Lejos
de estimular acciones que condujeran a la construcción de una “sociedad justa y
amante de la paz” tanto como “al desarrollo de la persona y el respeto a su
dignidad”, el gobierno entró en una ácida lucha contra el país que propendió a
distribuir pobreza.
Antonio
José Monagas
¡NO
ES CUENTO CHINO!
No
poca gente imaginó el escabroso camino por el que iba a transitar el país,
luego del arribo al poder de un militar traidor a su juramento de fidelidad a
la Bandera. Es decir, violó el “el sagrado deber de defender la Patria,
proteger la soberanía e integridad nacional”. Su manifiesta insurrección
cometida el 4 Febrero de 1992 contra la institucionalidad democrática
venezolana, puso en entredicho el deber de subordinación al cual se debe todo
militar para respetar los principios y valores expresados en la Constitución de
la República. Desde entonces, el país comenzó a desviarse del rumbo trazado en
su ordenamiento jurídico. Particularmente, según su concepción como Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia.
Las
pretensiones configuradas alrededor de repetidos discursos que exhortaban la
virtud y la verdad como condiciones para alcanzar estrados de desarrollo y
bienestar, quedaron desfiguradas en el discurrir de un tiempo rebosante de
oportunidades de crecimiento y de exigencias. Los inicios del siglo XXI,
constituyeron momentos de compromiso a partir de los cuales se crecieron
naciones de menor impulso geopolítico que el que caracterizaba a Venezuela.
Así, el país fue quedándose inerte por causa de una gestión pública que
entendió el significado de desarrollo económico y social a la inversa del
sentido que su interpretación envuelve.
Las
decisiones gubernamentales comenzaron a apartarse de la ruta que indicaba la
Constitución Nacional cuando garantiza la creación de la riqueza, así como la
“producción de bienes y servicios” atendiendo la obligación de forjar y
promover el desarrollo integral del país. Lejos de estimular acciones que
condujeran a la construcción de una “sociedad justa y amante de la paz” tanto
como “al desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad”, el gobierno
entró en una ácida lucha contra el país que propendió a distribuir pobreza.
La
democracia se vino en picada. Tanto así que el régimen optó por presuntas
soluciones que sólo obstruyeron las alternativas sugeridas por actores
académicos, gremiales y, hasta de facciones político–partidistas conscientes
del problema que venía cuajándose tras bastidores. El régimen se replegó
cobardemente con la excusa de ser víctima de una “guerra económica”. Aunque
detrás de tan mórbido pretexto, estaba escondiéndose de críticas que pusieron
al descubierto la ineptitud de altos funcionarios. Pero también, la elevada
corrupción de la cual se han acusado a muchos de estos gobernantes encubiertos
en una nefasta impunidad que ha dado espacio a toda inmoralidad cometida por
estos personajes.
Ahora,
en medio de la desgracia de haber arruinado al país, cuestión ésta inverosímil
en términos de la historia política y económica contemporánea, el Ejecutivo
Nacional se ha valido de forzosas alianzas internacionales buscando resarcir el
daño causado al patrimonio nacional. Para ello, hipotecaron grosera e
inconstitucionalmente la nación al Imperio Asiático a cambio del único recurso
energético a partir del cual Venezuela pudo haberse zafado de los tentáculos
del capitalismo salvaje representado por otros imperios igualmente hambrientos
de la naturaleza que dispone la Venezuela caribeña, andina y amazónica.
Las
realidades se invirtieron arrojando resultados totalmente anacrónicos. La
política gubernamental dejó ver que sus intereses no gravitaban alrededor de ideología
alguna que reivindicara la independencia, la soberanía, las libertades, la
democracia y hasta el solapado socialismo. Al presente, las necesidades del
régimen giran en torno al desmesurado capitalismo crudamente impugnado momentos
atrás dada la euforia sembrada por el populismo cívico–militarista apodado:
“socialismo del siglo XXI”. De modo que al régimen se le acabaron las mentiras
sobre las cuales deparó su fortaleza política. Las realidades desnudaron el
discurso hipócrita de gobernantes incendiarios. Ahora, no hay más disfraz que
encubra más demagogia. Y esto, ¡no es cuento chino!
VENTANA
DE PAPEL
LA
HIPOCRESÍA DEL PODER
La
retórica revolucionaria, ha creado frases capaces de engañar a mas de uno.
