Un número importante de políticos,
latinoamericanos en particular, parece que fueron formados por una cofradía que
les asignó la misión de acceder al poder, concentrarlo en su persona
y conservarlo el mayor tiempo posible.
Otra característica es que identifican rápidamente a
quienes tienen su misma visión del mundo y del poder y disponen de la habilidad
para establecer redes de cooperación que sirven para respaldarse mutuamente
cuando las circunstancias lo demandan.
Practican el elogio y la diatriba de forma
constante. Se atrincheran en los extremos con el solo propósito de
consumir la energía de la razón para erigirse en los abanderados
y trompetas de los conceptos- en realidad meras consignas- que los
motivan.
Estos heraldos han elaborado sus
propios esquemas, categorías y consignas como fundamentos del
proyecto que auspician y solo consideran, escuchan y aceptan, a
los que se pliegan incondicionalmente a su forma de gobernar o a sus proyectos,
cuales quieras que estos sean.
Son dogmáticos. Impermeables a la crítica, ignoran
la punzante angustia de la duda y no vacilan en el tremedal de las
contradicciones. Para ellos solo existe su verdad. No aceptan
críticas ni las entienden, cualquier cuestionamiento adverso tiene propósitos
destructivos y debe ser erradicado.
Desconcierta la rotunda certidumbre de estos
iluminados cuando deciden calificar de héroes o traidores a
quienes aceptan o rechazan su mandato.
El delito o la gloria para estos singulares jueces
está asociado a una escala de valores sustentada, la más de las
veces, en categorías puramente coyunturales e intrascendentes que
responden a su visión particular.
Para estos iluminados es demasiado complejo
discernir entre enemigos y adversarios. Sus juicios y sanciones son absolutas, y con facilidad extrema descargan
su flamígera verdad sobre unos y otros sin consideración alguna, mientras
que sus aliados, para sobrevivir, deben integrarse plenamente a la certidumbre
del conductor.
Los iluminados enfrentan el riesgo de perder
toda capacidad de análisis y creación, al convertirse en dependientes de la
única realidad exterior que están dispuestos a considerar, la que
ellos crean.
El dogma les hace intolerantes porque pierden el
sentido de la universalidad, los que les incapacita para nutrirse de las
propiedades positivas de las ideas que rechazan.
Su incapacidad de analizar y valorar los
contrarios de sus tesis, les limita, a la vez que le catapultan hacia un mundo
muy personal que les hace perder contacto con el ambiente. No
pueden percibir las señales diferentes que emite cualquier
sociedad. Rechazan la peculiaridad y prefiere el plural. Están más a
gusto con la masa anónima que con individuos con criterios.
Los iluminados se crean un universo interior que
determina su conducta. El medio exterior es
secundario, actúan en base a sus sueños y tienden a responder más a los
símbolos que a las ideas. Para ellos el abuso de la autoridad siempre
se justifica por una necesidad de fuerza mayor. No son capaces de
percatarse del estrecho desfiladero por donde transitan y tienden a asfixiar a sus contrarios,
eliminan los espacios de disentimientos tan necesarios en cualquier
colectividad.
Aquellos que creen que los iluminados aspiran a
solo un extremo del arco iris están equivocados. Los iluminados son
omnipresentes. Su verdad es tan imperiosa que tienden a llevar a simples
rivales hasta la hoguera. Confunden fundamentos y formas, principios y valores,
estrategias y medios.
No es de dudar que los que están sumidos en su verdad
personal tengan grandes gratificaciones. Las dudas no les agobian y las
contradicciones no entorpecen su andar. El infiernillo de los sentimientos comunes
de cualquier mortal no les quema la conciencia. Seguro que valoran altamente su
hermético y gigantesco horno de la verdad, en el que pueden incinerar todas sus
desesperanzas.
Estos personajes son por lo regular rebeles. Inconformes
hasta que logran con su resplandor someter a las luciérnagas.
Son una especie de fanático pero con liderazgo. Su maniqueísmo le
hace temer a la libertad y por eso la impiden en todas sus formas. Suprimen la
independencia personal y rechazan el conocimiento en la medida que este pueda
poner en tela de juicio su conducción y propuestas.
Los iluminados tienden a ser violentos, buscan la
solución de las diferencias enfrentando al rival y no negociando. Su
intolerancia conduce a los conflictos sociales guerras, masacres, limpiezas
étnicas e injusticias. Todo empieza en ello y debe terminar con ellos.
Son autoritarios, déspotas e irreverentes.
Contrarios al progreso. Favorecen el estatismo y la parálisis social. Todo
cambio es peligroso, por lo que la nave que comanda se mantiene anclada,
apresada en los sargazos de una utopía de demencial luminosidad.
Pedro
Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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