miércoles, 9 de julio de 2014

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, PAÍS EN GERUNDIO, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL,

Un gobierno de corte populista, de cara a sus manipulaciones, no puede darse un plazo mayor para asentir su práctica de maldad al lapso aquel en el que sus mentiras puedan sostenerse aunque a su propio riesgo.
El lenguaje es la manera de cómo el pensamiento adquiere forma para enriquecer ese mismo pensamiento y convertirlo luego en acción. Su utilización compromete no sólo ese pensamiento, sino también ideales que hablan a través del tiempo. Sin embargo, la lógica de ese lenguaje recurre a axiomas indicativos de todo un ámbito de realidades que a su vez adquieren sentido ante un mundo en particular. Pero para hacer que esas realidades puedan interpretarse según el conocimiento que envuelve alguna situación, indistintamente de sus consecuencias, el lenguaje debe apoyarse en formalidades expresivas.

Es cuando adquiere relevancia la gramática pues de ella depende la manera de cómo resolver o retorcer problemas de todo género o de cualquier implicación. La política, por ejemplo, acusa un manejo peculiar de modismos que chocan con una posible intervención de la sintaxis. O de la semántica. O de cualquier otra forma de precisar el alcance de lo expresado bajo alguna circunstancia animada por la vehemencia que se tenga al momento de manifestarse una pretensión o declaración  de una aseveración cualquiera.

 Esto hace que pueda aludirse a lo que cabe por llamarse: lenguaje político. Un lenguaje que  a diferencia de los demás, no siempre permite un lugar preponderante a elementos y razones que sirven a la dialéctica como método de argumentación para imprimirle sentido y naturaleza a todo lo que desde él pueda observarse. Es ahí cuando el lenguaje cimienta la comunicación entendida como la manera racional de relacionarse, desde la palabra, dos o más sujetos provistos de la inteligencia necesaria para expresar opiniones o pareceres en torno a una situación. Y esta palabra recurre a los verbos para expresar las acciones, movimientos, condiciones, existencia, consecuciones o estados del sujeto. Sólo que su empleo, también compromete sentimientos y emociones, tanto como sensaciones, suposiciones y hasta consideraciones.

El problema está al utilizar un verbo en transitivo, infinito o en gerundio, sin tener pleno sentido de su alcance en términos de sus consecuencias o de sus causas. Especialmente, si se utiliza en gerundio pues aun cuando es indicativo de acción, no siempre esa acción apunta a un estadio de realizaciones completamente logradas. Sobre todo, porque deviene de una acción que no está definida ni por el tiempo, el modo, el número, ni la persona. Así que bien sirve al lenguaje político para disfrazar compromisos o desviar la atención a fin de dilatar el tiempo bajo el cual el populismo se alienta como sistema de engaño político.

De forma tal que si un discurso político se vale de verbos en gerundio para estructurarse en función de oscuras intenciones, puede entonces forzar esperanzas. Pero esperanzas en un tiempo efímero, pues un gobierno de corte populista no puede darse un plazo mayor al lapso aquel en el que sus mentiras puedan sostenerse aunque a su propio riesgo. Por eso, cuando las caprichos gubernamentales van por esa dirección, las incorrecciones linguísticas, incluso gramaticales y ortográficas, abundan al extremo. Tanto es así, que el gobierno, tentado por un cierto estilo troglodita, ordena convulsionar el lenguaje con el manifiesto objetivo de justificar aquello de que “la independencia continua”.

En consecuencia, visto esto desde la perspectiva venezolana, habrá que admitir que el país se desordenó con la excusa de una supuesta “revolución” que ni siquiera pudo demostrar lo que su doctrina pretendió. O al menos, lo que tampoco alcanzó a configurar en tres lustros de desafueros administrativos que además dieron al traste importantes productos de una democracia que exhortó capacidades y potencialidades de una Venezuela que hoy, desgraciadamente, se redujo a un país en gerundio.

VENTANA DE PAPEL

LIBROS PRISIONEROS

Vuelve a darse en Mérida, una nueva edición de la Feria Internacional del Libro Universitario. El Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, apoyado por el Instituto de Previsión del Profesorado Universitario, órgano éste de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes, y otros organismos del Estado venezolano, vuelve a darle forma a este mecanismo de difusión del libro universitario. Para ello, se ha contado con la presencia de importantes editoriales internacionales, nacionales, regionales y locales. Hasta acá, todo pareciera lucir cual evento de pulcro y eufórico efecto Sin embargo, detrás de tan aparatoso mecanismo de organización y coordinación, se esconden problemas de aguda incidencia. Particularmente, de naturaleza económica y financiera.