Sobre todo, a quienes, por ilusos, llegan a creer en “el vuelo del conejo que
por sus largas orejas, puede emplear a manera de palas giratorias”. Desde el
mismo momento en que el régimen comenzó a advertir sus equivocaciones, cambió
la táctica aplicada. Pero de mal a peor. En lo sucesivo, se vio forzado a
armarse de una mejor inventiva que si bien atentaba contra las esperanzas de
buena parte de sus furibundos seguidores, igualmente compensaría lo que no
lograba mediante ejecutorias inconclusas, innecesarias o que no satisfacían el
clamor popular. La oportunidad de elaborar
los Lineamientos Generales del Plan de la Nación 2007–2013, sirvió para
explayar la idea del “hombre nuevo” y otras tantas que configuraron el abanico
de fatuas consideraciones propias del más abyecto populismo.
El
preámbulo de la Carta Magna, aprobada en 1999, fue guión de ridículos asomos.
Todos alrededor de presuntuosas ideas que circundaban los discursos políticos
de entonces. El término de “democracia protagónica” al lado de otros adefesios
politiqueros, enmarcaron parte del espacio donde iba luego a sembrarse la
ridícula pretensión del “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, los resultados
hablan por si mismos. Luego de tres lustros de gobierno espurio, por ningún
lado se ve al fulano “hombre nuevo”. Por el contrario, sólo puede otearse un
panorama deslucido, frío, incierto y quizás, repulsivo. Y aunque resulta duro
admitirlo, las realidades son deplorables lo cual deja ver el nivel al que el
país ha caído a consecuencia de la indolencia, la corrupción y la indecencia
que domina el escenario público venezolano.
Mientras
la administración pública anda por un lado, la economía va por otro sin llegar
a conciliarse en el tránsito de las decisiones gubernamentales. El régimen piensa
que con propaganda y anuncios de intenciones, el país se arreglaría de cara a
los compromisos que la historia le plantea al tiempo. Tampoco los discursos de
un oficialismo ofensivo, desembrollará el desorden político-económico y
socio-político que su propia gestión ha incitado.
A
decir por lo observado, no cabe la menor duda de que el enredo que tiene
atrapado al país, es producto no sólo de la ineptitud de estos gobernantes que
tienen la política como escaparate de mamón. También del sectarismo que los
caracteriza. Todo cabe si las realidades venezolanas se miran desde la
hipocresía del poder.
¿DÓNDE
QUEDÓ EL DEBATE?
Es
indiscutible reconocer que la democracia no representa el paroxismo de
condiciones políticas que tocan la vida de una sociedad. Ella, como sistema
político, tiene particulares deficiencias. Todas pueden caber, según la cultura
política que detente la población que suscriba sus reivindicaciones. Pero lo
que si no acepta extravío alguno, es la libertad de expresión, la cual en consonancia
con las libertades de prensa y de opinión, funge como canal de aducción al
complejo problema de lidiar con posturas incompatible a los derechos
fundamentales del hombre. Y la otra condición que no puede evitarse en medio
del terreno de la democracia, es el hecho que representa el debate o
deliberación. Entendido ésta como la capacidad de llegar a arreglos políticos
necesarios que activan la confianza del país político en el gobierno.
Cuando
no hay democracia, no se tienen realidades bajo las cuales estas condiciones se
cumplan. Es decir, sin conductos abiertos para el debate y para el ejercicio de
los derechos de la población a expresar todo pensamiento que coadyuve a la
consolidación del sistema político, no existe democracia. Podrá haber elecciones
que indiquen algunos derechos políticos . Pero si se tiene un país acallado
mediante medidas represivas y de conminación, la democracia sólo será un
cascarón vacío. Una mera formalidad que sólo justificará una situación ante un
mundo que sabrá diferenciar entre lo aparente y lo real.
En
Venezuela, luego de ofrecer vías para debatir problemas con el fin de dar con
respuestas a partir de las cuales se plantearon compromisos de acción, no hubo
más que meros pronunciamientos. O como se dice, fue un simple “saludo a la
bandera”. Tal ha sido la desapego a estos principios de la democracia, que
hasta gente afecta al régimen ha elevado su protesta pues ha quedado el país
mal parado ante el resto del mundo. ¿Dónde quedó el debate?
“Si
quienes gobiernan viven atrapados en jaulas ideológicas, su gestión se
convierte en una cacería de brujas donde impera la ley del maléfico. O sea de
quien tenga el poder suficiente para aniquilar al otro” AJMonagas
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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