douglas Bravo y Germán Lairet.  Participaron en ese movimiento el comunista Eloy Torres y el mirista Pedro Duno. Villegas declararía posteriormente que el ideólogo de la torpe sublevación había sido Simón Sáez Mérida.

     El Presidente Betancourt pudo haber repetido la expresión del Libertador respecto a ser “el hombre de las dificultades”, ya que –además de la obra de gobierno acelerada que comenzaba a colocar a Venezuela a la altura del siglo 20- enfrentaba a la violencia, a la oposición militar del perezjimenismo rezagado, la guerrilla y la insurrección de izquierda que se acentuaron durante los primeros meses de aquel agitado año. Los hombres y voceros de la discordia no daban tregua, pero Rómulo estaba resuelto a darles la pelea.

     Las pintas que se colocaron en las calles, “Renuncia Rómulo”, recibieron su respuesta: “ni renuncio ni me renuncian”, más por convicción republicana que por fanfarronería venezolana. Pese a la salud algo estropeada por el atentado contra su vida, había ánimos y fuerza para no bajar la guardia frente a los conspiradores de las Fuerzas Armadas y los camorristas del Partido Comunista y del MIR, que este año comenzaron a actuar en estrecha conexión. Era la primera vez en Venezuela que el morbo marxista o el ideario izquierdista penetraban el mundo de los cuarteles, donde antes hubo siempre un rechazo categórico al comunismo. Era la influencia nefasta de la llamada revolución cubana o acaso del nasserismo.

     Iniciado el año de 1962, hubo manifestaciones violentas y sangrientas en el centro de Caracas, con un trágico balance de muertos y heridos, más los daños a la propiedad. Quizás la desesperación de los conspiradores obedecía al respaldo popular que tenía el Gobierno de Coalición, que se ampliaba con la obra de gobierno. El 13 de febrero de 1962, los partidos de la coalición, las centrales obreras y sus bases sindicales habían convocado a una gigantesca manifestación de respaldo con motivo del tercer año de gobierno. Y a esto había seguido una serie de giras administrativas a la provincia para la inspección de obras en marcha, la inauguración de otras y para otorgar los títulos de propiedad a los campesinos beneficiarios de la reforma agraria, hechos con los que se labraba el verdadero y auténtico poder popular, suerte de escudo contra la violencia de los dos extremismos y muralla infranqueable para conspiradores, guerrilleros y terroristas.

     Los servicios de inteligencia habían comenzado a detectar las conexiones entre militares y civiles comprometidos con la insurrección. También había registros de contactos con urredistas y arsistas, que habían entrado en el menestrón de la oposición parlamentaria. Las guerrillas de estudiantes, profesores, intelectuales y gente de oposición empezaron a germinar en algunas regiones del país (Mérida, Sucre, Falcón, Portuguesa y Trujillo). Después de unas vacaciones alucinantes en La Habana, hasta Fabricio Ojeda publicó una carta anunciando que abandonaba el Parlamento para ingresar en la guerrilla.

     El Gobierno de Coalición tenía información de que los viejos comunistas como Gustavo Machado, Jesús Farías y otros menos viejos como Pedro Ortega Díaz estaban en cierta forma en contra de la lucha armada porque consideraban que no estaba planteada en Venezuela ese tipo de oposición, y mucho menos para alcanzar el poder. Conociendo de los incautos que creyeron en las prédicas comunistas de García Ponce,  el gobierno iba midiendo sus andanzas conspirativas y de penetración de las Fuerzas Armadas. Al igual que “el barcelonazo”, “el carupanazo” iba a extenderse por muy poco tiempo. 
     Los sublevados del batallón de marina hablaron en nombre de un denominado “Movimiento de Recuperación Democrática” y prometieron “restablecer las libertades conculcadas por el gobierno de Betancourt”. García Ponce no acudió a la cita de las armas, pero sí estuvieron como “asesores políticos” Eloy Torres y Sáez Mérida. Bastó un ligero movimiento envolvente para neutralizar y vencer a los facciosos (como veremos más adelante).

     Rómulo sabía que el “comando” de esta nueva y breve escaramuza había adoptado: la llamada “línea de la chispa”, mejor conocida como la tesis de Lenin, quien aseguró en sus días de conspirador contra el zar que “la chispa incendiaría la pradera”. Una teoría que ampliaría posteriormente Guevara. Es decir: que bastaba dar el primer paso para que la revuelta tomara cuerpo en todo el país.

