Un gobierno de corte populista, de cara a sus manipulaciones, no puede darse un plazo mayor para asentir su práctica de maldad al lapso aquel en el que sus mentiras puedan sostenerse aunque a su propio riesgo.
El
lenguaje es la manera de cómo el pensamiento adquiere forma para enriquecer ese
mismo pensamiento y convertirlo luego en acción. Su utilización compromete no
sólo ese pensamiento, sino también ideales que hablan a través del tiempo. Sin
embargo, la lógica de ese lenguaje recurre a axiomas indicativos de todo un
ámbito de realidades que a su vez adquieren sentido ante un mundo en
particular. Pero para hacer que esas realidades puedan interpretarse según el
conocimiento que envuelve alguna situación, indistintamente de sus consecuencias,
el lenguaje debe apoyarse en formalidades expresivas.
Es
cuando adquiere relevancia la gramática pues de ella depende la manera de cómo
resolver o retorcer problemas de todo género o de cualquier implicación. La
política, por ejemplo, acusa un manejo peculiar de modismos que chocan con una
posible intervención de la sintaxis. O de la semántica. O de cualquier otra
forma de precisar el alcance de lo expresado bajo alguna circunstancia animada
por la vehemencia que se tenga al momento de manifestarse una pretensión o
declaración de una aseveración
cualquiera.
Esto hace que pueda aludirse a lo que cabe por
llamarse: lenguaje político. Un lenguaje que
a diferencia de los demás, no siempre permite un lugar preponderante a
elementos y razones que sirven a la dialéctica como método de argumentación
para imprimirle sentido y naturaleza a todo lo que desde él pueda observarse.
Es ahí cuando el lenguaje cimienta la comunicación entendida como la manera
racional de relacionarse, desde la palabra, dos o más sujetos provistos de la
inteligencia necesaria para expresar opiniones o pareceres en torno a una
situación. Y esta palabra recurre a los verbos para expresar las acciones,
movimientos, condiciones, existencia, consecuciones o estados del sujeto. Sólo
que su empleo, también compromete sentimientos y emociones, tanto como
sensaciones, suposiciones y hasta consideraciones.
El
problema está al utilizar un verbo en transitivo, infinito o en gerundio, sin
tener pleno sentido de su alcance en términos de sus consecuencias o de sus
causas. Especialmente, si se utiliza en gerundio pues aun cuando es indicativo
de acción, no siempre esa acción apunta a un estadio de realizaciones
completamente logradas. Sobre todo, porque deviene de una acción que no está definida
ni por el tiempo, el modo, el número, ni la persona. Así que bien sirve al
lenguaje político para disfrazar compromisos o desviar la atención a fin de
dilatar el tiempo bajo el cual el populismo se alienta como sistema de engaño
político.
De
forma tal que si un discurso político se vale de verbos en gerundio para
estructurarse en función de oscuras intenciones, puede entonces forzar
esperanzas. Pero esperanzas en un tiempo efímero, pues un gobierno de corte
populista no puede darse un plazo mayor al lapso aquel en el que sus mentiras
puedan sostenerse aunque a su propio riesgo. Por eso, cuando las caprichos
gubernamentales van por esa dirección, las incorrecciones linguísticas, incluso
gramaticales y ortográficas, abundan al extremo. Tanto es así, que el gobierno,
tentado por un cierto estilo troglodita, ordena convulsionar el lenguaje con el
manifiesto objetivo de justificar aquello de que “la independencia continua”.
En
consecuencia, visto esto desde la perspectiva venezolana, habrá que admitir que
el país se desordenó con la excusa de una supuesta “revolución” que ni siquiera
pudo demostrar lo que su doctrina pretendió. O al menos, lo que tampoco alcanzó
a configurar en tres lustros de desafueros administrativos que además dieron al
traste importantes productos de una democracia que exhortó capacidades y
potencialidades de una Venezuela que hoy, desgraciadamente, se redujo a un país
en gerundio.
VENTANA
DE PAPEL
LIBROS
PRISIONEROS
Vuelve
a darse en Mérida, una nueva edición de la Feria Internacional del Libro
Universitario. El Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes,
apoyado por el Instituto de Previsión del Profesorado Universitario, órgano
éste de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes, y otros
organismos del Estado venezolano, vuelve a darle forma a este mecanismo de
difusión del libro universitario. Para ello, se ha contado con la presencia de
importantes editoriales internacionales, nacionales, regionales y locales.