No es difícil advertir las dificultades que viven las editoriales venezolanas para producir y vender libros. También las foráneas para superar las restricciones fiscales y de control impuestas por organismos gubernamentales que ni entienden lo que significa un proceso de producción editorial, ni tampoco lo que plantea esta feria desde el concepto de autonomía universitaria. Para el mercado editorial, el impacto de una política improvisada de tributación y control, esto se ha traducido en costos elevados, retraso de novedades y escasez de materiales. En medio del calor de lectores afanados de consultar y buscar buenos libros, los precios se convirtieron en infranqueables barreras.

Los imprecisos rumbos de la economía nacional, mantienen en ascuas a editoriales transnacionales y libreros independientes instalados en esta Feria y que sin embargo, no desmayan del propósito de mostrar algo de lo poco que puede ofrecerse. De hecho, un libro que hace un año costaba Bs. 250 o algo menos, se ha situado en casi 1000% o algo más por encima. O como manifestaron algunos : “El libro dejó de ser un bien de efecto intelectual de relativo alcance monetario, para convertirse en un objeto de lujo difícil de adquirir para un lector de clase media” lo cual pone en peligro al conocimiento y a la intelectualidad. 

Al régimen todo lo quedó grande pues lejos de animar al desarrollo, lo confina a una prisión de bajo techo. Más, cuando se tienen libros prisioneros.

NUEVO NOMBRE, NUEVOS PROBLEMAS


La falaz idea de revolucionar  (léase, desarreglar) estructuras que, desde un enfoque legal, sustentan un sistema político, económico y social cuyos fundamentos suscribe la Constitución de la República, es la expresión más directa del error que indolentemente viene cometiéndose desde el cenáculo del régimen. Más aún, ello no tiene asidero alguno del cual asirse para justificar algo de lo realizado o por realizarse. Por el contrario, toda imposición de medidas sólo ha servido para ostentar un autoritarismo que hoy no tiene cabida en un mundo donde prospera la conciliación como criterio de unificación política. Ni siquiera, como ha dejado verse por parte de quienes están sentados en la acera del oficialismo. Esto explica un tanto lo absurdo de cambiarle el nombre al Estado Mérida por otro que es tan obvio, y que por obvio es innecesario, como la propia historia describe.

La nueva denominación (Estado Bolivariano de Mérida) además de redundante y estrambótica, se decidió por causas totalmente ajenas a lo que reza la Constitución Nacional. En principio, tan escalofriante determinación debió ser encauzada a través de un proceso refrendario. No por decisión unilateral de quienes ocasionalmente ocupan un escaño en el Consejo Legislativo Regional. Lo circunstancial de dichos cargos enteramente politizados, no faculta a quienes presumen de “legisladores” a elaborar y tomar decisiones que engloban una idiosincrasia, un gentilicio y una cultura. O lo que es peor, que deshonra sin recato alguno el significado de Merideñidad.

La coartada aducida por estos personajes de la bancada gubernamental, es la acepción equivocada del término “lealtad” el cual manipulan cual derecho irrevocable para dirigir procedimientos administrativos sin más razonamiento que los que pueden construirse a la sombra de un grosero fanatismo. O mejor dicho, a desdén de los sentimientos democráticos que han hecho de Mérida una población no sólo bolivariana por antonomasia, sino también respetuosa por tradición de valores morales a partir de los cuales se simboliza la ciudadanía como actitud y condición de libertad.

Ante tan vil atropello cultural, hay razones de sobra para elevar las protestas suficientes que develen el carácter despótico de quienes creen que por legisladores, pueden enredar la historia para luego reescribirla con espíritu de demagogia y represión. No hay duda de que está transitándose por caminos errados. Está incitándose a ennegrecer más el panorama político y social teniéndose entonces por un nuevo nombre, nuevos problemas.

“Cuando un gobierno emplea el lenguaje como recurso de populismo, el pueblo pierde el sentido de orientación política ante sus necesidades de desarrollo dada la confusión que generan promesas infundadas. Pero también, ello aviva la inquietud por zafarse de tan evidente atraso”.

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.