    El mismo 4 de mayo de 1962, el Gobierno de Coalición promulgó el decreto que esperaba la población ante los desórdenes que venían ejecutándose a instigación de la izquierda. Rómulo había esperado que la anterior sustitución de las garantías constitucionales iba a significar la creación de un clima de paz, de concordia, de respeto y de acatamiento de las normas legales para todos los sectores políticos del país.  Y ahora los hechos desmentían lamentablemente esas presunciones y comprobaban que el Poder Ejecutivo estaba en lo cierto al sostener la tesis de la existencia de grupos políticos empeñados en que en Venezuela no rigieran las normas del sistema democrático y representativo de gobierno, sino otras que fueran calco de las vigentes en la desventurada Cuba.

          Viendo cómo continuaban los motines y las algaradas dentro de recintos estudiantiles, cómo se asesinaba a mansalva y por la espalda a hombre uniformados o a simples ciudadanos (hechos que luego muchos olvidarían), cómo se pasaba de la propaganda de guerra a los intentos de crear grupos guerrilleros en el país (intentos que fracasaban gracias al esfuerzo coordinado entre las Fuerzas Armadas y el campesinado nacional), el Gobierno de Coalición se había conformado con apresarlos y someterlos a juicios.

     Pero al sucederse el movimiento cubanizante en esa madrugada de mayo, el gobierno procedió de inmediato a tomar medidas militares, cercando a Carúpano con fuerzas de tierra y mar. Las fuerzas navales tomaron el Puerto de Carúpano. Por tierra desde Cumaná se llegó hasta el muelle de Cariaco y a las puertas mismas de Carúpano (Batallón Mariño) y por la carretera Caripito-Carúpano llegaron efectivos de la Guardia Nacional, de las Fuerzas Armadas de Cooperación; todo reforzado por las compañías del batallón Urdaneta, acantonado en Ciudad Bolívar, y del batallón Sucre, acantonado en Maturín. 

     Al respaldo inmediato de las Fuerzas Armadas se agregaron las mayorías venezolanas integradas por los partidos de la coalición, las fuerzas políticas de la oposición no comprometidas con la aventura extremista, los sectores empresariales y obreros, y la inmensa masa de venezolanos que querían mantener en el país un sistema continuo de gobiernos electos y de derecho.

     Rómulo reafirmó su promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución y que utilizaría las armas entregadas por ella en manos del Poder Ejecutivo para defender a las instituciones democráticas de los totalitarismo de cualquier signo. “Cuando los sucesos de San Cristóbal hubo energía para defender las instituciones democráticas de Venezuela del totalitarismo reaccionario; ahora habrá la misma energía, la misma firmeza para defender a las instituciones democráticas de Venezuela y el porvenir de la nacionalidad de los totalitarismos seudorevolucionarios:, dijo Rómulo a la nación el mismo 4 de mayo.

     Igualmente, al pasar unos días, agregó: “El régimen democrático procede con métodos democráticos. He dicho reiteradamente, y repetirlo no es ocioso,  que por la composición de este gobierno y por la filosofía inmodificable del hombre que lo preside, aquí no utilizaremos procedimientos de paredón ni iremos contra lo más respetable en el hombre, que es su dignidad. Pero la experiencia universal y la más reciente, la trágica, dolorosa experiencia cubana, están demostrando que los regímenes democráticos deben llevar su tolerancia hasta ciertos límites y no aplicar métodos de excepción sino los pautados en las rígidas normas de la ley para defender la convivencia social  y su propia supervivencia”.

      El Presidente Betancourt ordenó la represión de los insurrectos y la detención de alrededor de mil comunistas y miristas. Ordenó también el enjuiciamiento ante los tribunales de 138 dirigentes de la extrema izquierda. Golpe por golpe, sin vacilaciones. 

     La chispa del “carupanazo” no prendió y los cabecillas militares y civiles fueron detenidos y procesados; se ordenó la ocupación del PC y del MIR. En esto actuó con mucha diligencia el nuevo ministro de Relaciones Interiores, Carlos Andrés Pérez, quien ya había demostrado su singular vocación para reprimir los estallidos de violencia y terrorismo.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com
@albrobar

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