Hasta acá, todo pareciera lucir cual evento de pulcro y eufórico efecto Sin
embargo, detrás de tan aparatoso mecanismo de organización y coordinación, se
esconden problemas de aguda incidencia. Particularmente, de naturaleza
económica y financiera.
No
es difícil advertir las dificultades que viven las editoriales venezolanas para
producir y vender libros. También las foráneas para superar las restricciones
fiscales y de control impuestas por organismos gubernamentales que ni entienden
lo que significa un proceso de producción editorial, ni tampoco lo que plantea
esta feria desde el concepto de autonomía universitaria. Para el mercado
editorial, el impacto de una política improvisada de tributación y control,
esto se ha traducido en costos elevados, retraso de novedades y escasez de
materiales. En medio del calor de lectores afanados de consultar y buscar
buenos libros, los precios se convirtieron en infranqueables barreras.
Los
imprecisos rumbos de la economía nacional, mantienen en ascuas a editoriales
transnacionales y libreros independientes instalados en esta Feria y que sin
embargo, no desmayan del propósito de mostrar algo de lo poco que puede
ofrecerse. De hecho, un libro que hace un año costaba Bs. 250 o algo menos, se
ha situado en casi 1000% o algo más por encima. O como manifestaron algunos :
“El libro dejó de ser un bien de efecto intelectual de relativo alcance
monetario, para convertirse en un objeto de lujo difícil de adquirir para un
lector de clase media” lo cual pone en peligro al conocimiento y a la
intelectualidad.
Al régimen todo lo quedó grande pues lejos de animar al
desarrollo, lo confina a una prisión de bajo techo. Más, cuando se tienen
libros prisioneros.
NUEVO
NOMBRE, NUEVOS PROBLEMAS
La
falaz idea de revolucionar (léase,
desarreglar) estructuras que, desde un enfoque legal, sustentan un sistema
político, económico y social cuyos fundamentos suscribe la Constitución de la
República, es la expresión más directa del error que indolentemente viene
cometiéndose desde el cenáculo del régimen. Más aún, ello no tiene asidero
alguno del cual asirse para justificar algo de lo realizado o por realizarse.
Por el contrario, toda imposición de medidas sólo ha servido para ostentar un
autoritarismo que hoy no tiene cabida en un mundo donde prospera la
conciliación como criterio de unificación política. Ni siquiera, como ha dejado
verse por parte de quienes están sentados en la acera del oficialismo. Esto
explica un tanto lo absurdo de cambiarle el nombre al Estado Mérida por otro
que es tan obvio, y que por obvio es innecesario, como la propia historia
describe.
La
nueva denominación (Estado Bolivariano de Mérida) además de redundante y
estrambótica, se decidió por causas totalmente ajenas a lo que reza la
Constitución Nacional. En principio, tan escalofriante determinación debió ser
encauzada a través de un proceso refrendario. No por decisión unilateral de
quienes ocasionalmente ocupan un escaño en el Consejo Legislativo Regional. Lo
circunstancial de dichos cargos enteramente politizados, no faculta a quienes
presumen de “legisladores” a elaborar y tomar decisiones que engloban una
idiosincrasia, un gentilicio y una cultura. O lo que es peor, que deshonra sin
recato alguno el significado de Merideñidad.
La
coartada aducida por estos personajes de la bancada gubernamental, es la
acepción equivocada del término “lealtad” el cual manipulan cual derecho
irrevocable para dirigir procedimientos administrativos sin más razonamiento
que los que pueden construirse a la sombra de un grosero fanatismo. O mejor
dicho, a desdén de los sentimientos democráticos que han hecho de Mérida una
población no sólo bolivariana por antonomasia, sino también respetuosa por
tradición de valores morales a partir de los cuales se simboliza la ciudadanía
como actitud y condición de libertad.
Ante
tan vil atropello cultural, hay razones de sobra para elevar las protestas
suficientes que develen el carácter despótico de quienes creen que por
legisladores, pueden enredar la historia para luego reescribirla con espíritu
de demagogia y represión. No hay duda de que está transitándose por caminos
errados. Está incitándose a ennegrecer más el panorama político y social
teniéndose entonces por un nuevo nombre, nuevos problemas.
“Cuando
un gobierno emplea el lenguaje como recurso de populismo, el pueblo pierde el
sentido de orientación política ante sus necesidades de desarrollo dada la
confusión que generan promesas infundadas. Pero también, ello aviva la
inquietud por zafarse de tan evidente atraso”.
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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